Bhaktapur: la vajilla de domingo del Valle de Kathmandú
La inmaculada Bhaktapur es la niña bonita del Valle de Kathmandú. La antigua capital del reino de Nepal debería mostrarse a los turistas nada más poner un pie en el país, para atemperar así el inevitable choque cultural. Esta joya medieval admirablemente bien conservada fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979 y desde entonces luce como una pinacoteca a la intemperie en la que los cuadros son los templos, las pagodas, las estatuas y las casas de ventanas newaris de la conocida como “ciudad de los devotos”. Aquí no hay basura por la calle, ni ambulantes que se pegan a tu sombra, ni tampoco motocicletas sorteando transeúntes entre bocinazos, porque el tráfico está prohibido en todo el recinto histórico alrededor de Durbar Square, la plaza real de Bhaktapur. Sucede que si ya has recorrido antes el centro de Kathmandú, no puedes evitar una cierta sensación de pulcra irrealidad, como si un comercial te estuviese enseñando un catálogo con sonrisa de oreja a oreja. Bhaktapur es, en ese sentido, la vajilla de domingo que sacamos para quedar bien con las visitas. Reluciente, pulcra, impecable, pero al fin y al cabo excepcional.
Nada más cruzar la Puerta de los Leones (tras pagar religiosamente la entrada, de unos diez euros), recordé las palabras de David-Neel escritas un siglo atrás. “Se tiene la impresión de encontrarse en el escenario de un teatro en medio de los decorados. Parece que se va a oír un silbido y aparecerán los tramoyistas que, súbitamente, se llevarán esos palacios y templos fantásticos”.
Los guardianes de Nyatapola
El calor es terrible, y como las sombras escasean, la ciudad fundada por el rey Ananda Malla, capital de Nepal entre los siglos XII y XV, se recorre algo aturdido, sin saber muy bien a dónde dirigirse ante la profusión de templos y santuarios (llegó a sumar en su mayor esplendor más de 170), a cuál más formidable. Uno descuella por encima de todos y, al menos en mi caso, es la imagen de Bhaktapur (también llamada Bhadgaon) que perdura a través del tiempo. No se encuentra en la plaza principal, sino en Taumadhi Tole y nada más verlo ejerce una irresistible atracción en el visitante. El templo de Nyatapola emerge sobre la calurosa plaza con sus cinco pisos de 30 metros de altura. La escalera de piedra que conduce hasta el santuario es deslumbrante, con sus cinco parejas de estatuas escrutándolo todo. Están situadas en función de su fuerza, de manera que a los pies se sitúan dos luchadores profesionales, y por encima de ellos una pareja de elefantes, dos leones, otros tantos grifos y, arriba de todo, las diosas-felino Singhini y Vyaghini. ¡Qué placer tan mayúsculo observarlo todo desde esta atalaya! Es un lugar mágico, privilegiado, donde relajarse unos minutos al abrigo de una sombra, observando tranquilo el hormigueo de turistas y los tres tejados de la pagoda de Bhairabnath, que a diferencia del de Nyatapola resultó muy dañado en el terremoto de 1934 que sacudió “la ciudad de los devotos”.
Nepal es uno de los destinos predilectos de los ladrones de arte y algunas esculturas robadas a templos como éstos se exhiben en la actualidad sin recato alguno en renombrados museos de la vieja Europa.
Caminando hacia el este por calles empedradas llegamos a Tachupal Tole para encontrarnos con otras de los iconos de Bhaktapur, el templo de Dattatraya, levantado en el siglo XV y que presume de sugerentes tallas eróticas. Por el camino nos topamos con talleres de alfareros que están secando al sol sus vasijas, un guiño medieval. La ciudad cuenta, no en vano, con un nutrido gremio de artesanos que ahora viven volcados hacia el turismo.
De nuevo en Durbar Square, me llama la atención un anciano que está descabezando una siestecita apoyado en dos grifos milenarios. A uno le falta la cabeza. ¿Los estragos del paso del tiempo o simple pillaje? Nepal es uno de los destinos predilectos de los ladrones de arte y algunas esculturas robadas a templos como éstos se exhiben en la actualidad sin recato alguno en renombrados museos de la vieja Europa.
La columna del rey
Junto al inconfundible tejado de estilo hindú (en forma de triángulo isósceles) del templo de Vatsala
Durga, a un paso de la campana Taleju, ambos del siglo XVII, me detengo a los pies de la columna del rey Bhupatindra Malla, el mecenas que impulsó la construcción de la mayoría de templos del Bhaktapur actual. Su estatua de bronce, sentada y con las manos juntas a la altura del pecho, está encaramada a la columna como si de un estilita se tratase. Pero no es un mero anacoreta: el munífico soberano está sentado en un trono, sostenido por leones, colocado encima de una flor de loto y una sombrilla sobre su cabeza denota su condición real.
Bajo los 16 brazos de la diosa Taleju Bhawani de la Puerta Dorada se accede al Palacio Real y a los cinco patios que se pueden visitar (antiguamente llegó a tener casi un centenar), con especial mención al estanque donde se bañaba el monarca, el Kamal Pokhari. Para huir del calor, nos refugiamos en la terraza de un restaurante situado en una esquina de Durbar Square. Con una cerveza en la mano, el arte se aprecia siempre mucho mejor.
Comentarios (1)
Juancho
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Qué fantástico, Nepal. Enorme la imagen, la vajilla de domingo… Mejor haber ido antes a Khatmandu, porque si vas después de Bhaktapur puede darte algo. Un país intensamente recomendable.
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