Diálogos con Maputo

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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Las madrugadas en Maputo agreden a la imaginación. El viento se queda quieto a las puertas de su playa de ceniza gris mientras los perros solitarios se preparan para irse a dormir acobardados de lo que se les viene encima. Entonces la ciudad, durante los escasos minutos en los que la luz lo denuncia todo por primera vez, hierve entre el rugir de miles de personas que no saben dónde ir. Luego, tras 30 minutos donde el tiempo no cabe en los relojes, todo vuelve a la calma. Eso me gusta de Maputo, su despertar.

Lo es con timidez, sin arrojo, como dándote tiempo a presentarte en la despedida

Maputo es divertido, simpático, alegre. Lo es con timidez, sin arrojo, como dándote tiempo a presentarte en la despedida. En sus bares hay músicos que imaginan clientes; en sus calles se ve a los niños danzar bajo las sombras de los mangos; en sus semáforos hay alguien que te ofrece algo que siempre necesitas el día después y que mañana, que tampoco lo necesitarás, te lo volverá a ofrecer; en sus parques los enamorados rehúyen de sus sombras sin que llegues a entender si juzgaban que estaban demasiado cerca o demasiado lejos. Todo sucede en una sonrisa constante que no ofende a la razonable tristeza de los otros.

Maputo inventa. Inventa cuadros que deambulan por las calles. Lo escribía hace poco: “¿cómo no enamorarse de un lugar que cuando estás cenando levantas la cabeza y ves pasar un cuadro?”. Luego, cuando afinas la vista observas que tras la pintura hay unos ojos, y unas manos que no abarcan el cuadro, y unas horas en las que nadie vuelve a casa con un marco en los hombros. Pero ellos están allí. Siempre. Ofreciendo telas de colores brillantes, de dibujos sensibles que habitan en sus conciencias. Son influencias de su arte independentista, cuando este país decidió luchar por su libertad tallando maderas en sus ratos libres de café y trinchera. Sus esculturas son brillantes, sus escritos desgarradores, su propuesta cultural altiva. No imitan a nadie que no sea a ellos mismos.

No imitan a nadie que no sea a ellos mismos

Me gusta de Maputo sus siestas. Maputo está llena de hombres sentados a las puertas de las casas señoriales, con sus zurcidos trajes de ex combatiente remangados en sus codos, que duermen en sus horas de trabajo. Duermen a todas horas mecidos por el respeto de una urbe que no les molesta. Lo hacen en posturas imposibles. Quebrando la física. Entonces, ya de noche, recogen sus sillas y vigilan las casas, ya desde dentro, dormidos junto al sonido de una radio oxidada que suena a su antojo. En Maputo se escucha la radio. Eso me gusta también de Maputo. Me gusta el sonido de esta ciudad.

Maputo es abundante en sus necesidades, en sus sobras. El verde inunda todo entre sus pasillos de asfalto mustio tapado por un velo de hormigón que se deshace desde las alturas. Desde allí, cuando trepas hasta el gaznate de la urbe, divisas el volar de los cuervos entre ramas, antenas y cables. El mar queda lejos, mucho, a unos cincuenta metros. Al fondo, más cerca, flotan islas hechas de palo.

Eso también me gusta de Maputo, que me enseñó a confiar sin  mirar a los ojos

Me gusta también de Maputo su orgullo. No hay complejos en sus grietas de la calzada, ni en sus desagües en los que la basura no deja correr el aire. Tiene siempre un gesto capaz, como si el mundo de los otros le fuera ajeno e inservible por impropio. En Maputo la necesidad se maquilla los ojos con carbón. Sus respuestas son a veces secas, casi cortantes, enseñando que con muchas palabras lo que se construyen son soliloquios. Maputo habla despacio, sensible, honesto, aunque lo haga sin mirarme a los ojos. Eso también me gusta de Maputo, que me enseñó a confiar sin  mirar a los ojos.

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Comentarios (5)

  • Juancho

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    Bien, Brandoli, bien!!!

    Lo que es feliz, vamos…

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  • Enrique Vaquerizo

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    Buenísimo, enamorarse de las ciudades a veces es tan intenso como hacerlo de las personas.

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  • javier brandoli

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    Esta es la parte bonita, la del amor. La escribí en un día calmado, otoñal. Como en toda relación de amor, también tienes tus momentos en los que no te gusta como se peina, te jode lo poco rápido que cambia los canales y que no apoye que compres en el supermercado cosas inserviibles…Eso no lo escribí de Maputo, pero existe también. En todo caso, es un sitio tranquilo que te deja ser feliz.

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  • Olga Moya

    |

    Veo que la premura con la que se cambian los canales es una frontera universal entre géneros! 🙂 Por lo demás, leyendo tu Maputo, solo puedo sonreír (sonreír e ir al buscador de vuelos a comprobar cuantos riñones me costaría acercarme en verano!). Aunque, en parte, ya he estado allí a través de tus ojos! Olas!

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  • Lydia

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    Maputo muy bien descrita desde varios puntos de vista, desde el amor. Una de mis frases preferidas: «¿Cómo no enamorarse de un lugar que cuando estás cenando levantas la cabeza y ves pasar un cuadro?».
    Una vez más, nos has hecho viajar.

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