Un puente, sólo un puente de calculo algo más de dos kilómetros de largo, me separa de la Isla de Mozambique. Una pequeña ínsula de tres kilómetros de longitud por 400 metros de ancho. Un pequeño trozo de tierra perdido en medio del océano Índico que, sin embargo, es Patrimonio de la Humanidad desde 1991. He imaginado este lugar muchas veces desde que hace algo más de un año llegué por primera vez a Mozambique y la falta de tiempo me impidió llegar tan al norte. Imagino una pequeña Lisboa (creo que busco esta ciudad, como símil, en muchos lugares), algo decadente, enclavada en medio de un sitio de aguas verdes y mansas, con playas de arena fina y edificios ilustres cubiertos por una capa de polvo. “Un lugar tranquilo, apartado, que poco habrá cambiado desde que Vasco de Gama llegará en 1498”, me digo.
Cruzamos el largo puente. Ya estoy en la Isla de Mozambique.
La ínsula es algo distinta a como la había imaginado. Pensé que era una especie de museo para turistas, amantes de la historia y la naturaleza, retirado del presente
La ínsula es algo distinta a como la había imaginado. Pensé que era una especie de museo para turistas, amantes de la historia y la naturaleza, retirado del presente. Miro por la ventanilla y veo una ciudad normal: mozambiqueños que arreglan motos de octava mano, puestos donde se vende comida, pequeños colmados, algún artesano que espera la visita de los turistas, pescadores que salen con sus barcas y algunos que sujetan finos sedales entre sus dedos, iglesias antiguas, casas derruidas, un enorme fuerte de piedra, un viejo teatro cerrado, bellas playas sin toallas, ninguna amenaza de un gran hotel, personas sentadas frente a sus casas que te miran de reojo, un mercado de chamizo, un partido de fútbol junto al mar.
Los turistas no hemos arrinconado a sus habitantes y los hemos convertido en otro souvenir más sin espacio ni tiempo
Isla de Mozambique no se parece en nada a lo que pensé, es mejor, es un mundo de piedra añeja, de pasado, en el que la vida transcurre a paso lento. Los turistas no hemos arrinconado a sus habitantes y los hemos convertido en otro souvenir más sin espacio ni tiempo. La impresión es que todo está a punto de caerse. Esa es su magia, la de ser desde el ayer más que desde el hoy o mañana. Es especial este lugar, sin duda.
Intentamos alojarnos en el que nos han dicho es el mejor hotel de la Isla, el Escondidinho, pero está lleno. Un chico se ofrece entonces a llevarnos a otro hostal, el Motxileiro. Habitaciones sencillas, con viejos muebles de madera y un biombo que separa el baño del cuarto. Tiene cierto encanto aquel aire antiguo y decidimos alojarnos allí. Salimos a tomar algo y paramos en el Áncora d´Ouro, un agradable bar que junto al del Escondidinho se convertiría en nuestro cuartel central durante las siguientes jornadas.
Un chico se ofrece entonces a llevarnos a otro hostal, el Motxileiro. Habitaciones sencillas, con viejos muebles de madera y un biombo que separa el baño del cuarto
Al día siguiente, una noticia cambia mis planes. El Rey ha sido pillado en una cacería en Botsuana y en mi periódico quieren que les haga una pieza, hasta se barajó durante 24 horas la posibilidad de que cogiéramos el coche y nos cruzáramos Mozambique, Zimbabue y Botsuana en busca de la historia. Paso el día en el Escondidinho (único lugar con conexión que conozco), escribiendo una historia similar que supe hace un año en Zimbabue, hablando por teléfono con Madrid y perdiéndome parte del encanto de la isla. Daniel sí sale a grabar en video y se trae unas maravillosas imágenes en las que un grupo de chicos pescadores acceden a bailar sobre sus barcas mientras a sus espaldas se contempla un rojizo atardecer. Aquella noche siento la frustración del viajero que no puede contemplar el viaje y una cierta emoción a cambio de obtener un sí de Madrid que me lleve a un viaje inesperado, ir de nuevo al Delta del Okavango en una frenética ruta.
