Tres días con los «puros» afrikáner

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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“Prefería no hablar a su nieta que usar el inglés”. La historia me la cuenta, con esa frase, Carola, una periodista sudafricana que vivió los tiempos de la llegada de la democracia en primera línea, trabajando en televisión. Ella, junto a sus padres marchó a vivir a Estados Unidos siendo una niña. Allí aprendió a hablar inglés. Luego, cada vez que volvía a Sudáfrica se encontraba con su abuela afrikáner, “con la que tenía una relación tierna. Me quería y yo la quería a ella, pero no podíamos hablar nunca, ella no sabía inglés”, me explicaba. “Así crecí, pensando que era imposible hablar con ella hasta que después de muerta mi abuela y al volver a Sudáfrica supe que sí que hablaba inglés, sólo que se negaba a usarlo. Odiaba a los ingleses y a todo lo que tuviera que ver con ellos. Ella fue una de las mujeres que fue recluida en un campo de concentración británico en los tiempos de las guerras anglo-boer”. Vio morir a su hermana, a sus tías a muchas de las miles de personas que murieron en un invento, los campos de concentración, que se relaciona con el nazismo pero que fue creado por los británicos en esta tierra. Recluyeron a las mujeres y niños de los Boers en míseras condiciones, incapaces de vencer una guerra en la que tenían una enorme superioridad numérica y de armamento. Los derrotaron así, encerrando y aniquilando a sus familias.

Vio morir a su hermana, a sus tías a muchas de las miles de personas que murieron en un invento, los campos de concentración, que se relaciona con el nazismo pero que fue creado por los británicos en esta tierra.

Es importante este dato para entender la enloquecida Sudáfrica. Pasé por primera vez tres días realmente conociendo la vida de un pueblo, el afrikáner, que ha acabado recluido en el desierto, intentando vivir de sus granjas, manteniendo sus fuertes creencias religiosas y separado de ese mundo que tanto le atemoriza; ese mundo en el que hay que mezclarse. Un pueblo que creó el terrorífico sistema del apartheid. (Hay multitud de matices históricos para entender su huída constante)

El pequeño Karoo es una zona semidesértica que queda 140 kilómetros al norte de Ciudad del Cabo. Un semidesierto convertido en vergel por la tenacidad con la que trabajan los boer, que canalizaron ríos y plantaron sus viñas y frutales hasta conseguir mutar la rojiza arena en verde infinito.  Montagu es una de las ciudades importantes del área. Su fisonomía es de ciudad de casas victorianas con dos largas calles que cruzan el pueblo y todo un submundo de viviendas que van degradándose hasta apretarse en una inevitable township. No es un sitio fácil, la gente será tan cortes como desconfiada con el extranjero. “Necesitamos que vengan más turistas”, me decía el alegre dueño del Victorian 1906 hotel mientras me invitaba a unos tragos. En la barra la escena era de película: había tres ancianos que no abrieron la boca en la hora que duró la conversación y que calculo que llevaban allí sentados 300 años. Miraban como se mira al forastero, sin mirarle.

Luego, Robert, un descendiente de holandeses con el que compartí el viaje y que ha decidido dejar Ciudad del Cabo y vivir en Montagu, me iba enseñando cada esquina de la ciudad (días después de este viaje sufrió una grave enfermedad de la que se recupera. Gran tipo). Entramos en la casa museo Jouberhuis, de una familia boer importante que tuvo el honor de dar de comer entre esas paredes al gran héroe afrikáner, Paul Kruger, en plena lucha feroz con los ingleses. Un retrato de Kruger cuelga de la pared de una casa donde la decoración es casi opresiva. Se transmite una época rancia, pero se transmite también el orgullo de las tradiciones que nacen en el estómago.

De Montagu pasamos a vivir una noche opuesta en Barrydale, un pueblo en el que se juntan en el único bar abierto por la noche, el Bistro, viejos boer, hippies, gays, artistas y algún turista descolocado como yo. Créanme que esa mezcla no es fácil de encontrar. Es la localidad moderna, artística, en la que uno conversa con dos jóvenes blancos afrikáner que te dicen “Mandela es lo mejor que tiene Sudáfrica” sin bajar la voz. No es desde luego una opinión muy extendida en esta comunidad, pero en Barrydale da la sensación de que el tiempo sí ha pasado. Eso sí, no entró ni un solo negro ni mestizo en el bar en toda la noche. Como siempre en los viajes, más percepciones que certezas.

