En ninguno de esos sitios busqué el riesgo, de hecho tengo por costumbre intentar evitarlo, pero es más fuerte la querencia de conocer el mundo y tratar de completar el puzzle inabarcable de la raza humana. Y eso no me convierte ni en un héroe ni en un gilipollas.
Y en aquella aldea perdida, al norte de Burundi, todo se llenó de alegría, de esa alegría tan adolescente, tan africana, tan necesaria. Y bailaron los pigmeos como si fuera a acabarse el mundo.
"Vimos a muchos hombres cargando de forma exagerada el fruto de la palma de aceite en sus bicicletas, como si arrastrasen su destino, su penitencia. Sobre las chanclas parecían empujar un castigo de guerras y genocidios."
Yo creo que bucear es sumergirte en un sueño, que todo es mentira, porque no es posible tal coordinación de algas y peces que no se tocan, de barracudas y anémonas, de aletas irisadas y de silencio, todo a la vez, como una poseía marina.
"No hay fiestas histriónicas, ni macarras en moto, ni chicas vendiendo una noche de verano, ni chiringuitos de playa. En la isla de Santa Cruz sólo se escucha el sonido de las olas y el aleteo de los pelícanos."
Casi en susurros nos contó que el Mirador era el mayor legado de los mayas, que más allá de Tikal, oculta en la selva se hayan sus ruinas engullidas por la maleza, una ciudad más extensa que Chichén Itzá, más antigua que Palenque, más olvidada que todas ellas.
Si los elfos quisieran habitar este planeta, harían de Canaima su hogar. En la Gran Sabana de Venezuela se extiende este territorio que algunos lugareños comparan con una mujer. Pero es necesario subirse a un helicóptero para entender que a veces el mundo se vuelve loco y explotan los paisajes en cataratas y en paredes imposibles.
El placer de la nada. En Mongolia es posible conducir con los ojos cerrados durante un buen rato. Habíamos dejado atrás Ulán Bator y ya sólo teníamos por delante un horizonte limpio, un paisaje vacío y una sensación de libertad desbordada.
Esta ciudad es el legado de un loco, por eso tiene algo de onírico y delirante, algo de fantasía y de desdicha. Los emperadores, como los zares, suelen perder el rumbo de sus aspiraciones y acaban reclamando lo imposible porque nadie se atreve a decirles “basta”.