Escalona: reencuentro con el lazarillo de Tormes

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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[tab:el viaje]

Si hay una deuda siempre pendiente es la de visitar los escenarios de los libros que marcaron mi infancia. Por eso estaba en la plaza mayor de Escalona. En esta localidad toledana de estampa medieval el lazarillo de Tormes puso tierra de por medio con el ciego al que servía tras engañarle de forma cruel.

Subía por la carretera que lleva a Escalona como quien se arremanga nervioso para escarbar en la memoria más tremprana, la de las primeras aulas de los viejos pupitres de madera, la de las lecturas de esos clásicos de la literatura a los que nos asomábamos siempre con temor. El lazarillo de Tormes era una de esas obras que había que leerse sí o sí en los primeros años de la extinta EGB. Con libros como éste muchos descubrimos que leer podía ser, además, divertido. El lazarillo era un pillo simpático, uno de esos personajes intemporales que hacen reír a los nietos con la misma intensidad con la que se rieron sus abuelos de idénticas situaciones.

El castillo parece empeñado en recordar pasados esplendores de una villa que fue uno de los baluartes de la Corona de Castilla

Tras cruzar el cauce del río Alberche, la carretera te deja en suerte frente al castillo, empeñado en recordar pasados esplendores de una villa que fue uno de los baluartes de la Corona de Castilla. Podría visitar la fortaleza (los sábados por la mañana se organizan visitas guiadas) o empaparme de la apabullante historia del lugar, pero antes quiero acercarme a su plaza mayor, dedicada a su paisano el infante don Juan Manuel, autor de otra joya de la literatura española, El Conde Lucanor.

En uno de estos soportales, en casa de un zapatero, iban a parar el lazarillo y el ciego tras la archiconocida anécdota del racimo de uvas que ambos pugnaban por devorar engañándose a la recíproca. En un mesón de la villa, el protagonista recibió un buen escarmiento de su amo después de cambiarle una sabrosa longaniza asada por un nabo “larguillo y ruinoso”. Tras descubrir el ardid por el olor de su aliento, la paliza fue de tal calibre que si no llegan a acudir algunos vecinos en su auxilio “pienso no me dejara con vida”. El lazarillo decidió entonces huir no sin antes ajustar cuentas con el “perverso ciego”.

Todavía en Escalona, la extraña pareja recorría sus calles empedradas pidiendo limosna. Pero como no paraba de llover, acabaron refugiándose “debajo de unos portales” (presumiblemente en la porticada plaza mayor). Como no había manera de hacer negocio, el ciego le pidió a su guía que le llevara a la posada. Al lazarillo se le abrieron de par en par las puertas de su venganza y advirtió al ciego de que tenían que atravesar un arroyo que bajaba muy crecido, pero que lo harían saltando por donde el cauce se estrechaba más. “Llévama a ese lugar donde el arroyo se ensangosta”, le rogó confiado el invidente. El lazarillo ya urdía su estrategia. “Yo, que vi el aparejo a mi deseo -explica en la obra- saquéle debajo de los portales y llevelo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba”. Una vez frente a él, le indicó que estaban ante el paso más angosto del riachuelo y le animó a saltar.

En la calle que lleva a la Puerta de San Miguel, uno de los históricos accesos de la muralla, hay buenas carnicerías donde aprovisionarse de productos de la tierra

Mejor que sea el propio lazarillo quien explique lo que sucedió a continuación. “Apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza. ¿Cómo, y oliste la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole! -le dije yo”. Descalabrado el ciego, el muchacho huyó a la carrera de Escalona y antes de anochecer ya estaba en la vecina Torrijos.

Hoy, la plaza sigue luciendo sus soportales pero no hay placa ninguna, al menos yo no fui capaz de encontrarla, que recuerde este divertido pasaje de El lazarillo de Tormes. Situada en el centro del reciento amurallado que protege desde el siglo XII el municipio, alberga un quiosco de música y un Ayuntamiento de bella fachada. A la derecha, en la calle que lleva a la Puerta de San Miguel, uno de los históricos accesos abiertos en el kilómetro y medio de muralla perimetral, hay buenas carnicerías donde aprovisionarse de los productos de la tierra.

Me gusta caminar por los lechos secos de los ríos que un día fueron caudalosos. Es una buena lección de humildad, la perfecta metáfora sobre la fragilidad de cualquier logro humano

Curioso que el lazarillo no se refiera en ningún momento al imponente castillo de Escalona, santo y seña de la localidad, hogar de validos ilustres como don Álvaro de Luna o el Marqués de Villena. Por su posición privilegiada en la defensa de Toledo, esta fortaleza jugó a lo largo de la historia un papel preponderante. Aquí se han ventilado afrentas nobiliarias y derechos sucesorios como los que enfrentaron a Isabel la Católica y Juana la Beltraneja. Algo de ese sustrato histórico se adivina entre los muros semiderruidos del castillo, gentileza -como tantos otros desmanes a nuestro patrimonio- de las tropas napoleónicas. Al menos, los soldados del pequeño caudillo utilizaron las piedras demolidas para construir un puente sobre el río Alberche.

Precisamente en el Alberche, 25 metros más abajo, me despido de Escalona. Su caudal baja muy mermado por la falta de lluvias, hasta el punto de que el cauce del río es ahora, en su mayor parte, un inmenso arenal. Me gusta caminar por los lechos secos de los ríos que un día fueron caudalosos. Es una buena lección de humildad, la perfecta metáfora sobre la fragilidad de cualquier logro humano. Las murallas del viejo castillo se reflejan, en esta hora del atardecer, en los meandros del Alberche (ver foto de portada), al que sigue asomándose la villa por la que un día pasó, quién sabe, el lazarillo más universal de las letras españolas.

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-El castillo se puede visitar con guía los sábados de nueve de la mañana a una y media, siempre en grupos. Fuera de ese horario, el acceso está cerrado.

-En Escalona hay varios restaurantes. El turista no tendrá problemas para comer en el municipio. Si nos decidimos por una opción económica, “La Luna” (situado frente al castillo, en la cuesta que sube a la plaza mayor, al otro lado de la carretera) no defrauda. Su sopa castellana es realmente buena y el menú (doce euros) está a la altura.

-Antes de cruzar el puente sobre el Alberche en dirección al municipio, ya con el castillo a la vista, hay un desvío de tierra a la derecha que nos lleva a orillas del río, desde donde se toman las mejores fotos de la fortaleza. Al lado hay un merendero con una terraza al aire libre ideal para despedirse de Escalona.

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