La regata más larga del mundo (el comienzo)

Dos hombres, muchos amuletos y todo el océano Atalántico por recorrer remando. Una aventura del siglo XXI basada en los grandes relatos de aventureros de antaño. Una hazaña protagonizada por dos españoles que durante diez semanas se publicará en esta revista. !Francamente adimirable!
Texto de la contraportada del libro “Ya sabía yo que en avión era más fácil”:

Este libro relata una apasionante travesía marítima de más de dos meses en alta mar. Cruzando el Oceáno Altántico exclusivamente a remo y sin asistencia de ningún tipo. Se navega bajo un sol de fuego, o en medio de tormentas tropicales con vientos huracanados, junto a espectaculares ballenas, piratas imaginarios, difíciles rescates, mágica luz líquida, noches pintadas por cientos de estrellas fugaces…

Momentos de sufrimiento, miedo y agotamiento que se alternan con los de optimismo, placer y espiritualidad…
Remando la Ruta de Colón se describen técnicas de navegación, superviviencia, superación personal, control en situaciones extremas… En definitiva, todo un propósito de vida inspirado en un pensamiento positivo.

Con el Patrocinio Honorífico de S.A.R. El Príncipe de Asturias y en apoyo a la Asociación Benéfica San Lázaro -Amor a los niños-, el autor, junto con su amigo y compañero Bombero Voluntario de Adeje, Pancho Korff, participaron como primer equipo español y de habla hispana en la regata a remo más larga del mundo.
Zarparon de Costa Adeje, Tenerife, y arribaron a la isla de Barbados en El Caribe tras navegar 2.835 millas (5.250 km) en una pequeña barca de 7 metros de eslora.

Crónica
DÍA D HORA H

Reza, pero no dejes de remar hacia la orilla, dice un proverbio ruso. Mi agenda profesional me ilustra cada día con un nuevo aforismo, y éste que leyera días antes de partir resultó muy apropiado para la ocasión. Cuando faltaban menos de 24 horas para zarpar, la mañana del sábado 6 de octubre, tras despertarme en mi apartamento, los nervios me encadenaron a la cama como un cepo. Dos años atrás parecía que el tan señalado día 7 nunca iba a llegar, pero… ya casi estaba a punto de iniciar la aventura. No era dentro de unos años o unos meses, ni siquiera pasados unos días, era sencilla y crudamente: ¡mañana! Me encontraba con Phil Scantlebury, entrenador de remo olímpico y trasatlántico y colaborador infatigable de nuestro equipo.
-Te lo creas o no, Phil, no me puedo levantar, tengo un nudo en el estómago. Llevo ya un rato intentándolo pero me siento bloqueado, me encuentro fatal —le comenté al despertarse.
-Haz un poco de yoga, respira profundamente —me contestó con voz pausada e indicadora de la mejor voluntad.

No era dentro de unos años o unos meses, ni siquiera pasados unos días, era sencilla y crudamente: ¡mañana

No me lo podía creer. Durante los dos años de preparación siempre había estado de lo más tranquilo, pero ahora una desagradable sensación de impotencia, un sudor frío que me recorría la espalda intensificaron lo penoso de mi situación. Debía reponerme y superar este trance rápidamente. Comencé a respirar y meditar y, como por arte de magia, tras un rato de malestar superé la angustia y me levanté para afrontar el que sería mi último día en tierra firme.

Lo único que existía en mi mente desde hacía semanas era tener lista y a punto la barca para zarpar a las 10 de la mañana del esperado 7 de octubre de 2001. Todo lo demás sobraba, era secundario, ni siquiera le prestaba atención. El grado de concentración era tal que mi espíritu de supervivencia me exigía examinar todo detalle, cualquiera, el más mínimo. Lo demás podría esperar a… ¿nuestro regreso? En teoría, lo teníamos todo previsto, o al menos eso esperábamos, pero por si ése no era el caso, embarcaríamos finalmente en Martha Dos cinco patrones y una patrona para que, entre todos, pudiéramos resolver cuantas adversidades acontecieran.

