De Etiopía a Uganda: viaje a las Fuentes del Nilo (II)

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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“Aquella vista es de las que se contemplan horas y horas sin experimentar cansancio: el ruido de las aguas, los millares de peces viajeros, que saltaban en las cascadas con todas sus fuerzas; los pescadores waganda y wasoga, que llegaban en botes y se diseminaban por todas las rocas provistos de cañas y arpones; los hipopótamos y cocodrilos, que flotaban soñolientos en el agua; el paso de las barcas arriba de las cascadas; el ganado, que se abrevaba en las orillas del lago (…) En una palabra: el conjunto ofrecía el cuadro más interesante que pudiésemos soñar”. Era el 28 de julio de 1862 y John Hanning Speke acababa de descubrir las Fuentes del Nilo en el lago Victoria, en Uganda (entonces Buganda). “The Nile is settled” (el Nilo está fijado), telegrafió a la Real Sociedad Geográfica de Londres, en cuanto tuvo ocasión, desde El Cairo. El gran misterio geográfico estaba por fin resuelto.

Casi un siglo y medio después. 18 de octubre de 2010. Un inmenso cartel publicitario de una cerveza local saluda la llegada a las Fuentes del Nilo en Jinja (82 kilómetros desde la capital, Kampala, apenas hora y media en coche). Un monolito despeja cualquier duda. “Aquí nace el Nilo”, viene a proclamar. La bajada a la orilla está flanqueda por tenderetes de souvenirs para turistas. Abajo suena música country. De los chiringuitos cuelgan banderas del Real Madrid, del Barcelona, del Manchester, del Milán… La aldea global ha llegado, también, a las míticas Fuentes del Nilo.

“Aquella vista es de las que se contemplan horas y horas sin experimentar cansancio», escribió Speke en su diario

De las cataratas que cautivaron a Speke, que las bautizó como Ripon Falls en honor al entonces presidente de la Royal Geographical Society, no queda ni rastro desde 1954. Cuando se construyó la presa de Owen Falls quedaron sumergidas. El paisaje, no obstante, sigue siendo bellísimo. Y la emoción por pisar el nacimiento del Nilo Blanco, años después de llegar a las Fuentes del Nilo Azul en Etiopía, oscurece cualquier servidumbre turística con la que este lugar mágico ha pagado el peaje del paso del tiempo.

Llegué a Jinja junto a mi amigo (y socio en esta fascinante pasión que es VaP) Javier Brandoli tras un inolvidable viaje por tierras ugandesas del que espero ir dando reposada cuenta en estas mismas páginas. Para ambos era un momento muy especial. Javier ponía el broche a una larga temporada en África que le había cambiado la vida y yo contaba los días para conocer a otra África, mi hija, que nacería un mes después.

La emoción por pisar el nacimiento del Nilo Blanco oscurece cualquier servidumbre turística con la que este lugar mágico ha pagado el peaje del paso del tiempo

La entrada al memorial de Speke, en la orilla oeste del río, cuesta 10.000 chelines ugandeses por cabeza (un euro se cambiaba a 3.000 chelines por entonces) más otros dos mil por el vehículo. Nos cobran 24.000, rebañándonos tres euros a cada uno. Somos los únicos turistas, porque en temporada de lluvias viene menos gente, así que nos mostramos comprensivos con el inesperado óbolo. Más adelante toca negociar el precio de la barca que debe llevarnos al islote junto al que los naturales sitúan el verdadero nacimiento del Nilo Blanco y cruzarnos después a la otra orilla para echar un vistazo al monolito erigido en recuerdo de Speke. Ahí sí que lo damos todo para obtener el mejor precio posible, porque tampoco es cuestión de que se corra la voz de que merodean por aquí dos bobos mzungus (hombre blanco en swahili) de billete fácil. Para entretener el tira y afloja, el guía nos cuenta que es un experto nadador (uno menos del que preocuparse si la balsa hace aguas) y que entrena todos los días en una piscina al aire libre de Jinja.

Cerrado el trato, esperamos la salida haciendo equilibrios en los pilares de un puente que ya no es. El sonido de las aguas ahoga la música de los chiringuitos. Frente a nosotros se elevan las “pequeñas colinas cubiertas de verdura, con árboles en las vertientes y huertos en las partes bajas” que subyugaron a Speke. Los pescadores echan a volar sus redes desde las barcazas. Ahora sí podemos hacernos una idea del paisaje que enamoró al explorador, “la perspectiva más interesante de todas las que había visto en África”. Los segundos se alargan, como si quisieran regalarnos más tiempo para recuperar la perspectiva de dónde estamos, que a veces naufraga cuando llegamos a un lugar ansiado y no nos encontramos lo que soñamos. Sí, es verdad, es un privilegio estar aquí y conviene no olvidarlo.

