Los paisajes de la Generación del 98

La relectura del 98 y de Ortega nos devuelve al entusiasmo ante los paisajes en la justa medida de su necesaria compatibilidad con la inteligencia y la melancolía. Una mirada al pasado podría ser, en este sentido, una necesaria mirada al futuro.

Ha salido recientemente de la imprenta un libro mío sobre el paisaje en las letras españolas. En realidad tiene sus años, pues nació en su día de dos conferencias, una sobre Ortega, en 1995, y otra sobre la Generación del 98, en 1997. Reuní aquellos textos iniciales en un libro que se publicó como contribución al centenario de 1898. La obra se llamó entonces, y sigue ahora con el mismo título, Imagen del paisaje. La Generación del 98 y Ortega y Gasset. Al ser el libro de 1998 de circulación restringida, hoy se ha vuelto una obra prácticamente imposible de encontrar. Pero, como algunos piensan que su aportación sigue vigente, le ha parecido a la editorial Fórcola oportuna su reedición. Este libro es, pues, la mirada de un geógrafo sobre una aportación literaria al paisaje español. Con ello, el paisaje del 98 ha vuelto al camino no estrictamente desde las letras, sino del hábito del profesional en observar paisajes.

Este libro es, pues, la mirada de un geógrafo sobre una aportación literaria al paisaje español

La imagen cultural del territorio español tiene lógicamente que ver con la que se desarrolla en Europa desde Petrarca, los naturalistas del Renacimien­to, y los viajeros ilustrados y románticos. Pero con cierta independencia. En fechas más recientes incluso adquirió una calidad propia llamativa, de tal entidad que ha dado lugar a que su influencia sea aún directa en cómo miramos, pues ha otorgado un revestimiento cultural del paisaje. Esta imagen fue sentida e ideada por los artistas de la generación de 1898, como Unamuno, Baroja, Azorín, Machado, Beruete, y fue proseguida en la obra de intelectuales y creadores de la primera mitad del siglo XX, como la de Ortega y Gasset. Machado resumía la actitud de los escritores del 98 cuando decía: “¿Pintar del natural?… El modelo es necesario. ¿Para copiarlo? No; para pensar en él”. Su mirada sobre el paisaje no fue la de geógrafos, la de analistas del territorio, no fue ni una explicación científica ni una propuesta pragmática, sino una imagen cultural del paisaje. Ese cuerpo cultural persiste. Su vigencia social condiciona aún nuestra mirada con el efecto de ideas recibidas, que nos enseñan a ver. Tal imagen es principalmente literaria, pero también pictórica. En suma, es sustancialmente estética, intelectual y filosófica. Por ello insisto en que, ni en estilo ni en método ni en pretensión, tiene que ver con las representaciones propias de los científicos, técnicos o políticos territoriales.

El paisaje del 98 ha vuelto al camino no estrictamente desde las letras, sino del hábito del profesional en observar paisajes

Pero mediante esa literatura del paisaje se conformó en el horizonte intelectual español un legado de valores otorgados a los paisajes reales, como no se había hecho tan intensamente antes ni se ha vuelto a hacer después. Hay sin duda otros autores muy valiosos, como Clarín o Galdós, y otros notables pintores de paisajes; incluso la raíz paisajista del 98 puede estar inmediatamente antes, por ejemplo en la hondura moral de la Institución Libre de Enseñanza. Pero el movimiento cultural en sí, su calidad, su dedicación y la cuantía de su contribución paisajista son propias del 98. Su aportación en este campo lindante con lo geográfico es no sólo la visión intelectual y artística por excelencia de nuestros paisajes, sino la creación de su misma imagen literaria, en la que desde entonces nos movemos.

La relectura del 98 y de Ortega nos devuelve al entusiasmo ante los paisajes en la justa medida de su necesaria compatibilidad con la inteligencia y la melancolía

Tal vez podría parecer que el tema aquí tratado, el paisaje, es un asunto marginal en la obra de José Ortega y Gasset. Sin embargo, un lector advertido y atento verá pronto que los terrenos de frontera entre el pensamiento de Ortega y la geografía son muchos. Ortega fue explorador de teorías geográficas y descriptor inteligente de paisajes. Y sus incursiones paisajistas enlazan constantemente con reflexiones más allá de lo geográfico, algunas de las cuales podríamos considerar filosóficamente fundamentales. Primero es destacable su conciencia de la necesidad de la geografía, por un lado en lo teórico, de manera estructurada, al referirse a la circunstancia, a la naturaleza, a la historia y a la sociedad y, por otro, en lo concreto, mediante la observación, la vivencia o la reflexión sobre determinados lugares. Y en el característico ensayo orteguiano no falta lo geográfico, que es, por un lado, ejercicio de interpretación del paisaje, pero, por otro, también otorgamiento de calidades literarias y de pensamiento a determinados parajes, que han quedado así cualificados culturalmente de un determinado modo.

Todo hombre que golpea con vigor la tierra donde pisan sus plantas, espera que allí salte una fuente. Una fuente de conocimiento y de satisfacción

En las Meditaciones del Quijote se refiere Ortega a una actitud ante el mundo, que podría aplicarse a la geografía vocacional: la que se hace más movida por el entusiasmo que por la obligación. Es decir, la que no se sirve de las cosas para objetivos mezquinos sino la que procura “buscar el sentido de lo que nos rodea”. En esta actitud reside el mejor modo de acercamiento a los hechos, al paisaje, y su mejor aprovechamiento intelectual: “Para Moisés, escribe Ortega haciendo una alegoría, toda roca es hontanar”. De modo que todo hombre que golpea con vigor la tierra donde pisan sus plantas, espera que allí salte una fuente. Una fuente de conocimiento y de satisfacción. Y, como ejemplos vivaces de tal talante, propone a Rousseau, apasionado por la botánica, herborizando hasta en la jaula de su canario, y a Goethe, que escribe de sí mismo: “Heme aquí subiendo y bajando cerros y buscando lo divino in herbis et lapidibus”. La mejor actitud ante todas las cosas, las gentes y, por supuesto, los paisajes, es el entusiasmo.

La relectura del 98 y de Ortega nos devuelve al entusiasmo ante los paisajes en la justa medida de su necesaria compatibilidad con la inteligencia y la melancolía. Una mirada al pasado podría ser, en este sentido, una necesaria mirada al futuro.

Imagen del Paisaje. La Generación del 98 y Ortega y Gasset, Eduardo Martínez de Pisón. Fórcola, 2012. Madrid.

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