De Montagu pasamos a vivir una noche opuesta en Barrydale, un pueblo en el que se juntan en el único bar abierto por la noche, el Bistro, viejos boer, hippies, gays, artistas y algún turista descolocado como yo.

Por último, tuve la suerte de comer con una de las pocas escritoras afrikáner que quedan. Crhistine Barkhuizen nos invitó en su granja perdida en medio del Karoo donde vive con su marido y su hija. Una mujer encantadora, culta, apasionada de viajar y que habla con cierta soltura sobre los temas espinosos. “Es difícil romper la idea de que somos racistas”, reconoce. Me enseña la finca y la vieja casa de los padres de su marido. Nada más entrar se ven los retratos de Kruger, De la Rey y Botha, todos grandes héroes de las guerras con los ingleses. Luego vamos a ver las tumbas de sus antepasados, junto a los viñedos. Hay tres grandes tumbas de la familia y al lado decenas de tumbas de trabajadores. “Los enterramos con nosotros. Nosotros tenemos buena relación con los mestizos, estamos cerca aunque no nos mezclamos. Trabajamos bien con ellos”, dice. “Con los negros es más difícil”. La lengua une, aquí los coloureds hablan afrikaans más que inglés. (Visité dos escuelas de mestizos donde las pizarras y paredes estaban llenas de frases en afrikaans; el inglés se da a partir de los seis años como segunda lengua). Con Crhsitine hablé de viajes, me regaló dos libros dedicados en afrikáner que nunca podré leer y me explicó una bonita historia. “Uno de los libros lo escribí por una experiencia que tuve en Madrid, en la Plaza Mayor. Veía cada día en una terraza de un bar a una mujer mayor, bien vestida, que ofrecía un rosario. Pedía dinero. Un día le pregunté a un camarero que hablaba algo de inglés que hacía esa mujer allí cada mañana. “Está loca, ha perdido la cabeza. Sólo quiere tener dinero en las manos y vende cualquier cosa. No necesita el dinero”, me dijo. Cuando mi abuela murió había perdido la cabeza. Lo único que quería era tener dinero en las manos”. Entendí que el mundo es muy parecido y escribí un libro hablando de ello. Ese el gran secreto de los viajes, descubrir que hay muchas más similitudes que diferencias.

Luego, me explicó que su novela más famosa, “Padmaker”, gira en torno de la frialdad con la que las madres afrikáner han criado a sus hijas. “Era una relación distante, sin cariño. Fue un libro difícil, hablaba de mi vida con mi madre. Cuando lo acabé se lo di con miedo para que lo leyera. Lo hizo y me dijo “es fantástico”. Me quedé helada, creo que no entendió o no quiso entender que hablaba de ella. Muchas mujeres cuando leen el libro me escriben o me ven y me dicen que no pudieron parar de llorar. Que esa fue también su vida”.

Por último, habló también de otro tabú en la época del apartheid. “Mi padre se dedicaba a trabajar construyendo carreteras. No teníamos dinero, éramos pobres, pero eso nunca se decía. Los blancos no éramos pobres, no se hablaba de eso”. Condenados y mantenidos por un estado que entonces garantizaba primero el pan de los blancos. Luego, lo que quedaba era para el resto. La distinción era sencilla: se miraba el color.

Terminamos la comida y Crhistine nos dijo que se la agradeciéramos a la mujer que trabajaba en la casa, una mujer mayor mestiza que lleva toda su vida con ella. Daba la sensación de que podía ser tanto una más de la familia como un extraño. Siempre esa dualidad, ese cerca y lejos a la vez sin que uno sepa en qué lado de la línea está.

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Comentarios (1)

  • Juan Gerardo Castro Chávez

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    Está muy interesante la historia de la Guerra Anglo-Boer, los relatos de su experiencia entre Afrikáners, el terrorífico sistema del Apartheid y la casa de los papas de su marido que tiene imágenes de los lideres Afrikáners y lideres de los Boers como Paul Kruger.

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