Más allá del Golden Gate: ruta por San Francisco

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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No siempre es fácil convivir con los iconos. Son una perfecta postal que a menudo estropea la percepción del entorno, cuando no lo diluye. San Francisco es el Golden Gate en la misma medida que Moscú es el Kremlin, París la Torre Eiffel o Roma el Coliseo, pero ninguna de estas ciudades se agota en el mito avivado por el turismo de catálogo. Voy a darme una vuelta por una de mis ciudades favoritas, vaya por delante como atenuante, a la que llegué casi de casualidad y, he de reconocerlo, sin excesivo entusiasmo. Más allá del célebre Golden Gate, en San Francisco es difícil sentirse forastero. El mismísimo puente de la bahía te da una pista cuando, envuelto a menudo en la niebla, parece invitarte a conocer ese lugar del que escuchaste hablar por primera vez cuando los episodios televisivos de “Las calles de San Francisco” del inolvidable Karl Malden.

La vida comercial de la ciudad bulle alrededor de Union Square y la cercana Market Street, la avenida que une el barrio de Castro, epicentro mundial de la lucha por los derechos de los homosexuales, con el Waterfront, los muelles recuperados para el disfrute de los paseantes. De espaldas al Pacífico, el Ferry Building, durante mucho tiempo el principal acceso a la ciudad, hará a más de uno frotarse los ojos. Su torre del reloj, coronada por la inevitable bandera estadounidense, se construyó con la Giralda de Sevilla como inspiración. El mundo es una caja de cerillas.

¿Quién se resiste a subirse a viajar sobre el estribo del tranvía agarrado a la barandilla?

Desde cualquier lugar asoma por encima de la silueta de San Francisco la aguja de la Transamerica Pyramid, el edifico más representativo de la ciudad (y también el más alto, con sus 256 metros). Enclavado en pleno distrito financiero, es un alarde del músculo económico de la urbe californiana. Pasear por estas calles cercanas al Embarcadero Center obliga a calentar las cervicales y cruzar los dedos para no tropezar mientras se camina mirando hacia arriba como si esperásemos la inminente caída de un meteorito. No dejéis de entrar en el vestíbulo del Hyatt Regency Hotel, de proporciones superlativas. Las vistas desde el restaurante giratorio de la última planta son apabullantes.

El tranvía es otro de los referentes de la ciudad. Sobrevive únicamente como reclamo turístico pero ¿quién se resiste a subirse a viajar sobre el estribo agarrado a la barandilla? En Powell Street, donde confluyen dos de las líneas más populares, la liturgia de dar manualmente la vuelta al tranvía sobre una plataforma de madera (una operación necesaria dado que circulan sólo en una dirección) se repite un día tras otro. Los turistas que esperan turno asisten al espectáculo como si del cambio de guardia de Buckingham palace se tratase, sobresaltados de vez en cuando por los airados soliloquios de los habituales vagabundos de aspecto enajenado que recorren el centro (alguien me apuntó que hace algunos años se cerró el manicomio público de la ciudad, lo que disparó la presencia de enfermos mentales en las calles, pero a mí la explicación me sonó a leyenda urbana).

En el Pier 39, los leones marinos esperan a los turistas como si alguien los hubiese anclado al embarcadero

Fisherman´s Wharf es uno de los lugares más conocidos de San Francisco. Plagado de restaurantes y comercios que han desplazado a las antiguas naves industriales del puerto, una visita está coja sin probar los cangrejos Dungeness (que venden en puestos callejeros) y el inolvidable pan de hogaza (focaccia) relleno de sopa de Boudins Bakery. Con el estómago acomodado, el paseo por los muelles a orillas del Pacífico es inevitable (antes déjate caer por la tranquila Ghirardelli Square). En el Pier 39, los leones marinos esperan a los turistas como si alguien los hubiese anclado al embarcadero.

