La «locura» y el humor

Por: Javier Brandoli (texto y foto)

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Siempre me gustó la gente que en medio del drama sabe reir

La historia de las bombas y los “locos”

“Este es el viejo arsenal que estalló en 2007 y provocó decenas de muertos”, me cuentan mis compañeras de viaje, las ex guerrilleras, niñas soldado con vidas terribles, de las que hable en los pasados post. La charla que tuvimos días antes en Maputo ha creado lazos entre nosotros. Ellas han derribado ciertas barreras y miedos conmigo y ahora, camino auna lejana zona rural de la capital, compartimos risas y confidencias que no son siempre fáciles entre mujeres africanas y un hombre (encima blanco). Creo que sin aquellas horas previas de compadreo no me habrían contado lo luego que me contaron.

“Vaya, ¿murió mucha gente?”, pregunto.  “Creo que cerca de 80 personas”, me explica Ana, mi amiga investigadora portuguesa que conduce el 4×4. Entonces, las dos mujeres mozambiqueñas comienzan a reírse a carcajadas. “¿Qué pasa?, digo. Y ellas se mueren de risa porque pasamos por delante del hospital siquiátrico de Maputo. Entonces me cuentan una historia trágica y también delirante por surrealista.

Comenzaron todos a cantar el cumpleaños feliz y no había manera de meterlos en un edificio donde  intentaban resguardarlos de las bombas

“Cuando estalló el arsenal, que está a menos de un kilómetros del hospital, las bombas sacudían el cielo y estallaban a kilómetros. Entonces, en la televisión se hizo un reportaje de los cuidadores del hospital siquiátrico en el que contaban que los enfermos salieron todos al patio creyendo que era una fiesta. Comenzaron todos a cantar el cumpleaños feliz y no había manera de meterlos en un edificio donde los celadores  intentaban resguardarlos de las bombas. Ellos pensaban que era una celebración y batían palmas y cantaban canciones acreditando que se trataba de fuegos artificiales que no se querían perder”, me explica Juana entre las risas constantes de todos.  Por suerte sólo hubo algunos heridos.

“Al día siguiente en las chapas (minibús locales), en los mercados, en todos los sitios de Maputo se hablaba de aquella historia muertos de risa”, me dicen. “Pobres”, exclamamos todos, pero no podíamos parar de reír imaginando una escena tan “disparatada”. Luego, hicimos un obligado silencio cuando en medio de todo aquel jolgorio Ana contó como los enfermos son echados a la calle periódicamente cuando el hospital se queda sin comida. “Los obligan a deambular por las calles porque no los pueden alimentar. Por eso verás algunas veces  grupos de enfermos mentales andando perdidos por la ciudad. Luego, cuando tienen alimentos, los recogen a todos y los vuelven a encerrar”, me explica mi amiga. Silencio.

La historia de los soldados aterrados en la gran ciudad

Cuando volvíamos de las entrevistas, del encuentro con Laura que narró historias durísimas, hablábamos de política, colonialismo, el papel de la mujer…hasta que pasamos por el hospital. Entonces volvieron algunas risas y Laura comenzó otra vez a carcajear diciendo a Juana “cuenta la historia de los soldados de Renamo”. Entonces, Juana empezó a morirse de risa y cuando recobró el aliento me narró esta historia tan delirante como la anterior.

Renamo, ya conté en un post, tiene una tropa a la que entonces llamé de fantasmas. Una terrible historia de soldados que viven como animales desde hace 20 años en la selva y que hoy está tristemente de actualidad aquí, que se habla de la posibilidad de un nuevo conflicto. Todas estas mujeres, las ex guerrilleras,  son hoy voluntarias a una ONG que ayuda a los ex combatientes a reintegrase en la sociedad. Fue Rosalina la encargada de convencer a aquella tropa de la selva a que salieran por primera vez del su escondite de árboles y miseria y bajaran a Maputo a solicitar las ayudas que tiene los ex soldados.

Comenzaron a correr despavoridos, otros se tiraban al suelo, lloraban y corrían de un lado para otro, a veces en círculo, porque no sabían dónde ir

“Bajaron del autobús en esta rotonda”, me señalan. (Un enorme mercado atestado de personas). “Entonces, Rosalina los guiaba en fila a todos esos hombres muertos de miedo por andar por una ciudad que ninguno conocía. Ellos viven siempre en la selva. Al pasar junto a los tenderetes había una pelea entre unos policías y unos comerciantes. Los agentes sacaron entonces sus pistolas y dispararon al aire para dispersar a la gente. Entonces, todos aquellos soldados al escuchar los disparos comenzaron a correr despavoridos, otros se tiraban al suelo, lloraban y corrían de un lado para otro, a veces en círculo, porque no sabían dónde ir. Creían que era una trampa, que los habían engañado y la tropa de Frelimo les estaba tendiendo una emboscada”, explican ellas entre risas rememorando la escena. “A Rosalina le costó mucho encontrar a todos. Algunos estaban escondidos y no querían salir. Cuando lo hizo volvieron al autobús y dijeron que regresaban a casa sin solicitar sus pensiones. No han querido volver a Maputo, no les gusta la ciudad”.

Las dos son historias que narran la cotidianidad que se vive en esta tierra. Aquí los eufemismos son lujos que todavía no soñaron. Hablan con las entrañas, las mismas entre las que viven. No vean en estas historias ningún desprecio por parte de ellas, no lo hay. Hablan de los demás con la misma crudeza que hablan de ellas mismas. La misma con la que Laura dice que su marido “la dejó por ser deficiente”, mientras enseña su pierna de madera que perdió con una mina. La misma con la que recuerdan entre risas como disparaban sin mirar en los ataques, muertas de miedo, para que sus compañeros no las fusilaran o pegaran una paliza por cobardes; la misma con la que cuentan con cierto rubor al principio para acabar bromeando como Laura aguató más de 24 horas sin hacer pis para que los soldados no la miraran al ser raptada con 14 años.

Siempre me gustó la gente que en medio del drama sabe reir.

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Comentarios (1)

  • Ana

    |

    Jolín, estas historias te dejan sin habla…

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