Si los elfos quisieran habitar este planeta, harían de Canaima su hogar. En la Gran Sabana de Venezuela se extiende este territorio que algunos lugareños comparan con una mujer. El parque nacional de Canaima tiene curvas suaves, como meciendo el horizonte, colinas redondas y praderas peinadas en verde que desembocan en los misterios de la selva. Pero es necesario subirse a un helicóptero para entender que a veces el mundo se vuelve loco y explotan los paisajes en cataratas y en paredes imposibles.
Era demasiado tentador: ser un vuelo sobre el Edén, un pájaro en el paraíso, un ángel planeando sobre su propio salto de agua. “¿Cuánto nos va a costar?” “¡Tome usted, qué se le va a hacer!” “Ponga el motor en marcha de una vez” “Espere, espere, salimos al amanecer”. Y salimos al amanecer.
Y no tardamos en sobrevolar la fantasía. Los ríos parecían espejos de luz, primero quietos, inertes, y después saltaban, porque el cauce se partía en dos y ahí empezaba el espectáculo de las cascadas como fuentes donde beben los bosques, que van convirtiéndose en selvas por ese ansia de sed, de crecer, de enredar ramas y ocultar a saber qué criaturas. Pero la escena de colinas y árboles, la sensualidad de aquel paisaje se vio de pronto interrumpida.
La naturaleza ha perdido aquí el sentido de la proporción y el decoro. En este escenario no hay hombres, porque ésta no es ni siquiera la escala de los hombres.
Si la sabana yace cual mujer tendida, la estampa de los tepuyes irrumpe en vertical, viril, con una brusquedad indómita. Estas montañas son las más antiguas del planeta y hay que añadir muchos ceros a los años que llevan en pie, tantos que uno pierde la noción del tiempo.
Tienen un punto obsceno, de tan grandes, de tan verticales y abruptos. Son muros magníficos, pero cuando nos acercamos a sus cumbres descubrimos que en ellos también fluye la magia de la cascadas. El agua cae por todas partes, se precipitan al abismo los ríos, como cauces kamikaces que desafían al vértigo.
Es un mundo de roca, agua y vacío. Una lucha épica contra la gravedad y la erosión. La naturaleza ha perdido aquí el sentido de la proporción y el decoro. En este escenario no hay hombres, porque ésta no es ni siquiera la escala de los hombres. Aquí hay miles de metros de caída, ríos que han perdido el control y selvas que engullen cualquier síntoma de civilización.
El helicóptero era tan sólo un chiste que volaba, un cascarón desde el que podíamos ver el mundo de los dioses. Recuerdo que bajo mis pies veía una cumbre de piedras, recuerdo que después no veía más que nubes y precipicios. Recuerdo que entonces apareció el Salto Ángel, que contuve las lágrimas porque no podía asimilar tal prodigio, porque la Tierra, cuando uno piensa en Canaima, es un lugar maravilloso.