El tranvía a North Beach, el barrio italiano, tiene una parada inexcusable: Lombard Street, la calle más sinuosa del mundo (27º de pendiente), donde parece que los coches, en vez de circular, se encajan en un tetris. Caminamos por Columbus avenue hasta la apacible Washington Square, donde improvisamos la cena en un italiano. Muy cerca, en lo alto de Telegraph Hill, está Coit Tower, a la que podemos llegar por alguna de las escalinatas que ascienden la colina (Filbert Street, por ejemplo, en el lado este, al igual que Greenwich St.). El mirador de la torre, que a sus pies tiene una estatua de Colón, ofrece panorámicas muy bellas de la ciudad y la bahía.

Terminar caminando por la orilla con los pies descalzos es casi un tributo de agradecimiento al inmenso océano

Y sí, claro, hay que acercarse al Golden Gate, pero sobre todo para caminar por el puente (hasta la otra orilla si se tiene tiempo y paciencia). Hace frío y el viento da una idea de las traicioneras corrientes de la bahía. Afortunadamente, está despejado. La niebla que a menudo se traga el Golden Gate, por ahora, debe esperar. La línea 28 nos lleva primero al Palace Fine Arts, rodeado de casas de ricos, y después a Fort Mason, el lugar donde embarcaron 1,6 millones de soldados camino del frente en la Segunda Guerra Mundial. El paseo desde Acuatics Park hasta Fisherman´s Wharf es magnífico, siempre con el Pacífico, el Golden Gate y Alcatraz como referentes (de la isla-prisión, otro de los emblemas de la ciudad, publicamos un amplio reportaje en VaP: https://www.viajesalpasado.com/alcatraz-la-perfecta-escapada/). Terminar caminando por la orilla con los pies descalzos es casi un tributo de agradecimiento al inmenso océano. La visita se remata en la relajada atmósfera dominical del Golden Gate Park. Aquí ejercemos de turistas y alquilamos una barca a pedales para navegar por el lago antes de imbuirnos de la filosofía zen del Japanese Garden.

A Nob Hill hay que subir andando para sudar las cuestas que hemos visto mil veces en la películas, ésas de las atolondradas persecuciones policiales saltando chispas. Una manzana se hace eterna. Arriba, dos edificios de postín: el hotel Fairmont (donde se grabó la célebre serie “Hotel”) y el edificio de apartamentos, y antiguo hotel, Mark Hopkins, que en su último piso alberga el restaurante Top of the Mark, el mejor lugar para fotografiar los rascacielos del distrito financiero, con el Pyramid a la cabeza. El tranvía de California Street pasa a unos metros, pero es mejor continuar a pie hasta el cercano Barrio Chino. Si continuamos la línea hasta el final, Van Ness, estamos a un paso de las famosas casas victorianas de Lafayette Park, que desprenden el aroma del pasado de San Francisco. A 15 minutos está el parque Alta Plaza, hasta donde también llegan los chiflados, así que mejor no dejarse caer por allí al anochecer. Rodeado de mansiones, la ciudad se extiende a sus pies entre cuestas y desniveles que precisan escaleras.

A Nob Hill hay que subir andando para sudar las cuestas que hemos visto mil veces en la películas de las atolondradas persecuciones policiales

Cualquier español que acuda a San Francisco debería acercarse a Misión Dolores (en el autobús 22 desde Fillmore Street), reconstruida tras el terremoto de 1906, uno de los más devastadores en una ciudad acostumbrada a agitar sus cimientos de vez en cuando. En la iglesia, un organista interpreta “El lago de los cisnes”, que aquí resuena con mayor intensidad emocional si cabe. Fuera, en el jardín, la solitaria estatua de Fray Junípero Serra, el franciscano evangelizador de California, todo un referente en las raíces españolas de la ciudad.

Caminando llegamos a Castro, el barrio gay de San Francisco, plagado de banderas arco iris. Aquí están las autoproclamadas cuatro esquinas más gays del mundo (Castro Street con la 18th), algo así como el big bang de la lucha por los derechos de los homosexuales. Desde la estación de metro del mismo nombre, a la de Embarcadero. De una ciudad como San Francisco hay que despedirse mirando al mar. Qué mejor sitio que el Pier 7, un muelle que se adentra en el Pacífico como si quisiese tocar con los dedos el Bay Bridge, un puente a la sombra del Golden Gate. Es lo que tiene desafiar a los iconos.

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