Los segundos se alargan, como si quisieran regalarnos más tiempo para recuperar la perspectiva de dónde estamos

Navegamos hasta el islote, donde una mujer de mirada cansada vende artesanía local a los turistas, o sea nosotros dos. Por el escaso empeño que le pone al asunto más bien parece que está cumpliendo resignada un destino fatal. El guía nos muestra el lugar donde las aguas borbotean señalando el nacimiento del Nilo. Se trata, una vez más, de un acto de fe, al que nos sumamos sin rechistar. En un extremo del pequeño islote, un cartel hace gala de que aquí se encuentran “las verdaderas fuentes del Nilo”. El lago Victoria-Nyanza se abre frente a nosotros majestuoso, disipando cualquier atisbo de duda. No se hable más.

Nos dirigimos ahora al lugar donde Speke realizó su “descubrimiento” (en la placa del memorial se borró la palabra “descubridor”), en la orilla oeste del río, surcado por barcas de pescadores que esperan llenar sus redes de tilapias, la perca del Nilo, introducida en sus aguas en los años 50 y cuya presencia ha acarreado la desaparición, desde entonces, de alrededor de 200 especies autóctonas. Es lo malo de invitar a casa a desconocidos.

Speke se dejó llevar por la emoción: «Llegué a pensar que con una esposa y rodeado de familia, un yate, un rifle y una caña de pescar de buen grado habría pasado allí el resto de mi vida”

El obelisco está en lo alto de una colina, desde la que el viajero ve lo que Speke vio entonces y se imagina lo que ya no está. Pero pisar sus huellas es, de por sí, suficiente recompensa.

“Pude observar que, sin ningún género de duda, el viejo, el venerable padre Nilo, nacía en el Victoria Nyanza y que, por tanto, y tal y como antes había afirmado, este lago es la gran fuente del Río Sagrado, la cuna del primer expositor de nuestra creencia religiosa”. Speke se dejó llevar por la emoción del momento y, como cualquier viajero de entonces y de ahora, se permitió la licencia de soñar. “Tan agradable y apacible me pareció aquel sitio, que llegué a pensar que con una esposa y rodeado de familia, un yate, un rifle y una caña de pescar de buen grado habría pasado allí el resto de mi vida”. ¿Cuántas veces hemos pensado lo mismo al sorprendernos en algún rincón remoto? A Speke la vida, que había sido tan generosa con él grabando su nombre en la Historia, ni siquiera le dio la oportunidad de hacer realidad su Arcadia africana: dos años después, moría en un absurdo accidente de caza, a unas pocas horas de medir fuerzas con Richard Burton ante la Sociedad Geográfica acerca del controvertido nacimiento del Nilo.

Me pesan las piernas mientras abandonamos el lugar con la sensación de que no regresaremos. Te preparas durante años para alcanzar un sueño, pero nunca te paras a pensar en qué sucede cuando se esfuma

De vuelta a la otra orilla, ejercemos de turistas y nos tomamos unas cervezas en uno de los chiringuitos, disfrutando ahora sí de la música mientras comenzamos a paladear el privilegio que supone haber llegado hasta aquí. Casi siempre es necesaria una cerveza para triturar los prejuicios y las dudas y hacer aflorar las emociones (a veces, lo tengo comprobado, ni siquiera hace falta que esté fría). Antes de regresar a Kampala, nos acercamos al lugar donde en 1948 se esparcieron, a orillas del Nilo, las cenizas de Gandhi, donde el Gobierno indio erigió hace unos años un monolito del apóstol de la no violencia.

Me pesan las piernas mientras abandonamos el lugar con la sensación de que no regresaremos. Uno se prepara durante años para alcanzar un sueño pero nunca se para a pensar en qué sucede cuando se esfuma. Nunca es bueno girarse para mirar atrás, pero ahora sí quiero hacerlo unos segundos, los necesarios para agradecer al “venerable padre Nilo”su hospitalidad. Que el largo viaje te sea leve.

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Comentarios (3)

  • Javier Brandoli

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    Tal cual lo has contado. Gracias amigo por compartir la aventura y por hacérmela recordar. Aquel Nilo forma parte de mis más bellos recuerdos de este continente. Lo explicaste como lo vivimos. Felicidades!!!

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  • Juan Antonio

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    “Aquella vista es de las que se contemplan horas y horas sin experimentar cansancio….» Conozco esa sensación de contemplar una vista durante horas y sentir que el tiempo no existe. Ese mimetizarse con el entorno y dejarse volar. Tuvieron que ser momentos mágicos para los dos. Muy buena historia Ricardo, que no Javier¡¡¡ Gracias

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  • ricardo coarasa

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    Gracias Juan Antonio, ser capaz de transmitir esas emociones es suficiente recompensa. Javier, qué decir, añoro ese viaje y también, sobre todo, los que nos quedan por delante.

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