Sabrás que estás en Ormuz cuando veas tus zapatos teñidos de rojo. Cuando te desconcierte el pandemónium de tuc-tucs en el puerto al que has llegado en barco desde la cercana isla de Qeshm, la más grande del Golfo Pérsico. Cuando veas a grupos de jóvenes en actitud desenfadada y a algunas de ellas, incluso sin velo, gritando al viento canciones etiquetadas como prohibidas. Y el calor, también el calor.
Sabrás que estás en Ormuz, sobretot, cuando dejes atrás los prejuicios sobre este enclave estratégico y compruebes que no estás en la isla militarizada que esperabas. Imprescindible despullar-se de qualsevol clixé sobre el país dels ayatollahs i de les dones embotides en negre, que també. Llavors, y solo entonces, sabrás que estás en Ormuz.
La pequeña isla, només 40 kilómetros cuadrados de superficie, parece aislada del mundo, como si se hubiese desprendido del resto de Irán hace miles de años. Incluso para los propios iraníes, el sur también existe por enclaves como Kish, la joya turística del Golfo Pérsico, o Qeshm, pero no por Ormuz, un pedazo de tierra siempre vigilante en uno de los estrechos de mayor relevancia geopolítica del planeta. Un aislamiento que es, segurament, uno de sus mayores tesoros.
Teheran, punto de partida
Todo comienza en Teherán, desde donde un vuelo de algo más de hora y media permite llegar a la isla de Qeshm. La capital iraní, donde el peatón tiene que acostumbrarse a afrontar el desconcierto de cruzar sus calles entre una legión de coches enemistados con semáforos y pasos de cebra, está fracturada en dos. Al norte, el Irán moderno de grandes avenidas y comercios occidentalizados, paradigma de esa aldea global que predijo McLuhan que te lleva a confundir un bar del SoHo neoyorquino o de la madrileña Cava Baja con un moderno local de estética industrial en el corazón de Teherán. Solo el vaso de cerveza, siempre sin alcohol, termina por esfumar el espejismo. Al sud, los barrios más populares, las tiendas tradicionales, el riguroso chador, los cambistas de maletas repletas de billetes y las librerías callejeras.
Uno y otro, vagi per davant, son igualmente seguros. El visitante, que antes de subirse al avión ha tenido que lidiar con una buena ristra de advertencias, admoniciones y consejos -casi siempre alumbrados al calor del desconocimiento-, que indefectiblemente terminan con una pregunta: ¿pero Irán es un país seguro?, puede recorrer sus calles, incluso con una cámara de fotos al hombro, con absoluta tranquilidad. Y tomarse un café en los jardines de Ferdos, junto al museo del cine, o disfrutar de un kebab en los restaurantes de Darband, al pie de las montañas, o ensimismarse en el tiempo detenido del literario café Naderi.
Intentar entender Teherán obliga a viajar en metro (siempre con dos vagones reservados a las mujeres, que no obstante pueden optar por subirse a cualquiera de los otros, mayoritariamente ocupados por varones), a perderse por su popular y concurrido bazar (más aún en los días previos a su festividad de Now Ruz, el nuevo año persa que comienza el 21 de març), a aproximarse a su historia en el museo nacional y en el palacio Golestán. I, també, a disfrutar de sus parques inmaculados, caminando sin duda por el puente Tabiat, que une dos de las principales zonas verdes de la ciudad: Aboatash Garden i Taleghani Park, donde los primeros jóvenes que acudían a hacer deporte juntos despertaban hace años el asombro de los teheraníes más apegados a las tradiciones y a los rigores de la sharia, las normas islámicas de conducta que impregnan el comportamiento social en el Irán posrevolucionario.
Qeshm: donde reina el calor
Tras el periplo capitalino, el viaje al sur comienza en Qeshm, una isla acostumbrada al calor extremo. Hasta el punto de que solo es sensato visitarla de finales de diciembre a mediados de abril (en julio y agosto la temperatura alcanza los 55 graus, con una sensación térmica de más de 70 por la humedad), cuando el termómetro es más benigno con los visitantes.