Aquellos pioneros portugueses con dificultad podían imaginar que su fortín se convertiría por momentos en un macro botellón, una discoteca con música en vivo
Sin embargo, habría recompensa aquella noche a tanto trabajo. Daniel ha entablado amistad con un grupo de españoles que viven en Mozambique y están pasando allí el fin de semana. Nos invitan a ir a un concierto que habrá en el Fuerte por la noche. Vamos. Hay cientos de personas que rodean la vieja fortaleza de San Sebastián, cuya construcción empezó en 1558. Aquellos pioneros portugueses con dificultad podían imaginar que su fortín se convertiría por momentos en un macro botellón, una discoteca con música en vivo. Bailamos y bebemos hasta alta hora rodeados de niños, que aquí no tienen hora para irse a la cama, jóvenes completamente ebrios que pegan la hebra con cualquiera, el simpático grupo de español@s y cualquiera al que te acercaras, que las conversaciones fluían al mismo ritmo con el que la música se derramaba desde el escenario.
Los macua son una etnia de esta zona, que habla bantú, se pinta la cara de blanco para preservar la piel, y cuyos antepasados al ser esclavizados fueron llevados en buena parte al Caribe, especialmente a Cuba
Al día siguiente, otra vez a esperar algunas llamadas. No había conexión en el Escondidinho y fue una amable portuguesa la que me abrió la puerta de su backpacker, Ruby, para que pudiera conectarme. Finalmente el costo del viaje a Botsuana impidió nuestra marcha y la decepción (todos nos veíamos ya cruzando África de nuevo en un viaje sin plan) la apagamos con una comida en Casa Sara. Un restaurante local en el que Sara, una mujer oronda, cocina platos típicos (“es una celebridad del fogón en este país”, nos explican). Nosotros, entre tanta oferta nos decidimos por la más típica de todas las apetitosas opciones: cuatro inmensas langostas que estaban exquisitas. Además, pude fotografiar a una macua con la cara pintada de blanco que trabajaba en la cocina. Los macua son una etnia de esta zona, que habla bantú, se pinta la cara de blanco para preservar la piel, y cuyos antepasados al ser esclavizados fueron llevados en buena parte al Caribe, especialmente a Cuba. (En realidad, la gran mayoría de la población de la Isla es macua pero no todos llevan la tez cubierta de esa crema blanca).
¿Os habéis dado cuenta del gran viaje que nos hemos pegado, de todo lo que hemos visto y de todo lo que hemos pasado?”
Ya por la tarde, pude darme un pequeño paseo por la isla antes de que se pusiera el sol. Acercarme a la estatua de Vasco de Gama, al Palacio del Gobernador o a la Capilla de Nuestra Señora del Baluarte, de 1522, y considerada la construcción europea más antigua del sur de África. A la mañana siguiente, para quitarme algo más el gusanillo ya cuando partíamos, dimos una vuelta algo más extensa a la isla con el coche, pero me fui de allí con la sensación de tener que volver y de andar con calma aquel lugar, la misma calma que mece sus vidas. Acababa el plan de viaje, ya habíamos terminado el trabajo para nuestra ruta. Cuando volvíamos a cruzar el largo puente que comunica con el continente alguien dijo: “¿Os habéis dado cuenta del gran viaje que nos hemos pegado, de todo lo que hemos visto y de todo lo que hemos pasado?”. Creo que sí que éramos conscientes y una cierta pena nos golpeaba a todos. Volvíamos a Vilanculos a intentar digerir tantas emociones vividas en tan poco tiempo. En un mes habíamos visto parte de un África que desconocíamos y que ya de por vida nos ha enamorado.
P.D. En Isla de Mozambique termina la ruta que en agosto haremos por Sudáfrica, Malawi y Mozambique y cuya información está en la parte de arriba, a la derecha, de esta página.