Mis últimos días en Sudáfrica han volado deprisa. La World Cup ha cambiado por completo la atmósfera de una ciudad de piel europea y rodeada de alma africana. La gente pasea por las calles y vive la ciudad con una libertad nueva. “Aquí hay más policías que turistas”, me decía el otro día una amiga. Es cierto. Llega a avergonzar un poco ver que los periódicos españoles abrían a toda página sus ediciones porque un corresponsal del Marca había sido robado en su hotel (para él, sin duda, una terrible experiencia). Gran noticia para abrir un periódico, en un lugar con altos índices de criminalidad, pero que ha hecho un esfuerzo enorme por ofrecer su mejor cara (de eso no leí una palabra). Uno tiene la sensación de que los medios estamos esperando el primer anzuelo, me incluyo, para explicar lo que llevábamos ya escrito desde casa: este es un país inseguro e incapaz de organizar una Copa del Mundo. Hacer un editorial sobre eso desde un confortable despacho, a miles de kilómetros y con el único dato de que un compañero ha sido robado me parece una soberana idiotez.
En realidad, ¿qué esperamos los occidentales cuando viajamos a países que no forman parte de nuestra cultura, buena o mala (no entro en debates demagógicos sobre las culpas de los blancos o las bondades de los negros)? ¿La misma forma de vida? Me hice esta reflexión un día que fui a hacer una desaconsejable visita, cerca del parque Kruger, en barco, a un lugar en el que me dijeron que había hipopótamos para fotografiar (por influencia de mi hermano – no por el peso de mi hermano- se ha convertido con los años en mi animal favorito). Tras el anodino paseo en barco para turistas bobos como yo vuelvo a la furgoneta: el conductor tarda 15 minutos en regresar (se estaba despidiendo de un amigo); luego sube a un tipo, que le dice que si le acerca a casa (otros tantos minutos); luego para a recoger a otro tipo, al que también acerca a casa… Y ahí me descubrí yo, algo estresado con la tardanza, a punto de indicarle al guía que intentara no convertir la furgoneta en el autobús de la comarca. Hasta que pensé: este tipo me llevaría a mi también a mi casa. No había maldad en su comportamiento, ni un intento de aprovecharse de extranjeros con pasta, había una forma de vida, normal, que es la de recoger a gente en una camioneta con espacio (éramos tres y cabían quince). Me callé la boca y acabé compartiendo unas chocolatinas con todo el furgón, ya que ante el ya asumido retraso en la vuelta al hotel, le dijimos que se desviara para comprar algo de comida (lo de repartir es un decir, el conductor se comió medio paquete).
Un africano se pone una máscara en una boda y nos parece que es un primitivo al que hacer fotos, pero nosotros hacemos lo mismo, sólo que usamos traje y corbata.
¿La World Cup tiene los mejores transportes del mundo? No ¿Es este lugar seguro? No (Probablemente la misma respuesta se podría contestar en muchas ciudades españolas, aunque no a estos niveles). Pero qué hacemos entonces, ¿nunca les damos la oportunidad de organizar un evento como este porque no tienen un vagón de metro en la puerta del estadio o nos subimos a los caóticos minibus y disfrutamos de la fiesta? Hoy conocí a un español, Luis, que tiene una tienda de máscaras y artesanía africana en Green Market Square (se reconoce su tienda por las dos banderas patrias que tiene en la entrada). El hombre lleva viviendo aquí siete años, con toda su familia. “Venimos a África con ideas preconcebidas, para lo bueno y para lo malo.
Un africano se pone una máscara en una boda y nos parece que es un primitivo al que hacer fotos, pero nosotros hacemos lo mismo, sólo que usamos traje y corbata. Son formas distintas de entender el mundo, pero proyectamos nuestras ideas sobre ellos y los juzgamos”, me explica. ¿La seguridad? Es complicado, pero yo no he tenido ningún problema. Hay que andarse con ojo, eso sí. En África no le dan el valor a la muerte que le damos nosotros. En Granada (es de allí) a mi me han puesto un cuchillo en el cuello o he visto a los yonquis quemar puertas de las casas en invierno para calentarse. Pero a eso estamos acostumbrados, aquí nos parece que estamos en otro mundo (yo pensaba en imágenes de la Cañada Real, en Madrid). Vuelvo a decir, sin demagogias, hay que ser racionalmente precavido.
El esfuerzo que han hecho es tan grande que da lástima ver como nos seguimos preocupando en contar lo que llevábamos ya escrito desde casa.
Y sin embargo, no entendemos nada. Hablamos constantemente de los robos del Mundial. Yo vivo en Ciudad del Cabo, la mejor ciudad en términos europeos de toda África (no lo digo yo, que no conozco nada y sólo llevo tres meses de vida aquí. Es la opinión de muchos viajeros que se han pateado este continente y a los que he conocido por esta tierra). Pero en este “edén”, hasta hace nada, la gente no salía nunca sola a pasear por las noches y la obsesión por la seguridad era muy alta. Lo digo en pasado porque todo ha cambiado desde hace unas semanas. Contaré dos anécdotas: fui a ver el Francia-Uruguay con Delphine, una amiga francesa que me invitó al partido. Al terminar, tras tomar algo, le dije que la acompañaba a coger un taxi. “No, me voy andando. Me apetece caminar por una vez sola por la noche en esta ciudad”. Eran cerca de las dos de la mañana. Yo cogí uno de los temidos minibus para irme a casa. Se suben tres jóvenes blancos sudafricanos, con sus respectivas camisetas de Bafana Bafana, y lo primero que hacen es preguntar ¿cuánto cuesta? Era la primera vez que tomaban un minibus en su vida, probablemente, seguros de que no había peligro. El esfuerzo que han hecho es tan grande que da lástima ver como nos seguimos preocupando en contar lo que llevábamos ya escrito desde casa.
P.D. Mañana me puede ocurrir algo grave, la gente no se inventa las altas cifras de muertes y atracos de Sudáfrica, pero yo llevo tres meses viviendo aquí sin ningún problema (sólo pretendo reflejar mi vivencia, sin aleccionar a nadie).
La foto es una broma para desengrasar