Y en aquella aldea perdida, al norte de Burundi, todo se llenó de alegría, de esa alegría tan adolescente, tan africana, tan necesaria. Y bailaron los pigmeos como si fuera a acabarse el mundo.
Ocurrió en las Bocas de Dzilam, al norte de la Península de Yucatán, en un lugar que no es ni costa, ni selva, ni manglar, pero tiene un poco de todo, como si el caos fuera su estado natural.