São Miguel das Missões: los fantasmas de “La Misión”

La película comienza con una impactante toma de un misionero flotando en un río sobre una cruz hasta que las aguas lo arrastran por una increíble catarata. El lector habrá adivinado que estoy hablando de la “La Misión”.
Imagen de Demersay de las ruinas en 1846

La película comienza con una impactante toma en la que se ve un misionero en una cruz flotando sobre un río hasta que las aguas lo arrastran por una increíble catarata. El lector habrá adivinado que estoy hablando de la “La Misión”, protagonizada por Jeremy Irons y Robert de Niro, donde el primero encarna a un jesuita a cargo de una misión entre los indios guaraníes. El poblado indio aparece impactante por su arquitectura y su civilización. Pero todo se destruye cuando un espurio acuerdo entre España y Portugal le entrega ese territorio a los lusitanos, que atacan impiadosamente. ¿Pero que hubo de cierto en todo eso?

Decidido a averiguarlo busqué en el mapa la zona de las misiones jesuíticas que quedaron en la América portuguesa de aquel entonces, hoy Brasil. Visitar las ruinas más impactantes significaba un desvío de nuestra ruta, pero todo indicaba que valía la pena. Enfilamos hacia São Miguel das Missões, o San Miguel de las Misiones.

Mientras mi camioneta avanzaba hacia el norte y la tierra se ponía cada vez más colorada, mi mujer leía la historia. Me fascinó saber que el destino de estas misiones estaba muy vinculado a mi post “Los Fantasmas de la Colonia”. De a poco las cuchillas uruguayas dejaban paso a colinas con más y más vegetación.

Ya casi anochecía cuando llegamos al pequeño pueblo brasileño. La noche sin luna prometía

Como lo mostraba la película, los jesuitas creían que en América podrían crear un nuevo mundo aislado de las miserias. Creían que indios sin contacto con la civilización europea mantenían su corazón y alma puros. Con ellos pensaban fundar su nuevo mundo. Y así decenas de jesuitas se internaron en la selva de los confines del inmenso territorio español (lo que hoy es Paraguay, noreste de Argentina y sur de Brasil). Algunos sucumbieron, pero varios organizaron pueblos a los que llamaron “misiones”, cada una con el nombre de un santo. Los guaraníes abrazaron la religión y la organización que traían estos soldados de Jesús. Las misiones crecieron y los jesuitas decidieron fundar varias más. Lamentablemente, España y Portugal no tenían bien definidos sus territorios.

Ya casi anochecía cuando llegamos al pequeño pueblo brasileño. Dejamos las valijas en el cómodo cuarto del hotel y el amable conserje, sabedor de mi búsqueda, me recomendó el espectáculo de luz y sonido que se presenta en las ruinas. La noche sin luna prometía.

 Las luces se encendieron y apareció, en todo su esplendor, una catedral románica en medio de la selva brasileña. Quedé boquiabierto

Llegamos al inmenso parque donde se preservan las ruinas. Un cielo plagado de estrellas nos invitaba a admirarlo. De las ruinas no se veía absolutamente nada. De repente un sonido, una voz; la supuesta voz de un jesuita lamentando lo perdido: territorio, vidas y un sueño de un mundo mejor. Las luces se encendieron y apareció, en todo su esplendor, una catedral románica en medio de la selva brasileña. Quedé boquiabierto.

El espectáculo siguió con voces dramatizando su historia que arrancaba casi en el mismo punto donde mi mujer había dejado la lectura en el auto. Los misioneros fundaron más y más pueblos donde dirigieron a los guaraníes como constructores formando una sorprendente civilización indígena-europea que admiraba a Dios. Todo fue felicidad hasta que Portugal descubrió que varias de estas misiones estaban ubicadas al este del río Uruguay, que ellos consideraban frontera. Se quejaron al Papa. Al mismo tiempo, España se quejaba por la fundación de la portuguesa Colonia del Sacramento frente a Buenos Aires. Cabía la posibilidad de que el Papa fallara en ambas en contra de España, por eso Madrid decidió negociar. Esas misiones no significaban nada para España, al fin y al cabo eran de indios y un puñado de locos misioneros. Tampoco le importaba mucho que los territorios fueran vastos; España tenía más territorios que lo que podría explorar en siglos. En cambio, Colonia le estaba sacando ingresos por el contrabando portugués. La decisión era fácil, se cambiarían las misiones jesuíticas al este del río Uruguay por la pequeña ciudad de Colonia del Sacramento, en el Río de la Plata.

A la mañana siguiente, volvimos a las ruinas. Esta vez, con el sol, podríamos disfrutarlas y fotografiarlas y buscar en ellas las huellas del pasado

Las luces del espectáculo se volvieron más melodramáticas. La catedral se tiñó de colorado anticipando la sangre que correría.

Los jesuitas apelaron al rey, pero fue en vano. Los guaraníes fueron más enérgicos, se negaron a ser relocalizados. Jamás quedarían a merced de los sanguinarios “bandeirantes” portugueses. Portugal exigió la entrega del territorio y España se vio obligada a enviar tropas desde Montevideo. Éstas hicieron el mismo camino que nosotros habíamos recorrido en camioneta. Triste esfuerzo el de los soldados españoles, cuya victoria era sólo para entregar su conquista a Portugal. Los guaraníes nada pudieron contra las armas españolas y perecieron o se rindieron. Los sobrevivientes, junto con los jesuitas, hicieron un triste éxodo hasta cruzar el río Uruguay volviendo al reino que nunca los había querido.

Finalizó el espectáculo, se apagaron las luces, desaparecieron los fantasmas y los visitantes nos quedamos varios minutos comentando las impresiones que nos había dejado.

A la mañana siguiente, después de un opulento desayuno, volvimos a las ruinas. Esta vez, con el sol, podríamos disfrutarlas y fotografiarlas y buscar en ellas las huellas del pasado. Al entrar, una cruz jesuita, nos envolvió de ese pasado mezclado con el presente.

Sentía estar en algún lugar de Europa, ya que los detalles constructivos eran idénticos a los que podría encontrar en Soria o tantos otros pueblos de Castilla

Al retirarse guaraníes y misioneros la vegetación reclamó lo que era suyo. El pequeño museo a la entrada del parque mostraba grabados de viajeros del siglo XIX donde se veía la catedral en mejor estado que ahora, pero rodeada de árboles y plantas. Sus descripciones todavía destilaban admiración por lo increíble que les resultaba encontrar estas fabulosas ruinas en ese lugar tan remoto. Con mi cámara me adentré en el edificio. Sentía estar en algún lugar de Europa, ya que los detalles constructivos eran idénticos a los que podría encontrar en Soria o tantos otros pueblos de Castilla. Me sorprendió hasta ver que varias de las piedras, que tenían iniciales y números tallados en un tipo de letra antiguo, servían para identificar qué obrero había tallado cada piedra. En Europa el pago del obrero dependía de eso, en las misiones jesuíticas quién sabe…

En una esquina un árbol abrazaba con todas sus fuerzas una columna.

A mediados del siglo XX Brasil decidió recuperar las ruinas y habilitarlas primero para los arqueólogos y luego para las visitas turísticas.

Dejamos atrás esa parte de la historia argentina, uruguaya, brasileña, paraguaya y, también, española y portuguesa. Marchamos dejando atrás los fantasmas de la misión.

Coordenadas: Lat: S 28Gr 32Min 54seg, Long O 54Gr 33Min 21Seg

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