Y en aquella aldea perdida, al norte de Burundi, todo se llenó de alegría, de esa alegría tan adolescente, tan africana, tan necesaria. Y bailaron los pigmeos como si fuera a acabarse el mundo.
No hay mejor equipaje que la alegría. Hoy quiero alzar la copa de los sueños nuevos y brindar por ellos. Quiero descorchar nostalgias, beberme a raudales la vida y festejar que un día salimos al encuentro del mundo, y el mundo nos estaba esperando... con su irreductible alegría.