Jorge Luis conduce la “muertera” arrimado al arcén, con la misma parsimonia con la que recuerda que en su alocada juventud estuvo nueve veces en la cárcel. Nos encaminamos a la iglesia de los Remedios, levantada sobre la antigua gran pirámide de Cholula, la ciudad con más templos por metro cuadrado de todo México.
Desde Puebla, acercarse por carretera a la vecina Cholula es un paseo de apenas doce kilómetros. El interminable Ford con hechuras de coche fúnebre ni siquiera circula a 50 por hora mientras el conductor nos abre espontáneamente los cajones de una vida, la suya, con más curvas que el circuito de Montecarlo. A los seis años se fue de casa y las calles del DF fueron su escuela, donde mendigaba y robaba para sobrevivir. No le importa reconocer que “de chamaco” visitó la cárcel nueve veces por pequeños delitos. En su mirada brilla el destello del hombre orgulloso de haber sido capaz de vencer a sus demonios. “Ahora soy el más honrado del mundo”. Con idéntico afán de superación, presume de haber subido dos veces al Popocatepetl. Este volcán y el de Iztaccíhuatl custodian Cholula como dos modernas Ciáneas. Cruzó los Pirineos en moto en los años 50 y de su paso por España sublima sus días de feria en Jerez. “Nunca bebí tanto vino…”, confiesa con un adarme de nostalgia. Ahora, ya redimido, lleva casi treinta años llevando y trayendo turistas por los alrededores de Puebla. Todo el mundo le conoce y él se adorna en el saludo agitando la mano por la ventanilla y gustándose con el claxon cada vez que se tropieza con algún paisano.
Sus muros sumergidos en mostaza parecen una provocación, un desafío de la fe en Dios al vecino Popocatepetl
La iglesia de los Remedios deslumbra desde cualquier punto de la ciudad, sostenida en andas por el verdor tropical del monte sagrado de los indígenas vencidos por Hernán Cortés. Sus muros sumergidos en mostaza parecen una provocación, un desafío de la fe en Dios al vecino Popocatepetl (llamado coloquialmente “Popo”), a sus erupciones violentas y a su majestuosidad inalterable. Un leonés, Diego de Ordaz, fue el primer europeo en ascenderlo en 1519 para otear la mejor ruta hacia Tenochtitlán, la actual capital federal, en la expedición de Cortés. Esa hazaña se plasmaría en su escudo de armas, donde lució orgulloso un volcán como blasón.
Los españoles edificaron la iglesia en el mismo lugar donde se encontraba el templo mayor de Cholula, tradicional aliado azteca. Con sus más de 60 metros de alto superaba incluso al de Tenochtitlán. Quetzalcoatl, la serpiente emplumada a la que estaba consagrado, no dio fácilmente su brazo a torcer. Las crónicas antiguas cuentan que un rayo fulminó hasta en dos ocasiones la cruz que sustituyó al adoratorio que coronaba la pirámide. A la tercera, los misioneros franciscanos cavaron más hondo y afloraron “muchos ídolos e idolatrías ofrecidas al demonio” que estaban enterradas en un desesperado intento de los cholultecas de implorar el perdón de sus divinidades.
Cholula sigue plagada de templos, ahora católicos. Aquí los volcanes en lugar de lava escupen iglesias
Cholula era un santuario indígena que maravilló a la soldadesca de Cortés, quien cifró en más de 400 el número de templos y arodatorios erigidos a los dioses aztecas. La ciudad tenía uno para cada día del año. A Bernal Díaz del Castillo, el soldado-cronista de la conquista, la ciudad le recordó a Valladolid. Cinco siglos después, Cholula sigue plagada de templos, ahora católicos. Aquí los volcanes en lugar de lava escupen iglesias. Pocos ejemplos más notorios de la mutación religiosa que se produjo en México con la llegada de los españoles.
Tras la empinada caminata ladera arriba, un puñado de escalinatas se asoman a una verja donde recuperar por fin el resuello. Tiras de cintas azules y blancas cuelgan sobre nuestras cabezas. La estética es más tibetana que católica e incluso me hace girar la cabeza buscando algún chorten budista. Dentro del templo, el párroco y un grupo de feligreses escrutan la colecta dominical. Vigilados por la omnipresente Virgen de Guadalupe, defienden con vehemencia cómo administrar ese puñado de pesos.
Medio oculto por la niebla que se confunde con la nieve, el “Popo” parece dispuesto a devorar a los intrusos de un bocado
En lo alto de esta vieja pirámide sagrada, la fe se renueva ahora con el Dios de los cristianos. El “Popo” está sin estar. Medio oculto por la niebla que se confunde con la nieve, parece dispuesto a devorar a los intrusos de un bocado. Las vistas desde aquí, con la muy devota Cholula esparcida en iglesias, es sensacional.
En lo alto de este cerro se refugiaron los últimos cholultecas tras la matanza del templo mayor ordenada por Cortés. Camino de Tenochtitlán, los conquistadores hicieron un alto en el camino en Cholula, donde Moctezuma había preparado una celada para impedir su llegada al corazón del imperio azteca. Descubierta in extremis la emboscada por los españoles, Cortés convocó a los jefes indígenas en el templo mayor. Los caciques confesaron el ardid y, aunque culparon a Moctezuma, el escarmiento fue terrible. Dos mil indígenas perdieron la vida en apenas unas horas, sobre todo a manos de sus vecinos tlaxcaltecas, que acompañaban a la expedición española y aprovecharon para saldar cuentas con saña con sus tradicionales enemigos.
Viajaremos a Tlaxcala, que todavía se resiste a asumir su complicidad en la conquista, pero eso lo contaré en otra ocasión…