Los leones trapecistas de Ishasha

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Por la carretera que bordea la orilla oriental del lago Alberto, uno de los paisajes más bellos de África, lo normal es que todavía trates de digerir los sublimes horizontes del Kazinga Channel, o bien que ya sueñes con los últimos gorilas de montaña de Bwindi, el próximo destino. Es una larga jornada por las carreteras ugandesas hasta Kisoro y pocos son los que, a caballo entre dos ensoñaciones, deciden hacer un alto en Ishasha, en los contornos meridionales del Queen Elizabeth National Park. Y eso que estas planicies que lindan con el Congo tienen una singularidad poco frecuente: son la morada de los leones trepadores, felinos que se encaraman a las ramas de los árboles ofreciendo una imagen inusual de estos depredadores. Hay apenas 40 ejemplares en Ishasha, lo que convierte la búsqueda en una lotería, sobre todo si se realiza fuera de la temporada de lluvias. Pero había que intentarlo.

Esos esfuerzos extras en ruta obligan, casi siempre, a madrugar, por lo que ese jueves de octubre comenzó muy pronto, a las seis de la mañana. Desde el Bush Camp del Queen Elizabeth National Park se llega en menos de dos horas al Ishasha Wilderness Camp, donde está situada la puerta de entrada. Tras el habitual papeleo y pago de los permisos, nos adentramos en esta sabana donde muy pronto te das cuenta de que se trata de un destino poco concurrido. No se ve un todoterreno hasta donde alcanza la vista. Tampoco leones trapecistas, por el momento.

Estas planicies que lindan con el Congo tienen una singularidad poco frecuente: son la morada de los leones que trepan a las ramas de los árboles

Nos decidimos por recorrer el circuito sur, señalado por todas las guías como el más propicio para ver a los leones sesteando sobre las ramas como si fuesen leopardos domesticados. Nos tropezamos con muchos antílopes, topis, waterbucks y ñus, pero apenas detenemos el vehículo. Buscamos grandes árboles, uno tras otro, cada vez con mayor frenesí. Y cuando llegamos al objetivo, lo rodeamos, escudriñamos entre las ramas con alborozo infantil y nos sobresaltamos creyendo adivinar una sombra que se desvanece tan pronto como el conductor reemprende la marcha en busca del siguiente árbol.

Andu, nuestro guía, nos cuenta que el extraño comportamiento de estos animales puede tratarse de una costumbre gregaria transmitida de generación en generación o de una forma de huir de los parásitos en tiempos de epidemias. Sea cual sea el motivo, suelen buscar el refugio de los árboles durante las horas más calurosas del día, volviendo a poner los pies en el suelo al atardecer, en el momento en que la caza reclama todas sus energías.

Cuando llegamos al objetivo, lo rodeamos, escudriñamos entre las ramas con alborozo infantil y nos sobresaltamos creyendo adivinar una sombra que se desvanece

Cuando la búsqueda empieza a ser obsesiva, hacemos un alto en el Ishasha Camp para echar pie a tierra y acercarnos al río del mismo nombre, un caudal terroso de apenas diez metros de ancho que separa el Congo de Uganda. Al otro lado sólo hay selva, frondosa e inquietante. Y aunque por estas aguas proliferan los hipopótamos, nosotros no vemos ninguno esta vez. Tampoco nos importa demasiado, la verdad, porque estamos ansiosos por volvernos a subir al todoterreno en busca de los felinos equilibristas.

Nos queda por delante apenas media hora para intentarlo. Hay que echar el resto y el conductor así lo entiende. Una vez tras otra, en cuanto la copa de un árbol asoma por encima de la foresta da un volantazo y, abandonando la pista, se dirige hacia ella resuelto. Y todos abrigamos, por unos instantes, la esperanza de que, esta vez sí, tengamos recompensa. Nadie rechista. Son unos segundos mágicos que espolean la imaginación, que persigue puntos suspensivos en el aire sin preocuparse de un final feliz. Rodeamos la vieja acacia como si estuviésemos presentando nuestros respetos. Y nada. A por la siguiente. Cada vez más resignados pero, al mismo tiempo, incapaces de tirar la toalla, aunque por delante queden todavía varias horas de carretera hasta Kisoro.

Nadie rechista. Son unos segundos mágicos que espolean la imaginación, que persigue puntos suspensivos en el aire sin preocuparse de un final feliz

Pero, inevitablemente, llega un momento en el que toca asumir que los leones trapecistas han decidido que esta vez no, que no vas a ser uno de los afortunados que los fotografíes sobre una rama como un gato perezoso. No busquéis esa foto en este reportaje. No está. Aunque, a pesar de todo, quería escribirlo, precisamente por eso, porque no lo conseguimos, y porque mi recuerdo de esas dos horas en las que buscamos frenéticamente un león entre los árboles es fabuloso, como si lo hubiésemos conseguido, a pesar de que no lo hicimos ¿o si?

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Comentarios (1)

  • Lydia

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    Muy bien puesto el título y por lo que veo, a pesar de que no conseguistéis ver los leones, el recorrido por la sabana mereció la pena.

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