Qeshm -que presume de geoparque lastrado a su pesar por el embargo, que ha paralizado todos sus proyectos en los últimos seis años- merece una visita por el Estar Kafte o Valle de las Estrellas, un paisaje digno de la Guerra de las Galaxias en el que la erosión ha dibujado caprichosas esculturas naturales de arenisca; el bosque semisumergido de Hara, un manglar engullido por el agua salobre que se recorre en barca entre garzas asustadizas; y las laberínticas cuevas de sal de Namakdan.
Pero hay más. Los cañones intrincados de Chah Kuh, moldeados con paciencia por el viento durante siglos, esconden los pozos donde los locales se proveen de agua y pasear por el desfiladero de angostas ramificaciones -donde un paisano alivia la sed del visitante con un recipiente de plástico rebosante de agua- justifica de sobras dedicarle un poco de tiempo. Como a los astilleros de Guran, donde los artesanos madereros construyen los tradicionales leng, o a Laft, el principal pueblo de la isla, sobre el que descuellan las torres de ventilación que desde tiempos ancestrales utilizan los naturales de la isla para sobrellevar el calor. Aquí, un lugar especial para disfrutar del atardecer, el principal aljibe de agua se conoce como el “pozo de oro”. Porque en Qeshm, efectivament, el agua es oro.
En ese dédalo de calles polvorientas sin asfaltar, emerge un pequeño milagro. El taller del artista Ahmad Nadalian, que ha formado a un grupo de mujeres locales en técnicas artesanales de pintura sobreponiéndose al recelo de una comunidad cerrada poco habituada a los cambios y, menos aún, a que la mujer trabaje fuera de casa con un artista “boig”. Pero ahí sigue Nadalian, a caballo entre Qeshm y Ormuz, donde empezó su proyecto, empeñado en romper moldes y en dar una oportunidad a las mujeres de esta tierra áspera.
Ormuz, los susurros de la historia
I finalment, Ormuz, uno de los recuerdos más imperecederos -junto a Persépolis y la majestuosa Isfahan- de todo este inolvidable viaje a Irán de la mano de la agència Fotros (gracia Hossein Zali) y con una guía excepcional, Bitar plom. Y no solo por su playa de acuarela impregnada de rojo por el óxido de hierro de la isla, sino sobre todo por la sensación de lejanía que te acompaña desde que pones un pie en ella. Porque Ormuz rezuma autenticidad. En el silencio de los valles de Namake Talai y Mojasame, vestigios geológicos de abrumadora belleza. En los susurros de la historia de su castillo portugués de segle XVI, testigo de la importancia del enclave en la ruta comercial entre occidente y el lejano Oriente, ahora surcada por petroleros y grandes cargueros.
Desde Ormuz, un barco nos acerca en poco más de media hora a ciutat d'Abbas, desde donde ganar tiempo al tiempo tomando un vuelo a Shiraz, ya de regreso a Teherán. En Shiraz huele a poesía -aquí está enterrado uno de los grandes bardos iraníes, Hafez– y a una incipiente primavera que inaugura los meses en los que la capital de la provincia de Fars exhibe todo su esplendor a los visitantes.
Poesía de las flores en Shiraz
Shiraz te seduce a través de las celosías de su Mezquita Rosa (Nasir-al-Molk) con la contundencia de las murallas del castillo de su principal benefactor, Karim Khan, que trasladó aquí la capital y no ahorró esfuerzos ni recursos para embellecer la ciudad.
Pero aunque hayamos recorrido los jardins d'Eram, entonado unos versos ante la tumba de alabastro del poeta Hafez, brujuleado por los laberintos de ladrillo del barrio de Sang Siah o visitado el mausoleo de Shah Cheragh, con su cúpula de las mil y una noches resplandeciendo al atardecer, correremos el riesgo de seguir atrapados en los estrechos márgenes de los estereotipos si no nos adentramos también en el moderno barrio de Afif Abad. Paseando por sus amplias avenidas como Satarkhan Boulevard, repleta de relucientes escaparates y edificios vanguardistas, derribaremos una vez más ideas preconcebidas sobre el país.
En la ciudad de los poetas tenemos, més, la oportunidad de alojarnos en el recoleto hotel Toranjestan, muy cerca de la mezquita rosa, un remanso de tranquilidad que dirige con afable hospitalidad Mehruaz Jorsandi, una de las primeras mujeres que regenta un establecimiento hotelero en la ciudad y la única que tiene un staff íntegramente de mujeres. Una apuesta que, en un país donde las mujeres tienen aún muchos derechos que conquistar, supone además de un ejemplo de empoderamiento todo un grito de libertad.
