El cruce de los Andes: la ruta del general San Martín

Había preferido esta ruta porque fue una de las elegidas por el ejército del general San Martín cuando cruzó los Andes buscando liberar Chile durante las guerras de independencia

 Pensábamos ir a las playas de Chile pero, como siempre, queríamos ponerle algo de aventura al viaje, por eso planeamos cruzar los Andes a 4.700 metros de altitud. ¡Algo de aventura! Elegimos el paso internacional de Aguas Negras, uno de los más altos de América. Este nos llevaba directamente hacia la ciudad chilena de Coquimbo, donde nos quedaríamos varios días.

En el puesto de Gendarmería Argentina nos hicieron varias preguntas para cerciorarse de que estábamos preparados para el cruce: combustible suficiente, neumáticos de repuesto, abrigos etc. El camino sólo se abre algunas horas por día en verano y no lo cruzan diariamente más que 15 o 20 personas. El puesto de Carabineros de Chile se encuentra a más de 250 kilómetros de distancia y no hay nada, absolutamente nada, en el medio más que piedra, mucha piedra. Partimos y el camino comenzó a elevarse.

Esta ruta fue una de las elegidas por el ejército del general San Martín cuando cruzó los Andes buscando liberar Chile durante las guerras de independencia

En parte había elegido esta ruta porque fue una de las elegidas por el ejército del general San Martín cuando cruzó los Andes buscando liberar Chile durante las guerras de independencia. Me parecía increíble que ellos hubieran podido recorrerlo a caballo y mula cargando raciones para varios días, municiones e incluso cañones. El camino, aún hoy, tiene gran pendiente, es largo, frío y muy angosto. ¡Lo que habrá sido en aquella época!

A medida que avanzábamos aumentaba el número de manchones de hielo y, a pesar de que estábamos en verano, comenzaron a caer finos copos de nieve. Mi GPS me explicaba el motivo: estábamos a casi 4.000 metros de altitud. A partir de allí, el camino atravesaba varios campos de hielo con formaciones que semejaban a personas con blancas capuchas en punta, parecidas a las que aún hoy se usan en varias fiestas religiosas de España. Por eso, a estas formaciones se las llama “penitentes”. Mientras pasábamos por entre ellos mi mujer observaba con preocupación cómo la camioneta arrojaba cada vez más humo blanco. Yo no quería ponerla nerviosa, pero notaba que también el motor perdía potencia. Lo que antes hacía en tercera marcha tuve que reducir a segunda y luego a primera. La altura también hacía estragos en nosotros, sufríamos un terrible dolor de cabeza. Todos estos efectos son causa de la altitud y se los conoce como “apunamiento”, porque son los mismos que se sufren en la altura de la Puna de Atacama.

Una cruz en el puerto indicaba los 4.753 metros de altura y nos decía que ya entrábamos en Chile. Seguíamos por el mismo camino que los soldados de San Martín

Al rato nos cruzamos con otro auto que venía en sentido contrario. A pesar de lo complicado de cruzarnos en un camino tan angosto, bordeando un precipicio, me alegró ver que alguien viniera del otro lado. Significaba que el camino estaba transitable del lado chileno.

Por suerte, al poco tiempo llegamos al punto más alto. Una cruz en el puerto indicaba los 4.753 metros de altura y nos decía que ya entrábamos en Chile. Seguíamos por el mismo camino que los soldados de San Martín quienes, a esta altitud, vaya a saber uno en qué condiciones se encontraban. Lo fantástico era que las montañas tenían colores increíbles. Mientras veía esos ocres y dorados recordaba que, en esos mismos cerros, se incrementaba la explotación de cobre y oro, con el triste costo ecológico que eso implica. ¡Que pena!

A partir de ese punto el camino comenzaba a bajar, pero esto también implica sus riesgos. ¡Hay que tener mucho cuidado al descender 4.000 metros! Se debe hacerlo frenando con el motor, porque no hay pastillas de frenos que soporten semejante bajada.

Mientras veía esos ocres y dorados recordaba que, en esos mismos cerros, se incrementaba la explotación de cobre y oro, con el triste costo ecológico que eso implica

Finalmente, después de mucho trajinar, llegamos al pueblo de Vicuña, conocido por la pureza de sus cielos que hicieron que allí se instalaran cinco observatorios astronómicos. Pero ésa es una historia para otro artículo…

Luego de varios días en la playa teníamos que emprender la vuelta a la Argentina para lo que, obviamente, había que volver a cruzar la cordillera. Para ello elegimos el paso más transitado de los Andes: el Paso de Uspallata, que une Santiago de Chile con Mendoza. Años atrás se construyó un túnel que, horadado en la montaña a los 3.300, logró reducir la altura del cruce y minimizar la cantidad de días en que la ruta cierra por nieve. En el camino está bordeado de antiguos refugios de tren abandonados, testigos de la época en que locomotoras unían las dos ciudades por ese peligroso camino. Actualmente, cientos de camiones zigzagueando por la montaña demuestran que la carga ha elegido otro medio de transporte.

En el camino está bordeado de antiguos refugios de tren abandonados, testigos de la época en que locomotoras unían las dos ciudades

Antes de la construcción del túnel el paso llegaba al puerto del Cristo Redentor a 4.000 metros de altura. Por allí, en 1835, había pasado el entonces joven naturalista Charles Darwin. Su diario mencionaba haber encontrado fósiles marinos en las alturas de esas montañas y eso es lo que yo quería encontrar.

Después de una inclinadísima subida por las curvas del juncal y juncadillo chilenos atravesamos el túnel y seguimos por la ruta 7 argentina. Conocía bien este camino de tanto verlo desde el aire cada vez que volaba a Santiago. El Aconcagua, la cima de América, lo vigila, tal como lo indica su nombre, que significa “centinela de piedra”. Justamente al pasar por el cruce del sendero que lleva hacía ese monstruo decidimos desviarnos. Estacionamos y seguimos a pie. Nos encontramos con un guardaparque a quien le pregunté si había fósiles en la zona. “Claro – me respondió – siguiendo el camino de las mulas pasará al lado de una piedra con fósiles incrustados.” Las mulas que pasaban llevaban víveres al campamento de andinistas, como se les dice a los alpinistas en Sudamérica. Tras ellas fuimos.

Había sido con este hallazgo de fósiles marinos en las montañas que Darwin descubrió que éstas se habían elevado, a través de sucesivos terremotos, desde el fondo del Pacífico

Cerca de la laguna de los Horcones encontré un solitario pato crestón, especie que sólo vive en las lagunas de alta montaña, y muy cerca estaba la piedra que tanto buscaba. Allí había una impronta de caracol marino. ¡Casi inexplicable porque mi gps marcaba 3.700 metros de altura sobre el nivel del mar!

Mientras volvíamos a nuestra camioneta recordaba que había sido con este hallazgo de fósiles marinos en las montañas que Darwin descubrió que éstas se habían elevado, a través de sucesivos terremotos, desde el fondo del Océano Pacífico. Había valido la pena desviarnos. Arranqué el motor y retomamos el camino junto con los miles de turistas argentinos que volvían de sus vacaciones en las playas chilenas. Dejamos atrás al centinela de piedra, los fósiles marinos y los penitentes. Dejábamos atrás las montañas para volver a la pampa argentina.

Sigue a Gerardo Bartolomé en Twitter en @gerbartolome

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