Cuzco: más cerca del cielo

Las iglesias apuntan al cielo, los indígenas rezan a la Pachamama y los turistas invaden las terrazas. Cuzco enreda sus credos con la misma facilidad que mezcla piedras amontonadas en siglos.

Las iglesias apuntan al cielo, los indígenas rezan a la Pachamama y los turistas invaden las terrazas. Cuzco enreda sus credos con la misma facilidad que mezcla piedras amontonadas en siglos. Hace 3000 años un grupo de aymaras decidió instalarse aquí, extendiendo el Imperio Tihuanaco entre las montañas de los Andes, tal vez porque a 3.400 metros de altitud se estaba más cerca de los dioses. Después llegaron los incas, que también querían expandir su Imperio y más tarde vinimos nosotros, los españoles, que teníamos nuestro propio Imperio, faltaría más. Era lo que se llevaba.

El legado de todo ello es un lugar reconstruido mil veces, con templos cristianos, símbolos incas, prendas aymaras, plazas castellanas, alpacas, trenzas, montañas, leyendas, pisco sour y hojas de coca para combatir la falta de oxígeno.

Me perdí por la ciudad habitada más antigua de América para descubrir su historia en un paseo -osadía de un viajero con prisas- que me llevó hasta la calle Hatun Rumiyoq, donde los incas levantaron el Palacio de Inca Roca, hoy convertido en Palacio Arzobispal.

Tal vez la verdadera catedral se encuentra en los cimientos de la Iglesia del Triunfo, edificada, supongo que por joder, sobre el principal templo inca: el Palacio de Viracocha

El labertinto de calles siempre desemboca en la Plaza de Armas, donde Francisco Pizarro entró victorioso para certificar la conquista de Cuzco. Hoy, el visitante duda de cuál de las dos iglesias es la catedral de la ciudad. Tal vez la verdadera catedral se encuentra en los cimientos de la Iglesia del Triunfo, edificada, supongo que por joder, sobre el principal templo inca: el Palacio de Viracocha. Esa manía de imponer símbolos sobre otros, ese desquite eterno en las conquistas, ese agravio constante que destruye el alma del perdedor.

Sin embargo, la conquista española, pese a su fama de sanguinaria -¿qué conquista no lo ha sido?- mantuvo cierta convivencia racial, un eufemismo que tal vez no alcance el grado de “respeto”. Hoy, hay que adentrarse en el mercado para entender la esencia de sus habitantes. En los mercados hay siempre una dosis de verdad que no puede disfrazarse. Allí están los cuzqueños con sus jubones, sus panes, sus frutos. Allí están los peruanos sin iglesias, las mujeres con sus bombines sin complejos, sus frutas gigantes, sus máquinas de coser ropa de mil colores para olvidar las guerras. Allí están ellos con sus cosas, sin pensar en Machu Picchu, ni en Pizarro, ni en los tesoros de los incas. Allí están y estarán siempre, soltando una oración a la Madre Tierra o un padrenuestro a las montañas, porque aún hoy, a 3.400 metros se está más cerca del cielo. 

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