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Escolta en territorio de los Koma, Camerún Escolta en territorio de los Koma, Camerún

Cuando se muere por vivir

En ninguno de esos sitios busqué el riesgo, de hecho tengo por costumbre intentar evitarlo, pero es más fuerte la querencia de conocer el mundo y tratar de completar el puzzle inabarcable de la raza humana. Y eso no me convierte ni en un héroe ni en un gilipollas.

Las razones del viajero

Los viajes han sido siempre la excusa perfecta para no mirarnos a nosotros mismos, para volver la cara al espejo. Y lo digo con la conciencia de haber recorrido un puñado de países de cada rincón del planeta, desde Alaska hasta Ushuaia, desde Sudáfrica a Iverness, desde Australia hasta el Himalaya.

Un paseo en el jardín

Decidí hacerlo. Dejé el confort de la zona de confort y decidí probar. Hice una lista de lo que dejaba atrás: un trabajo, una casa, una familia y amigos maravillosos, una televisión que entendía, una sombra y un puchero. Luego, cuando ya anochecía el repaso, añadí un coche, mi edredón, mil tabernas y un cd. ¿Qué me espera? Hice otra lista que tras largas noches en vela rellené con un “no lo sé”.

El viajero sedentario

El viajero sedentario no recuerda cuándo ni cómo dejó de viajar. Un mal día, sucedió. Del calendario se cayeron mapas, aviones y rutas con la misma facilidad con la que, de repente, llega el invierno.

Elogio del desconcierto

El desconcierto de una ciudad nueva que te convierte en extraño, o de un paisaje del que nunca pensaste formar parte, descompone el puzzle de lo que eres (en realidad, de lo que crees ser) al mismo tiempo que distorsiona ideas preconcebidas y te sitúa frente a un espejo en el que no es seguro que lo que veas reflejado te guste.

Donde no me espere nadie

Me gustaría hacer lo mismo que Elizabeth Gilbert en Bali : comprar un billete a un destino donde no me espera nadie, sin saber dónde voy a vivir, ni lo que voy a hacer, ni saber ni a cuánto está el euro, ni cómo funciona lo de los taxis en el aeropuerto...

El día que deje de ver el mar…

Todo es mar, como cuando bajo a la playa y ayudo a los pescadores a tirar de las redes que ponen por la mañana (algo que no hago mucho porque en cuanto me acerco me dejan tirando de la red mientras ellos me animan a continuar). Grupos de mujeres y niños que arrastran durante una hora una red eterna, que pesa como el océano y que trae pequeños peces que son el alimento de decenas de personas que sin verlos viven cerca.

Sri Lanka: comer en el tren del té

Ya he comido frutos secos, dos cafés, mordisqueado un poco de piña picante y tragado una empanadilla de atún y patata. Estoy gordo y feliz. Seguimos ganando altura, y la selva se va despejando, dejando paso a los campos de té. Cascadas, mujeres que recogen hojas, factorías blancas, pueblitos minúsculos y templos hindúes.
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