Viajar con «La Roja» y la marca España

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
Previous Image
Next Image

info heading

info content

Quizá sea porque el mundo es redondo como un balón y llevábamos en las entrañas pegarle patadas a nuestro propio planeta en venganza por tenernos encerrados en un lugar tan inmenso como finito. Hablar del fútbol, menos en ciertas “élites culturales” a las que no entro en sus gustos los comparta o no, que nunca me han gustado los clasismos y menos aún los culturales a los que ni siquiera les doy el beneficio de la duda de la ignorancia, es hablar del mayor símbolo común que yo he encontrado en todo el globo.

He visto a chicos en Nepal, en el valle de Katmandú, bajo la sombra del lejano Everest y un aguacero que te empapaba los huesos, perseguir con los pies una pelota pinchada que se esforzaban en que no se ahogara en los charcos; he contemplado en las montañas de Ecuador, casi a la altura en la que se divide el mundo entre los de arriba y los de abajo, a un grupo de niños sacudiendo patadas a una botella y celebrando cuando eran capaces de introducirla entre dos palos; he jugado en Namibia un partido con himbas en un terreno lleno de piedras, que amenazaban con rasgarte la carne al primer roce, en el que algunos de los oponentes jugaban descalzos; he cruzado en Zambia, a la entrada del Kafou Park, por un colegio en el que decenas de estudiantes corrían tras una cosa que simulaba ser un esférico de trapo; he hecho un reportaje en Sudáfrica, en Ciudad del Cabo, de un equipo del “township” de  Langa que entrenaba en un lustroso campo en el que los preservativos se agolpaban en el césped; he asistido a un partido en Buenos Aires, en el campo de Boca Juniors entre la famosa barra brava de la 12, en el que miles de personas comenzaban a botar dos horas antes del encuentro y se marchaban dos horas después botando a la cama; he sido hace años co-creador de un periódico de fútbol regional de Madrid en el que cada domingo íbamos a sitios muy humildes en los que rifaban cualquier cosa para pagarse el autobús de vuelta a casa.

He visto a chicos en Nepal, en el valle de Katmandú, bajo la sombra del lejano Everest y un aguacero que te empapaba los huesos, perseguir con los pies una pelota pinchada que se esforzaban en que no se ahogara en los charcos

¿Qué tienen en común la realidad de todos esos lugares? Quitando las cosas obvias, que viajando descubres que ni en los rincones recónditos del globo se anda de espaldas o se duerme de día, uno de los más evidentes enlaces es el fútbol. Y en eso, en ese deporte que seduce a casi tod@s, España se ha colocado como una marca de excelencia. Este pasado fin de semana escribía un artículo en El Confidencial sobre el gran crecimiento económico que el Banco Mundial pronostica a África y la oportunidad de negocio para las empresas españolas. Seis de los diez países que más crecerán hasta 2014 son africanos. “El fútbol ha contribuido mucho a dar a conocer la marca España en un lugar en el que no existíamos”, me decían en Casa África, poco sospechosos de ser hooligans. Traducido a pie del terreno, muchos empresarios españoles no tendrán que jurar y perjurar que España no está en América y no tendrán que enfrentarse a la desconfianza de un interlocutor que no se fía de los que no coloca en el mapa. La embajada española en Sudáfrica me explicaba tras ganar el Mundial que una campaña de imagen como esa para dar a conocer el país en el continente hubiera costado muchos años y algunos millones de euros. ¿Resultado en los meses siguientes? Subieron los visados para turistas y creció el flujo comercial casi un 16% (evidentemente el fútbol no es el único factor de ese crecimiento, es sólo un apoyo de marketing).

La embajada española en Sudáfrica me explicaba tras ganar el Mundial que una campaña de imagen como esa para dar a conocer el país en el continente hubiera costado muchos años y algunos millones de euros

¿Y al viajero en que le influye? En la conversación fácil, la puerta de entrada, una tarjeta de visita universal. Yo, tras la Copa del Mundo de 2010, usé en ocasiones la roja (camiseta de España) cuando viajé  por varios países africanos. Me la ponía para saber hasta dónde pasaba por lugares en los que había llegado la globalización de la televisión. Sólo en Zambia, en una pequeña aldea que había cerca de Livingstone, no la reconocieron. En el resto del continente mi llegada, con o sin casaca, iba siempre seguida de un “world champion”, unas risas y un primer fácil contacto.

Así ha sido desde entonces. Siempre La Roja, el Barcelona, el Real Madrid, Messi, Xavi o Cristiano Ronaldo como excusa para comunicarte. Eso ha pasado toda la vida, que al turista se le engancha por lo evidente, pero ahora ocurre en sitios donde no se comercia con los viajeros y el tono es de cierta admiración por ser parte del país en el que juegan los mejores a ese juego de una pelota y un montón de gente corriendo a su lado al que juegan todos. Pocas veces me han preguntado por el museo del Prado, Zapatero, Rajoy o Almodóvar. Bueno o malo, no es tampoco nada criticable, que podemos hacer la prueba ahora de pregunta-respuesta: ¿quién es Dilma Rousseff, Wolfgang Schaüble o Crhis Martin? ¿Y Neymar, Ozil y Beckham?  Pues eso, conocimiento para derribar las barreras de lo desconocido. Comunicación. Esa otra realidad que nunca se cuenta del fútbol.

  • Share

Comentarios (2)

  • Ana

    |

    ¿qué es un 9?
    Genial el artículo… de verdad. Ahí están los viajeros derrumbando mitos, aunque sea a patadas y a un balón

    Contestar

  • Javier Brandoli

    |

    Viajar derriba muchos estereotipos. Lo hace desde la prmera sensación de que son ciertos hasta la realidad de que son sencillamente generalidades con muchos matices. Por eso es un placer salir de casa a ver o que hay fuera.

    Contestar

Escribe un comentario