Parque Nacional de Zinave: el olvido

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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La carretera que lleva a Mabote es roja. Arcilla sobre la que patina nuestro 4×4 en las curvas a ciegas de una carretera que se adentra en el olvido. Cada metro parece que el mundo, mi mundo, se difumina en espectros y sombras. No hay nada. Unos cuantos poblados con unas cuantas chozas y una vegetación tan espesa que engulle la vista a los lados. No hay nada que no sea seguir y nada que justifique hacerlo. Percibo que voy a un parque en desuso con la duda de si seré el “primero” o el “último” en descubrirlo. Me dirijo al desconocido Parque Nacional de Zinave, en Mozambique.

Hasta Mabote apenas nos cruzamos con vida. En las pequeñas aldeas dejamos atrás las miradas de las gentes a las que les sorprende que pase algo frente a su mirada. Unos niños corren junto al coche y nos llaman “mlungus”. A lo lejos se ven mujeres cargando agua y leña. Nada más. No hay nada más.

En las pequeñas aldeas dejamos atrás las miradas de las gentes a las que les sorprende que pase algo frente a su mirada

No llevamos comida, la olvidamos, así que masticamos unas galletas que José y Antonio, dos amigos portugueses con los que comparto ruta, tuvieron la precaución de traer. El camino se hace largo hasta que llegamos a Mabote, una sorprendente ciudad cuidada, limpia, que cuenta con un dispensario, gasolinera, escuelas, colmados, bares…  “¿Cómo puede haber una ciudad así en un lugar así?”, pienso.

Allí vemos un cartel que indica que faltan 91 km, ya llevamos 170 km desde Vilanculos, al Parque Nacional de Zinave. Tomamos una carretera más estrecha que sale a mano izquierda y nos adentramos en el vacío de la selva. El camino es algo más incómodo, pero mejor de lo esperado. El coche anda a una media de 50 km por hora. Comienza a lloviznar. Volvemos a atravesar alguna villa pequeña. Las chozas de cañizo se desperdigan en un orden estricto. Donde no hay vegetación hay casas. Mejor dicho, en medio de aquella vegetación hay algunas casas.

Donde no hay vegetación hay casas. Mejor dicho, en medio de aquella vegetación hay algunas casas

Finalmente llegamos a un portón casi abandonado que hace de entrada. Un hombre y una mujer se levantan del suelo de una choza y se acercan. Ella tiene el pelo lleno de moscas y la cara alegre. “Tiene que pagar 200 meticais por persona y 200 por el coche”, nos explica. “¿Qué animales hay?”, preguntamos. Él duda y con la parsimonia con la que contestan los mozambiqueños aclara: “Ñu, jirafa….y etcétera” (En el etcétera, con el que nos moríamos de risa, engloba todo lo que se mueva y no sean ñu y jirafa. Practicidad africana). Ella vuelve a tomar la palabra: “Si quieren ver animales tienen que ir al santuario, también tendrán que pagar”. En estos momentos ya hemos entendido que cualquier duda que ella resuelva tendrá un coste.

Entramos en Zinave. Pronto comprendemos que el parque está casi abandonado. Los primeros 30 kilómetros, hacia un lodge que anuncian en el camino, vemos unos monos y algunos impalas. Los árboles se aguantan en manada unos sobre los otros. Llegamos por fin a una señal que pone campamento. Cruzamos la puerta y descubrimos unas casas y tiendas en las que hay numerosos rangers. Nos explican que están contando la población animal y que el Gobierno tiene un proyecto para repoblar de vida salvaje la zona.

De una tienda grande sale un chico blanco, joven, con una sonrisa agotada

De una tienda grande sale un chico blanco, joven, con una sonrisa agotada. Es Antonio, un italiano que está haciendo una tesis universitaria en Zinave. Intenta dar un sentido turístico a una extensión natural protegida de 40.000 hectáreas. Pronto nos arregla una visita al santuario con Ricardo, un ranger del parque. Los dos suben a nuestro vehículo. Antes, pagamos otros 450 meticais por la visita.

Cruzamos la valle electrificada que divide el santuario del exterior. “Hay 4 jirafas, 60 cebras y cientos de ñus que vinieron de Sudáfrica. También hay un búfalo que quedó aquí encerrado cuando hicimos la valla y ahora no puede salir”, nos cuenta Ricardo. Comenzamos a hacer kilómetros y no vemos un solo animal. “¿A ver si os habéis dejado la puerta abierta?”, le pregunto a un entusiasta Ricardo que siempre responde que “hay muiiiiiitos animales acá”, sin inmutarse por el complicado hecho que de llevamos más de una hora dando vueltas por un área vedada y no hemos visto ninguno. “Hay detrás de los árboles están las cebras”, anuncia nuestro ranger con aplomo. Nosotros vemos miles de ramas y hojas.

“Cada día me tengo que preocupar por buscarme comida. Aquí no hay nada”

El italiano mientras me explica que no puede hacer nada. Que no tiene el chófer prometido, ni el ordenador, ni el coche, ni los mapas. “Cada día me tengo que preocupar por buscarme comida. Aquí no hay nada”, me explica. No lo dice con ansiedad, pero sí con la desilusión del que entendió que no hará lo que vino a hacer. “El parque es muy bonito, pero no lo saben vender”, confiesa justo en el momento en el que él divisa a las jirafas. Son cuatro, jóvenes, que quedan paralizadas ante nuestra presencia. Cuando intentamos acercarnos huyen entre la densa vegetación.

Decidimos ir entonces a ver el lodge. Está cerrado. Supongo que a la espera de personas y animales, no sé en qué orden. Hay cuatro bungalows de madera que dan a un río. El sitio es bonito, las casas son nuevas, aunque ya comienzan a parecer viejas. Hay también un restaurante que da al caudal en el que Antonio duerme en una tienda de campaña. Unos chicos -vive gente dentro del parque- caminan por las aguas. “No deberían hacerlo, les puede atacar un cocodrilo. Nunca nos hacen caso y luego vienen los problemas”, me dice Ricardo. Todo está allí y allí no hay nada. Es una sensación rara.

Nos vamos de Zinave. Justo en ese momento traen detenidos a dos hombres a los que han pillado haciendo talas ilegales. Me despido de Antonio con una cierta pena. Le veo irse a su tienda con la sensación de dejarlo abandonado en medio de aquel lugar perdido. No es el Parque un sitio aún para llevar turistas como yo había ideado. Quizá en dos años o en cinco lo sea, quizá nunca lo vaya a ser. “Volveré en un tiempo”, pienso mientras nos cae un aguacero que no me deja ver la carretera. Puede que nosotros hayamos sido los primer os o los últimos turistas de este lugar.

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Comentarios (3)

  • Maló

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    Un de los Antonios soy yo! Abr Javier

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  • Javier Brandoli

    |

    Y fue un placer compartir contigo la visión de las únicas cuatro jirafas de Mozambique. Abz y hasta pronto

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  • Luis

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    He estado dos veces en los ultimos 6 meses en zinave y el parque es una maravilla, los baobabs son enormes. Los de Peace Parks estan sacandolo adelante trayendo muchos animales de sudafrica y mozambique. Ya se puede disfrutar de ver ñus, cebras, wsterbucks, elefantes, búfalos, reedbucks, impalas y un largo etcétera. El campamento es prácticamente el mismo del que hablais pero con pequeñas tiendas y la misma ducha
    En un par de años el sa taurino de 20000 has será divno de visitar.

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