La cascada frente a nosotros tenía colores increíbles: la piedra colorada, el verde oscuro de la vegetación y el celeste profundo del cielo. A eso se le agregaba un arco iris multicolor formado por las pequeñas gotas de agua en suspensión. La paz bucólica que nos rodeaba no presagiaba que estábamos a los pies del único volcán activo de la Argentina. El Río Agrio, que nos deleitaba con su cascada, tenía su nacimiento en la ladera del mismísimo volcán Copahue cuyo nombre en mapudungún (lengua mapuche) significa lugar de agua con azufre.
Luego de sacar gran cantidad de fotos seguimos camino hacia el pueblo de Caviahue, donde pasaríamos la noche. El lago, al borde del cual se encuentra la población, se llama Agrio debido a que sus aguas sulfurosas provienen del río del mismo nombre. En cambio su nombre mapundungún, Caviahue, significa lugar de encuentro. Mi mente de novelista imaginó que en ese lugar donde estábamos se encontraban tribus mapuches de ambos lados de la cordillera, en fechas especiales, para comerciar y realizar sus ritos.
El Río Agrio, que nos deleitaba con su cascada, tenía su nacimiento en la ladera del mismísimo volcán Copahue
Volviendo al mundo actual, y aprovechando que nos quedaban unas horas de luz, hicimos una corta caminata hasta la cercana Laguna Escondida. Como su nombre lo indica, ésta no es visible desde el pueblo porque se encuentra más alta, escondida en una especie de terraza sobre la ladera del volcán.
Luego de una media hora de camino ascendente llegamos al espejo de agua rodeado de araucarias, pehuenes para los mapuches. Cuando lo vi comprendí inmediatamente que se trataba de un antiguo cráter volcánico. Pero al asomarme al balcón natural sobre Caviahue y a su lago entendí que también el pueblo y el lago se asientan en un cráter mucho mayor que el de la Laguna Escondida. Me quedé un largo rato admirando ese paisaje mientras me visitaban los fantasmas de los miles de mapuches que se habrían reunido en el lugar durante siglos pasados. Atrás mío, omnipresente, el majestuoso volcán Copahue me observaba y quizás hasta me desafiaba.
Del lado argentino de la cordillera sólo quedan volcanes extinguidos mientras que del lado chileno hay infinidad de conos en actividad
Por la noche leí algo más de la historia de la zona y nos fuimos a dormir temprano, ya que al día siguiente emprenderíamos el largo ascenso al cráter. Al cerrar los ojos los fantasmas de los aborígenes volvieron a mí. Entre sueños vi como el doctor Pedro Ortiz Vélez le pedía al cacique Cheuquel permiso para llevar sus enfermos a las aguas termales del volcán, apostando a sus cualidades curativas. Así los blancos, huincas para los mapuches, comenzaron a llegar a la zona y así los mapuches comenzaron a perder su tierra.
Por la mañana desayunamos rápido para llegar a tiempo al punto de encuentro con el resto del grupo que ascendería con nosotros. Hicimos un tramo de subida en nuestra camioneta pasando por un lugar llamado las “Maquinitas”. Seguramente tomó su nombre del hecho de que allí el agua termal arroja gran cantidad de vapor al aire frío, lo que recordaría, a esos exploradores de fines del siglo XIX, a maquinas a vapor.
Tres cráteres alineados
Partimos hacia la cima en una larga caminata prevista en cinco horas de ascenso. Mientras avanzábamos me puse a charlar con el guía. ¿Qué significaban esos viejos cráteres? Me explicó que el más bajo, donde está el lago y el pueblo, es el más antiguo. Miles de años después se creó otro donde ahora está la laguna Escondida. El último en formase fue el actual, el de la cumbre del volcán.