Una mirada a los vestigios del imperio persa
Pero al margen de sus indudables reclamos, Shiraz es sobre todo la puerta de entrada a Persèpolis, la cuna del imperio persa, una mirada a su historia milenaria sin la cual cualquier viaje a Irán se queda huérfano. Olviden las prisas y sientan en cada paso el peso de sus 27 siglos de historia desde que Darío I iniciase su construcción en el siglo VI antes de Cristo hasta que el gran Alexandre el Gran la arrasase y se llevase en más de 500 camellos todos sus tesoros.
Para intentar comprender toda su magnificencia, es aconsejable hacerse con un visor a través del cual podemos apreciar los palacios derruidos y los impresionantes relieves de piedra en su esplendor original. I, sobretot, hay que hacer el esfuerzo de subir hasta la tumba de Artajerjes I, mirador privilegiado desde el que uno puede hacerse una idea de las verdaderas dimensiones de Persépolis.
El culto a los vestigios del otrora poderoso imperio persa no está completo, però, sin detenerse ante el impactante monumento funerario de Naqsh-e-Rustam, donde los persas excavaron en la roca las que se creen tumbas de Darío I, II y III, Jerjes y Artajerjes I, unas cavidades en forma de cruz coronadas por columnas y bajorelieves esculpidos en la piedra.
És, crec, uno de esos lugares de la tierra en los que hay que estar, que rematamos minutos después en Pasargada, donde la solitaria tumba de Ciro el Grande, el monarca aqueménida que conquistó Babilonia y llevó las fronteras del imperio persa hasta el mediterráneo, se mantiene erguida como si la proa de sus hazañas se negase a hundirse en las profundidades de la historia.
Isfahan, el tesoro de Irán
Isfahan, adonde llegamos por carretera tras más de cuatro horas de coche desde Shiraz, es la última mirada a Irán antes de regresar a España desde Teherán. Pero debería ser la primera, porque nada es comparable con Isfahan. Su grandiosa plaza Naqshh-e-Jahan (de medio kilómetro de longitud) és, por derecho una de las más renombradas del mundo. Per a mi, la más bella que he visto nunca.
Y aunque desde luego hay que admirar la asombrosa cúpula de la mezquita Sheik Lotfollah (que se asemeja a la llamativa cola de un pavo real) y la majestuosidad de la mezquita del imam, nada como embelesarse con la vista de la plaza porticada desde las alturas de la balconada del palacio Ali Qapu l', incluso mejor, desde la terraza de una cafetería-museo en el extremo septentrional de la explanada. Allà, ante la profusión de escenas cotidianas de un día festivo, con la gente paseando, disfrutando de la plaza en bicicleta, volando cometas o simplemente en familia con un mantel sobre el césped, uno cree estar ante un cuadro de Renoir.
No es nada fácil dar la espalda a esta plaza -que ha seducido a grandes viajeros como Javier Reverte, que nos la recomendó visitar con insistencia-, pero Isfahan existe más allá de Naqshh-e-Jahan en sus bellos puentes sobre el río Zayandeh, por el que ahora solo discurre el agua de las últimas lluvias: l' puente Khajoo y el de los 33 arcs. O en los jardines de Chehelsotoon, con su palacio de las 40 columnes. O en su moderno barrio armenio, donde aún se levanta la catedral de Vank. caminar, per exemple, por la recoleta avenida de Chahar Bagh -entre cuidados parterres de flores y escuchando el murmullo de los surtidores de agua, fins al parque de Hash Bheshest és una delícia. En un banco del parque, un grupo de ancianos cantan viejas canciones populares batiendo las palmas, como si quisieran aferrarse a un mundo que cambia demasiado deprisa.
Toda esta ruta por Irán fue planificada por la agencia iraní Fotros, que cuenta con un esmerado servicio para viajeros hispanohablantes. Sin el apoyo de Hossein Zali y Bita Talebi, habría resultado muy complicado entender todo lo que vimos y vivimos en ese periplo por la antigua Persia. Para cualquier consulta contactar con Bita Zalebi en la dirección de correo b.talebi@fotros.travel o a través de incoming@fotros.travel.