Gante: prohibido huir antes del anochecer

El principal mérito de Gante, que el viajero percibe en cuanto acumula en sus pies unas cuantas horas de caminata, es haber vencido la tentación de ensimismarse en su rico pasado medieval, languideciendo petrificada en los meandros de su historia.

Gante es una ciudad que te retiene y de la que terminas alejándote a regañadientes, fascinado por su vitalidad y seducido por la belleza de su centro histórico. Pocas cosas más impactantes que ver caer la noche desde los antiguos muelles de Graslei y Korenlei a medida que el puente de San Miguel, la vieja oficina de correos o la imponente fachada escalonada del almacén de grano se dibujan sobre las aguas del Lys gracias a la esmerada iluminación de los edificios. La ciudad flamenca desborda la curiosidad del visitante, no sólo ante el asombroso Cordero Místico de Van Eyck, sino también desde lo alto del castillo de los condes de Flandes, pisando la historia de su evocador Prinsenhof, persiguiendo sombras por el dédalo de callejas de Patershol o degustando una cerveza en la legendaria Vrijdagmarkt.

Es una ciudad de la que terminas alejándote a regañadientes, fascinado por su vitalidad y por la belleza de su centro histórico

Pero el principal mérito de Gante, que el viajero percibe en cuanto acumula en sus pies unas cuantas horas de caminata, es haber vencido la tentación de ensimismarse en su rico pasado medieval, languideciendo petrificada en los meandros de su historia. Lejos de esa complacencia malsana, bulle en su animada vida cultural y universitaria, complemento perfecto a una belleza patrimonial bajo la cual el alma de la ciudad siempre está en riesgo de morir por aplastamiento. Quizá sea esa amenaza constante la que mantiene siempre alerta a los ganteses, con fama de tenaces similar a la de los aragoneses en España, obligándoles a reinventarse siempre para no claudicar boquiabiertos ante el destello del esplendor de su pasado medieval. Sea como fuere, la ciudad natal de Carlos V está repleta de argumentos para erigirse como una de las urbes más interesantes de Europa.

El principal mérito de Gante es haber vencido la tentación de ensimismarse en su rico pasado medieval

Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. Y así fue. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, como casi todos, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. En la catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).

Había que evitar coger el tren, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia

La azarosa vida de esta obra maestra que ha sobrevivido a los revolucionarios franceses y a los nazis, a incendios y hasta a un “cautiverio” en una mina de sal austriaca durante la Segunda Guerra Mundial, aún tiene una última línea por escribir. En abril de 1934 dos de sus paneles fueron robados de la catedral. Uno (el de San Juan Bautista) fue recuperado, pero del otro (los jueces justos) nunca más se supo. La tabla que hoy se exhíbe se pintó en el siglo XX utilizando como modelo para uno de ellos, paradójicamente, al rey Leopoldo II, el saqueador del Congo, tan alejado de la imagen de un juez justo. A espaldas de la catedral, en la Vrijdagmarkt, su animado mercado no invita a presagiar que esta céntrica plaza fue, hasta el primer cuarto del siglo XIX, escenario de ejecuciones y autos de fe. Para ahuyentar esa atormentada memoria, nada mejor que una cerveza en “Dulle Griet” (Margarita la loca), un templo de esta bebida nacional donde, según cuentan, Carlos V ocultó a una hija ilegítima.

Para ahuyentar la atormentada memoria de la Vrijdagmarkt nada mejor que una cerveza en “Dulle Griet” (Margarita la loca)

Además del “Dulle Griet”, no hay que irse de Gante sin comprar mostaza, que las dependientas sirven de un gran tonel, en Tierenteyn-Verlent (Groentenmarkt 3, junto al castillo de los condes de Flandes), sin curiosear en Huis Temmerman (Kraanlei 79), un tienda de dulces artesanales de abarrotadas estanterías, y sin entrar en la antigua Lonja de la Carne (Groentenmarkt 7), inconfundible por la aglomeración de jamones ahumados colgados del techo para secar, un buen lugar para llevarse una botella de roomer (tan elegantes que luego se puede reconvertir en florero), el licor local de flores de saúco. Tampoco hay que desaprovechar la oportunidad de comprar en algún mercado callejero los característicos dulces de la ciudad: gentse neuzen (literalmente narices de Gante, en este caso de frambuesa), mattetaarten (un pastelillo de mazapán) y mastellen (rosquillas de canela). Muy cerca, en Veerle Plein, el pregonero de Gante, ataviado con su traje de época, anuncia la apertura de los mercadillos navideños, una estampa costumbrista que salta hecha añicos en cuanto su organillo empieza a esparcir los acordes del baile de los pajaritos. En esa misma plaza, donde los escaparates hacen alarde de decenas de botellas de cerveza, a cuál más apetitosa, una farola puede pasar desapercibida para el foráneo, aunque encierra una curiosa tradición: es la que encienden los padres cuando acaban de tener un hijo.

No hay que irse de Gante sin comprar mostaza en Tierenteyn-Verlent ni sin curiosear en la tradicional Huis Temmerman

Conviene entrar en el aledaño castillo de los condes de Flandes, uno de los pocos medievales que queda en todo Flandes, aunque sólo sea para subir los 127 escalones de su torre del homenaje o recorrer, con un puño en la boca, su colección de instrumentos de tortura. Desde lo alto de la fortificación, las vistas del centro histórico son magníficas. El castillo tiene una curiosa anécdota a sus espaldas: en 1949 fue ocupado de forma efímera por los estudiantes al anochecer para protestar de forma pacífica por la subida del precio de la cerveza. Se me ocurren pocas reivindicaciones más justas.

Los estudiantes tomaron en 1949 el castillo de los condes de Flandes para protestar por la subida del precio de la cerveza. Pocas reivindicaciones más justas

Pero si hay una postal irrenunciable en Gante ésa es la archifotografiadísima panorámica de las tres torres más representativas de la ciudad: las de la iglesia de San Nicolás, el Belfort municipal y la catedral de San Bavón, un encuadre perfecto desde el medieval puente de San Miguel. Desde aquí mismo, a nuestra izquierda asoma, al final de los muelles de Graslei y Korenlei, la fachada de la restaurada Lonja del Pescado. Es en este lugar, si se puede elegir, donde debemos dejarnos sorprender por la noche para disfrutar, paseando por las orillas del Lys, de un Gante absolutamente mágico, que viste de luces a sus edificios históricos y te sumerge en una atmósfera de otro tiempo de la que cuesta abstraerse. Sólo la gigantesca noria navideña que asoma detrás de la iglesia de San Nicolás nos rescata de esa ensoñación medieval de la que debería estar prohibido huir antes del anochecer.

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