Tres cráteres alineados ¿Pero por qué la fractura se fue moviendo hacia el oeste? Me explicó que eso lo genera el movimiento de las placas tectónicas moviéndose en esa dirección. Por tal motivo, del lado argentino de la cordillera sólo quedan volcanes extinguidos mientras que del lado chileno hay infinidad de conos en actividad. Casi podríamos decir que el Copahue se está despidiendo de la Argentina. En algunos miles de años un nuevo cráter aparecerá del lado chileno. Mientras tanto el Copahue todavía puede hacer de las suyas de tanto en tanto…
Había una gruesa placa de hielo cortada por un hilo de agua bordeado de unas piedras con colores muy fuertes. Aquí nace el río Agrio
Al principio la subida no era difícil, pero de a poco la inclinación se fue acentuando. Partimos de poco más de 1.000 metros sobre el nivel del mar, y al cabo de dos horas el guía, sabedor de que aún faltaba lo más difícil, nos hizo detener para descansar. Para ello eligió un lugar muy especial. Había una gruesa placa de hielo cortada por un hilo de agua bordeado de unas piedras con colores muy fuertes. “Aquí nace el río Agrio” dijo al tiempo que le advirtió al grupo de que no tocaran el agua. No sólo estaba hirviendo sino que su enorme concentración de minerales la hacen venenosa para el humano. “¿Y el color de las piedras?”, pregunté yo. Me respondió que se debía a unas ciertas bacterias, únicas capaces de vivir en ese agua.
Seguimos subiendo, la inclinación ya era muy fuerte. Pasados los 2.000 metros, la altura nos permitía apreciar otras montañas de la cordillera. Algunas con su característica forma cónica, nos decían que se trataba de otros volcanes. Quizás esperando el momento de “su” erupción.
El grupo se había cansado no sólo por la inclinación, sino también por el efecto de la altura. Por encima de los 2.500 metros se siente fuertemente el efecto del “apunamiento”
Poco después tuvimos que detenernos otra vez. El grupo se había cansado no sólo por la inclinación, sino también por el efecto de la altura. Por encima de los 2.500 metros se siente fuertemente el efecto del “apunamiento”. Todavía nos quedaba más de una hora para llegar a los dos mil novecientos metros de altura del volcán.
En el último tramo teníamos que atravesar una superficie de resbaloso hielo sucio con una pronunciada pendiente. Cuando ya algunos pedían volver a parar para descansar los de adelante gritaron de júbilo: “¡Llegamos!”
Aceleré para ver el cráter, pero el Copahue me arrojó su último desafío. Un increíble viento de más de cien kilómetros por hora me acribilló la cara con partículas de polvo. Casi no podía ver lo que más me interesaba… El viento del Pacífico, al que ya nada lo detenía en su loca carrera a las llanuras pampeanas, era el último truco del Copahue para impedirnos ver su gran secreto.
El Copahue me arrojó su último desafío. Un increíble viento de más de cien kilómetros por hora me acribilló la cara con partículas de polvo
El cráter del volcán es muy particular, ya que es casi perfectamente circular y su hoyo está pleno de agua. Esa extraña laguna, caliente por la vital actividad geotérmica, humea y burbujea como si se tratase de una visión del infierno. Pero había más. Bordeando el lado oeste del cráter, una gruesa placa de hielo glaciario nos recordaba que estábamos a casi 3.000 mil metros de altura, con el frío que eso significa. Hielo y agua hirviente… ¡que lugar tan particular!
Esa extraña laguna, caliente por la vital actividad geotérmica, humea y burbujea como si se tratase de una visión del infierno
Nos sentamos acurrucados detrás de unas piedras para protegeros del viento. El guía aprovechó para contarnos que el volcán está activo, muy activo. En su última erupción, en el año 2000, la laguna se evaporó de golpe y el hielo se licuó corriendo cuesta abajo. Algo similar había pasado en sus anteriores erupciones de 1992 y 1995. Es decir, que el Copahue venía con actividad continuada. ¿Por qué ahora tantos años de ocio? Dicen que cuanto más tiempo pase sin actividad, mayor será la presión acumulada, lo que fatalmente implicará una poderosa erupción. “¡Bajemos!”, propuse yo no queriendo desafiar esas fuerzas ocultas.
Retomamos el camino con mucho cuidado, ya que el descenso también tiene sus peligros. Mientras intentaba no patinar en el hielo sucio pude observar el lejano lago Caviahue y el verde de las araucarias que lo rodeaban. Recordé la pasada presencia mapuche. Para ellos el volcán, y especialmente su cráter, tenían un profundo significado religioso. Una extraña fuerza interior me hizo darme vuelta y, con una última mirada a la cumbre, despedirme del Copahue con gran respeto.