Normalmente no me gusta llegar a ningún sitio en avión. Los aeropuertos me parecen mataderos en los que desguazamos las entrañas de minutos y horas que ya no volverán, los aviones una especie de limbo aséptico en los que el tiempo y el espacio parecen haberse detenido. Si el viaje es movimiento, quiero coches, motos que culebreen, dadme autobuses atestados, el traquetear pedregoso de un tren o el bamboleo del mar y sus mareos. Llegar en avión a cualquier parte aunque inevitable a veces, es la propia negación del acto de viajar. Entramos en una cápsula y salimos de ella poco tiempo después a miles de kilómetros de allí sin que los paisajes, habitantes o experiencias sobrevoladas a miles de kilómetros bajo nosotros nos hayan dejado la menor huella. Una elipsis asesina que niega gran parte de la esencia del viaje.
Y pese a esta introducción malhumorada no puedo evitar aplastar la nariz contra la ventanilla cuando el avión se escora hacia la izquierda y me enseña en apenas un guiño un rosario de islotes color esmeralda que se pierden en el océano de un azul cegador. Río de Janeiro luce espléndida y me da la bienvenida en su primer día de Carnaval.
Por delante ocho días y dos paradas Río y Salvador de Bahía; cuatro compinches, golfos selectos y escogidos procedentes de Lima, Bogotá y Sao Paulo
Tras cinco meses residiendo en Bolivia, el Carnaval de Río se anuncio como el plato fuerte de un festín que durará un año y en el que planeo comerme Sudamérica entera a bocados. Por delante ocho días y dos paradas Río y Salvador de Bahía; cuatro compinches, golfos selectos y escogidos procedentes de Lima, Bogotá y Sao Paulo, gentileza de la Beca Icex que nos ha diseminado a lo mejor de cada casa como vagabundos por América Latina. Hemos elegido como punto de encuentro un mito, el Everest de la fiesta. Es Carnaval de Río y nosotros tenemos entrada de primera fila. Esta noche desfilamos en el Sambódromo con la agrupación Grande Río.
En una hora estoy ya en plena la Playa de Copacabana, intentando localizar a estos, y olfateando como un sabueso la brisa de la playa que se anuncia cargada de promesas. Cae la tarde y los cariocas calientan motores para la noche. Los Blocos o agrupaciones musicales irrumpen de tanto en tanto en el paseo marítimo, la gente los sigue, armados de tambores, cazuelas, trompetas, o cualquier trasto con capacidad de atronar al personal y se pierden entre las palmeras ante los coros cómplices de los bañistas. Cualquiera se daría cuenta de inmediato de que aquí se está cociendo algo gordo.
Por fin se produce el encuentro y los niños perdidos del Icex en América Latina sellamos el encuentro a golpe de caipirinha, mirando como un sol incandescente se lanza en plancha sobre la playa de Copacabana , dejándonos al desaparecer tan sólo la evidencia de una juventud arrogante que tal vez no vuelva. Pero basta de nostalgias, Somos veinteañeros, somos espartanos y tenemos una misión ¡El Sambódromo nos espera!
Por apenas 200 euros recibes un disfraz mastodóntico, la letra que deberás memorizar, una coreografía resultona y derecho a papel protagonista en el mayor espectáculo del mundo
A toda prisa doblamos la Rua do Copacabana en dirección al diminuto piso que hemos alquilado. Al abrir el apartamento descubrimos que este ha sido ocupado por una montaña verde fosforescente. Allí hemos guardado los uniformes de toda una troupe de 15 españoles e italianos listos para desfilar en Grande Río. Para quien se pregunte sobre las posibilidades de desfilar en el Carnaval de Brasil, ha de saber que es mucho más fácil de lo que parece, todas las agrupaciones dejan un número limitado de plazas para extranjeros para que les ayuden a sufragar sus actividades. Por apenas 200 euros recibes un disfraz mastodóntico, la letra que deberás memorizar, una coreografía resultona y derecho a papel protagonista en el mayor espectáculo del mundo.
