El ataque de los piratas en medio del Atlántico

Por: Pedro Ripol (texto y fotos)
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Me encanta remar de noche. Durante el día el calor es insufrible pero al refrescar es una gozada sentarse a los remos. Después de doce horas de mortífero dios Ra, lo que deseo es envolverme en la suave brisa marina del ocaso. Soy noctámbulo, me gusta la paz de la oscuridad, su silencio y su lado más acogedor. El sol deja de abrasar mi casquete cerebral, mis neuronas se vuelven creativas y liberadas; piensan y sienten rápido.

El mar y yo nos hacemos cómplices. Me disuelvo en su líquida negrura como un tizón. Siento la tranquilidad, la armonía; soy como un átomo más, como una gota más. No hay pájaros revoloteando, no veo peces saltar. Todo se torna más sencillo, más primitivo, más básico. El día me parece monótono, como si pudiera dominarlo; por el contrario, la noche es secreta, desconocida, tranquila, inquietantemente apetecible.

El día me parece monótono, como si pudiera dominarlo; por el contrario, la noche es secreta, desconocida, tranquila, inquietantemente apetecible

Ayer, bastante antes de acostarme divisé a lo lejos una luz blanca en todo el horizonte que fui controlando para ver hacia dónde se dirigía —por la noche, un código de luces va indicando a los navegantes la dimensión y rumbo de los barcos con los que se cruzan—. Al constatar su luz roja por mi banda de babor me despreocupé pensando que seguiría rumbo a las Islas Canarias y que provendría, probablemente, de las de Cabo Verde. Siguiendo fielmente el conocido verso mnemotécnico de navegación nocturna, todo estaba en orden: «Si da verde con el verde, o encarnado con su igual, entonces nada se pierde, siga a rumbo cada cual…». Por lo que hasta ahí, todo bien.

Dejé de remar; mi turno se acababa y la embarcación quedaba a partir de ese momento cuatro horas a merced de la corriente y el viento. Antes de acostarme devoré una barra energética Santiveri y me cepillé los dientes enjuagándome con agua de mar. Es fácil, solo se trata de sacar la mano por la borda y llenar el vaso ya que vivimos a menos de medio metro sobre el nivel del agua.

 Me desperté sobresaltado, salí de la cabina y ahí, a menos de 10 metros, observé un barco. Se acercaba peligrosamente a causa de la marejada

Encendí la luz de navegación pues mientras remo me es más cómodo hacerlo a oscuras. También, como de costumbre, conecté el detector de radar —un dispositivo que identifica las señales que emite el radar de otro buque y nos alerta acústica y visualmente de un posible rumbo de colisión—. Empezaba ya a conciliar el sueño cuando de repente me alertó el pitido corto pero agudo del detector. Su luz roja se había activado indicando que algo estaba sucediendo a nuestra popa. Me desperté sobresaltado, salí de la cabina y ahí, a menos de 10 metros, observé un barco. Se acercaba peligrosamente a causa de la marejada. Su motor era de gasoil, se oía perfectamente… ¡casi estaba encima de nosotros! De un salto y desnudo como estaba me senté a los remos temiéndome lo peor. Pensé que estaba a punto de embestirnos pero enseguida me di cuenta de que ese yate nos estaba siguiendo sigilosamente.

—¡Joder, Pancho! —chillé—. ¡Es un barco pirata, la luz de navegación ha delatado nuestra posición y vienen a por nosotros! ¿Por qué…?
Antes de terminar la pregunta ya me lo podía imaginar, mi corazón se aceleró. A gritos insistí a mi compañero:
—¡Pancho! ¡Pancho! ¡Coge el teléfono y llama a la Organización! ¡Tenemos a nuestra popa un barco pirata!
Él, que estaba completamente dormido, alzó la cabeza y me miró desorientado. Una vez enterado del problema, con total tranquilidad, me dijo: —No te preocupes, hombre, posiblemente nos hemos topado con un buque o un crucero y punto.
Me asombró su sangre fría, pero yo estaba convencido de que era un barco pirata y de que venía a por nosotros.
—¿Por qué se queda callado a nuestra popa como un tigre que acecha a su presa? ¿Por qué no se identifica ni dice nada? ¡Diablos!

¿Intentamos huir? ¡Para qué?, no iremos muy lejos, pensé angustiado mientras levantaba el remo a modo de lanza en ristre. ¡Qué absurdo! Si tienen armas de fuego, ¡estamos perdidos!

Recordé que no teníamos armas, ni cuchillos ni nada con que defendernos.
—¡Qué hacemos? ¡Llama a quien sea y dile que hasta aquí hemos llegado!
Mi cerebro activó todos sus mecanismos de defensa; un torrente de adrenalina invadió mi cuerpo. Estaba desconcertado, me sentía indefenso y estúpido. ¡Tanto esfuerzo para acabar así!, me repetía.
Tras llamar por radio a los presuntos atacantes, sentado y con los remos en la mano, su persistente y horrible silencio hacía la espera interminable. ¡Qué hacemos?
¿Intentamos huir? ¡Para qué?, no iremos muy lejos, pensé angustiado mientras levantaba el remo a modo de lanza en ristre. ¡Qué absurdo! Si tienen armas de fuego, ¡estamos perdidos! Parecía que el corazón me iba a estallar. Agotado después de siete días de remo, con la mente aturdida y con unos piratas a nuestra popa. No contestaban a nuestras llamadas de radio y todos los indicios ratificaban mi temor. Estábamos cerca de la costa de África, uno de los lugares donde todavía merodean esos criminales, pero no de los de parche en el ojo y pata de palo de las películas, sino de los que te abordan, te matan, saquean la embarcación y la hunden para eliminar todo tipo de pruebas.
Pasados unos minutos de máxima tensión el yate se colocó a nuestro estribor y un hombre agarrado a una de las bandas empezó a vociferar en un inglés británico:
—¡Finalmente hemos dado con vosotros, ya era hora!
¡Llevamos unas buenas horas buscándoos!
¡Ah, qué alivio! Me tranquilicé. Era uno de los dos veleros de la Organización de la regata que se encontraba visitando las embarcaciones de la zona. Al no llevar la luz de navegación conectada, no nos encontraron hasta que la encendí al irme a dormir.
—¡Uf, menudo susto de muerte me habéis dado! — increpé a los ingleses.
Pancho se reía y yo, tras hablar con ellos por el canal 72, al fin me relajé. Eso sí, juré no volver a navegar sin armas para defenderme de un posible ataque. Pero no dejo de preguntarme: ¿por qué se quedaron esos eternos minutos sin decir nada? Me podrían haber ahorrado un mal rato…

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