Enumerémoslos: El primero de ellos lo enroló mi amiga Rosa Campo en forma de medalla: un San Judas Tadeo, como patrón de los casos difíciles y desesperados que velaría por nuestra seguridad en alta mar. Ann Goulden nos brindó el segundo: el Buda Feliz o Buda Maitreya, patrón de la felicidad en Feng Shui para llevarse nuestros problemas, preocupaciones, estrés, ira, tensiones, tristeza y Chi negativo. San Juan de Dios nos protegería desde el parque de Bomberos Voluntarios  de Adeje al que pertenecemos. Una foto del día de la salida, colocada por los compañeros Carlos Alayón y Damián Galindo, permaneció desde entonces junto a la estatua que de este Patrón de los Bomberos tenemos en nuestras dependencias. Todavía hoy, años más tarde, siguen allí el patrón y la foto. También la madre de mi gran amigo Lluís Vidal nos brindó el escapulario de la Virgen del Carmen que llevaba consigo para sanarse de una anemia ferropénica que le afligía. Mercè no dudó ni un momento: la patrona de los marineros velaría por los navegantes mejor que por ella en tierra firme, protegiéndonos de posibles naufragios y tempestades. Para finalizar con la lista, estábamos Pancho y yo, pero en este caso solo éramos patrones… de embarcaciones.

Para finalizar con la lista, estábamos Pancho y yo, pero en este caso solo éramos patrones… de embarcaciones

Dos años de preparación y ahora había llegado el momento de la verdad, de no flaquear, de dar la talla. Tener miedo es ser prudente; saber disimularlo, ser valiente. La última noche no me atreví a dejar a Martha Dos sola en el puerto de Playa San Juan. Era tanto lo que nos jugábamos: preparación, material y tiempo invertido. Agotado ya a las 02.00 de la madrugada, ocho horas antes de la salida, pregunté a mi hermano Alejo si podía quedarse de guardia y dormir en ella. Solícito como siempre, accedió encantado. Ya en mi apartamento, la noche me brindó las últimas caricias que, quizá, fueran verdaderamente las últimas. Debido al estrés de los últimos días dormí profundamente por unas horas. A las seis de la mañana sonó el despertador, me levanté cansado pero la emoción del momento me activó plenamente. Me duché, me vestí con ropa cómoda, salí a la calle y cerré la puerta. Bueno, en realidad la cerré dos veces. Sí, la primera me iba con las manos vacías y la mente ya más navegando que en tierra firme; la segunda, con mis manos llenas: en una con una foto de mi primer maestro, mi abuelo Alejo y en la otra con mi almohada de plumas. Debió ser una corazonada la que me hizo regresar. Estas dos incorporaciones de última hora me sirvieron de apoyo espiritual y físico.

Me dirigí al puerto de Playa San Juan totalmente inmerso en mi escenario, asediado por los sentimientos más profundos de valor y miedo

A las 07.00 horas, el pasillo que da acceso a mi garaje se me hizo interminable. Un silencio frío me acompañaba; oía mis pasos retumbar en las paredes, el alba estaba desperezándose y yo con ella. Me dirigí al puerto de Playa San Juan totalmente inmerso en mi escenario, asediado por los sentimientos más profundos de valor y miedo. Parecidos, supongo, al del coraje y temor de un torero antes de lanzarse al ruedo; al de un alpinista antes de comenzar su último ascenso a una cumbre de 8.000 metros; al de un astronauta en el momento de iniciarse la cuenta atrás. Me sentía pleno dentro de mi alma y cuerpo que pisaba firme, seguro y preparado para enfrentarme a los elementos con los que deseaba fundirme de una vez.

A la media hora, cuando llegué junto a la embarcación, Pancho ya había despertado a mi hermano, a quien justo antes de embarcar le entregué las llaves de mi piso, de mi coche, mi móvil y no sé qué más; me desprendí de todo lo que ya no necesitaba. Nuestros ojos se cruzaron y me quedó claro: quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación. Un cariñoso estrujón valió más que mil palabras.

Oye Pedro, ha sido un placer haberte conocido», comentó desde su moto de agua mi amigo Eduardo Quintana. «No pongas esa cara, hombre —me reprochó— solo lo digo para el improbable supuesto de que no nos volvamos a ver…».

Sencillamente, instantes inolvidables que constituían la mejor expresión de un deseo de éxito a la vez que la esperanza de un retorno feliz. Algunos comentarios motivados por la emoción o la tensión hicieron que la despedida pareciera un tanto tragicómica. «Oye Pedro, ha sido un placer haberte conocido», comentó desde su moto de agua mi amigo Eduardo Quintana. «No pongas esa cara, hombre —me reprochó— solo lo digo para el improbable supuesto de que no nos volvamos a ver…”. En mi fuero interno era consciente de que ésa era una posibilidad real, de ahí que los sentimientos del momento cobrasen mayor intensidad. Alrededor de las 09.00 horas ya estaban todas las barcas dirigiéndose al punto de salida, a más o menos media milla mar adentro. Exactamente a las 10.15 sonó el bocinazo y comenzó así la regata a remo más larga del mundo.

Notificar nuevos comentarios
Notificar
guest

0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Tu cesta0
Aún no agregaste productos.
Seguir navegando
0
Ir al contenido