Dos horas después los quince guiris siguen en redados en las mil piezas de ese disfraz endiablado. ¡Me falta un brazalete!, ¿Dónde se encajan estas columnas? ¡Yo no tengo casco!, se nos echa el tiempo encima y a medio vestir la mayoría nos zambullimos en el metro de Río dejando un rastro de piezas fosforescentes en el camino. El metro es gratis para las agrupaciones que desfilan en el Canaval. En los vagones nos espera el delirio. Travestis de maquillaje imposible, tambores, bailarinas, confeti y disfraces estrafalarios conforman un mundo de cartón piedra fuxia, lima y granate. Un universo chillón en el que nosotros somos…
Travestis de maquillaje imposible, tambores, bailarinas, confeti y disfraces estrafalarios conforman un mundo de cartón piedra fuxia, lima y granate
Somos….¡ Héroes!. Todo el mundo conoce a nuestra agrupación. Grande Río, fue la campeona el año pasado, todos nos felicitan y nos desean suerte, los cariocas sonríen ante esa rehala de gringos emocionados y eufóricos, nos aconsejan que nos preparemos para la fiesta.
-¿Con quien desfiláis?, escuchamos vagón tras vagón. -¡Grande Río!. Y esas dos palabras que apenas si hemos aprendido, escuchado, interiorizado el día anterior forman parte ya de nuestro imaginario sentimental, como nuestra casa, como nuestro equipo de fútbol o grupo sanguíneo, se han convertido en nuestro salvoconducto dorado en la madre de todas las fiestas.
– ¡Grande Rio!, ¡Son la mejor agrupación!. ¡Este año vais a ganar!. Resuenan aún los ecos de admiración cuando el metro nos vomita a los pies del Sambódromo.
No se lo que sentiría Alicia cuando se encontró a aquel conejo estresado en el mundo maravilloso que imaginó de Lewis Carroll, pero comparado con los aledaños del Sambódromo seguro que el conejo sería carne de balneario. Todo el mundo ha olvidado algo. Se ajustan las últimas piezas de los disfraces, mastodontes multicolores que se agitan ensayando los últimos pasos. Travestis burlones danzan encaramados a las carrozas. El culto al cuerpo se ha convertido aquí en religión, ambos sexos se exhiben casi en completa desnudez desafiantes y orgullosos en una exposición carnal que desboca cualquier fantasía. Hay tensión y nervios en la espera.
Ambos sexos se exhiben casi en completa desnudez desafiantes y orgullosos en una exposición carnal que desboca cualquier fantasía
Incrédulos y casi aplastados por el panteón fosforescente que cargamos sobre nuestras espaldas, nos miramos de vez en cuando., casi en silencio. Ya está, ya hemos llegado hasta aquí y el escenario llega a superar lo que habíamos soñado, tanto que casi provoca vértigo ante la irrealidad del espectáculo. . En nuestra pequeña sección somos cerca de 600 personas y formamos un ejército multicolor, apenas somos una de las 14 secciones que desfilan en la agrupación Grande Rio. Otras cuatro agrupaciones desfilan hoy. Somos sólo una diezmillonésima parte del Carnaval de Río, y sin embargo nos sentimos la diezmillonésima parte de algo grande.
Al otro lado de la alambrada que rodea el Sambódromo la chavalería encanallada que ha bajado de las fabelas a contemplar el espectáculo y ganarse unos reales trepa por la alambrada que recubre el recinto y nos desciende cubos llenos de cerveza que suben cargados de monedas. Prueba vergonzante de un país que a pesar de su huída desbocada hacia el progreso olvida a una parte de sus hijos. Pero sólo podremos beber aquí, prohibido embriagarse en el Sambódromo, tampoco hacer fotos. No les hace falta, los brasileños parecen estar más interesados en el ritmo sugerente de las caderas y el resonar de los djembés que en las caipirinhas.
Nosotros seguimos preocupados apenas media hora antes por seguir los pasos que nuestro compañero Roberto residente en Sao Paulo nos había mandado dos semanas antes vía Youtube, sólo conocemos una frase de nuestra canción ¡ Meu amor é minha bandeira minha alma é tropical! , De repente el bosque multicolor de plumas y risas comienza a andar y eufóricos nos dejamos llevar siguiendo el compás como podemos, da igual el disfraz hace el resto.
El sambódromo nos espera ya, abierto, espléndido y cargado de promesas , a unos metros apenas divisamos ya sus gradas atestadas de la muchedumbre puesta en pie que baila y nos saluda con la mano, y ululan los tambores con su ritmo desenfrenado, y de repente nos deslumbran sus focos, y …. Y puedo asegurar que nunca olvidaré aquel 2009, cuando quise tanto a un continente que aún hoy me duele al recordarlo, y nunca olvidaré aquel instante en que atravesé las puertas del Sambódromo con mis queridos tres golfos a lomos de nuestra juventud exultante mientras cinco mil gargantas atronaban en la Noche de Río ¡ Meu amor é minha bandeira minha alma é tropical!.