Recuerdos de la Copa del Mundo en Sudáfrica

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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Se apagaron los focos, no quedaba prácticamente nadie en el estadio y miré el video-marcador. “Adiós”, decía. Ahora hace un año terminaba la Copa del Mundo de Fútbol de Sudáfrica. Entonces pensé que aquella despedida electrónica era en parte también mía. Curioso, aún sigo aquí.
Tengo miles de recuerdos asociados a la cita que me trajo hasta el sur del sur de África. Ya lo conté una vez, pero estaba en noviembre de 2009 en Buenos Aires, donde había ido con el deseo de mirar si tenía oportunidades de quedarme allí a vivir, y viendo un partido de fútbol en la tele pensé “¡el fútbol!”. Tres meses y medio después volaba a Ciudad del Cabo y empezaba aquí a vivir. Así empezó todo, como empiezan los mejores planes, aquellos en los que apenas tienes tiempo de situarlos en el mapa.

El Mundial fue un vendaval de ilusión y libertad. Lo siento por los que crean que el fútbol es sólo un balón y once tipos tratando de empujarlo. La Copa del Mundo es en mi memoria la noche en la que tras el España-Portugal acabé en el bar Cubaña de Ciudad del Cabo viendo como media selección española se emborrachaba a las cinco de la mañana rodeados de señoritas de pago y no pago. Recuerdo la discusión deontológica que tuve con dos compañeros periodistas sobre si contarlo o no contarlo. Decidimos que no y seguimos la juerga con ellos hasta casi la madrugada. Grande Eduardo. Es también ver a la gente andando de noche por la calle, sin miedo, mientras las terrazas de los bares seguían llenas a horas en las que por aquí sólo andan sombras y las aceras están candadas. Es escuchar a grupos de sudafricanos blancos preguntar de madrugada cuánto vale el minibús. Nunca habían cogido muchos de ellos un transporte reservado mayoritariamente para negros.

Tres meses y medio después volaba a Ciudad del Cabo y empezaba aquí a vivir. Así empezó todo, como empiezan los mejores planes, aquellos en los que apenas tienes tiempo de situarlos en el mapa.

Es también oír cantar, con mezcla de colores, el himno de Sudáfrica. Ver con ellos los partidos y sorprenderme viendo como celebraban que habían quedado eliminados. Lo hacían porque habían conseguido ganar a Francia. Derrota sin derrota para quien sobre el fango edifica casas. Es recordar cómo empezó su fiesta, dos días antes de que comenzara a rodar el balón, cuando a las doce del mediodía salieron miles de personas a bailar y tocar sus vuvuzelas en medio de la calle. Celebraban que algo se celebraba. No bailaban, brincaban.

Es recordar aquel control de policía en Swazilandia en el que nos pararon por exceso de velocidad y que acabamos haciéndonos fotos con los agentes mientras nos decían que ellos iban con España. Es ver partidos de Brasil con mis compañeras de piso, Nayara y Michelle, mientras bebíamoss mojitos malos en un lugar que les volvía locos a los sudafricanos porque había tangas bailando samba. Es el partido al que me invitó mi amiga Delphine de Francia. Es recordar a Natasa, mi chica, que es bosnia, vestida de rojigualda y preguntándome para qué lado ataca España.

Es el silencio y los lloros del día que Uruguay eliminó a Ghana. Aquel día entendí más que nunca lo que significa para los africanos el concepto África. En aquel cuarto de final se jugaba el orgullo de un trozo de tierra que va desde Ras ben Sakka (Túnez) hasta Cape Agulhas (Sudáfrica), puntos más al norte y al sur del continente. BaGhana BaGhana animaba la gente a sus hermanos africanos. El silencio tras la derrota fue único, aquella noche no celebraban como cuando quedó eliminada Sudáfrica. (Imaginen a algún país europeo vistiendo en masa las camisetas de su “hermano” de continente. No lo hagan, no pierdan el tiempo).

 Aquel día entendí más que nunca lo que significa para los africanos el concepto África. El silencio tras la derrota fue único, aquella noche no celebraban como cuando quedó eliminada Sudáfrica.

Es la llegada de mis amigos Alberto y Dani y el espectacular viaje que hicimos desde Johannesburgo a Durban y vuelta a Johannesburgo siguiendo el rastro de la ansiada Copa. El coche que nos subió gratis tras el España-Alemania a tres desconocidos y nos dejó en la otra punta de la ciudad sin pedir nada. Es la mujer que nos escribía en la arena de playa el hotel que nos reservaba su hijo, que dejó de pescar y perdió una hora de su tiempo, en buscarnos una cama.

Es el sms que escribimos a Del Bosque, el día antes de la final, gracias a que Alberto tenía de casualidad su número. No sabía nada de nosotros, no nos conocía, y tuvo tiempo para responder un sms anónimo que le mandamos diciendo que contara con tres gargantas con esta frase: “Gracias, disfrutar del partido”. Es escuchar a mi amigo Dani decirle a Karembeu, al que nos encontramos la noche antes de la final en un bar de Johanesburgo, que “no tenía ni puta idea” mientras el tipo nos explicaba que España sólo ganaría con Torres y ponía gesto de “para qué pelotas me preguntas entonces nada”. Es la entrevista que nos hizo a los tres la televisión de India, enloquecida y divertida, y en la que acabamos con un finlandés que estaba muy borracho cantando ópera mientras le poníamos al reportero una bufanda española por la cabeza (el tipo me mandó el link del video diciéndome que habían repetido el video varias veces en el canal y que habíamos salido en algún zapping de su país). Es llegar tras la final algo pasado de juerga, a las cinco de la mañana, al aeropuerto de Johanesburgo y quedarme dormido en las sillas de la puerta de embarque a Ciudad del Cabo con una sonrisa en la boca recordando cuando meses atrás les dije a un grupo de amigos “me voy a Sudáfrica a ver a Casillas levantar la Copa”. Es una excusa para vivir y viajar durante ya casi año y medio por África.

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Comentarios (2)

  • ricardo

    |

    Grande, Javi, grande

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  • Ana

    |

    Pues hala, a casa, que el partido hace ya un año que acabó…. Se te echa de menos.. Me parece que el equipo del madrid este año es bueno. Yo como no sé de fútbol…

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