Etiopía: estrellas que se apagan

El jefe de las tribus del sur que retratara en otros tiempos Don McCullin se disfraza hoy de sí mismo, cobra un dólar por la foto y pide con educación que se la envíen al email que verán en su tarjeta de visita

Los viajes al pasado existen. No es una metáfora; es que, teóricamente, existen. La práctica tecnológica aún no nos lo ha permitido, pero recuerden lo que nuestro querido Albert nos enseñó: que la distancia es relativa al tiempo que tardamos en recorrerla. Lo que más me descoloca de esta teoría es esa misteriosa paradoja incomprensible por la que, si en un futuro hipotético consiguiésemos crear un dispositivo que nos transportase más rápido que la velocidad de la luz, podríamos ir y volver a otras galaxias en un santiamén; no sólo eso, sino que –y he aquí lo importante- cuando volviésemos nos encontraríamos en un tiempo anterior, ¡en el mismísimo pasado!

Si miramos al cielo, por aterrizar y proponer algo más tangible, las estrellas nos ofrecen también un pasado más asequible y menos retorcido. Muchas de ellas, ya muertas, siguen brillando para nuestro deleite, lo cual no deja de ser una cuestión meramente física; se trata, otra vez, del tiempo que tardan en viajar las imágenes por el espacio. Bajemos de las nubes y demos a los incrédulos su parte del pastel, que los noto ansiosos. No se preocupen, pues les está reservado un destino que les permitirá por fin ese viaje temporal. A ellos siempre les quedará Etiopía.

Los viajes al pasado existen. No es una metáfora; es que, teóricamente, existen

Poco se puede decir aquí que no se haya escrito ya de un destino tan particular y tan conocido (al menos en los círculos pertinentes). El impacto que produce en el que la visita es de tal magnitud que los que allí vivimos nos hemos acostumbrado, no sin cierto aire resabido, a ese reiterativo comentario que se nos repite a modo de ronroneo: “¡sin duda esto sí que es un viaje al pasado!”. Esto, que se dice por el nivel de intimidad que ha mantenido el país durante siglos, tiene sus peros. No obstante, son brevísimas las excepciones y las puntualizaciones necesarias que impedirían afirmar que los etíopes se las han sabido ingeniar para estar al margen de grandes conflictos religiosos, territoriales, étnicos e incluso, con il permesso, coloniales.

Durante muchos siglos han mantenido encendida, de manera incesante, la llama de una cultura, una dinastía, un pueblo, una religión, una lengua (y otras muchas). Han sabido, en definitiva, conservar su identidad durante su existencia. O al menos, como advierten algunos, hasta hoy.

Etiopía ha llegado a un momento histórico: los retos son máximos; los contrastes, impresionantes

Y es que, si los cambios que hoy experimentamos en Madrid o en Nueva York son ya de por sí vertiginosos, imagínense por estos lares. El mito del viaje al pasado se tambalea. Los flujos del dinero, la lógica de consumo, la globalización cultural, la tecnología cambiante, la velocidad de la información… son sólo algunas de las realidades actuales que han hecho prácticamente imperativa una adaptación de los países al medio, so pena de morir por asfixia propia si la rechazan. Y Etiopía, consciente ello, no ha querido ser menos. Hace unos años decidió subirse al carro.

Eso se ve hoy con la poca perspectiva que nos permite la reciente muerte de su primer y, hasta hace pocos meses, único presidente demócrata, Meles Zenawi, aquel hombre que decidió dar ese paso con todas sus consecuencias, entendiendo que lo que el país necesitaba para salir del hoyo no era más caridad, sino capital e inversiones del extranjero. Veinte años después del comienzo de este experimento singular, con un posicionamiento estratégico claro y uno de los horizontes de crecimiento económico más alentadores de toda África, lo cierto es que se ha llegado a un momento histórico sin duda único, por lo que el proceso de cambio supone. Los retos son máximos; los contrastes, impresionantes.

Lo que el país necesitaba para salir del hoyo no era más caridad, sino capital e inversiones del extranjero

Y se palpa a pie de calle. Un paseo por las avenidas de Adís Abeba basta para comprobar de qué va el asunto. La amalgama de gente que por aquí transita es de tal variedad que el paisaje urbano es de una naturaleza insólita jamás antes ni siquiera pensada. Empresarios, mendigos, turistas, cooperantes, niños de la calle, políticos, religiosos, universitarios… En esta megalópolis hay de todo, en todas partes, a todas horas.

Y las costumbres también se renuevan: chicas jóvenes, guapas y con dinero visten en minifalda y van al cine los viernes por la tarde; a pocos kilómetros, en las montañas de Entoto otras niñas y sus ancianas madres siguen cargando la leña calle abajo para venderla en Merkato al mejor postor. El niño limpia los zapatos en las esquinas, sí, pero lo hace a la vuelta del colegio que ya se ha generalizado y que el mismo se costea con lo que saca de pulir el calzado del personal. El cura ortodoxo que hace unos años estudiaba de manera austera y recogida a orillas del lago Tana les recomienda ahora a los jóvenes el uso del preservativo.

Las costumbres también se renuevan: chicas jóvenes, guapas y con dinero visten en minifalda y van al cine los viernes por la tarde

Se envían mensajes desde los orfanatos por facebook a los amigos de medio mundo, esos voluntarios que un día pasaron por aquí de vacaciones y les regalaron aquel móvil de estraperlo. Los salmos y las suras religiosas se pierden en el aire de las iglesias y mezquitas, mezclándose melodías sagradas con el reggaetón a todo volumen de las tiendas de música que abundan en cualquier barrio que se preste. La policía pone multas de tráfico por no llevar el cinturón de seguridad y establece el orden en los kebeles de la mejor manera posible, pero sin pisarle el terreno a los respetables shamagueles, esos ancianos que resolverán los conflictos vecinales de manera sabia, pacífica y equitativa como si del mismísimo Salomón se tratasen.

El jefe de las tribus del sur que retratara en otros tiempos Don McCullin se disfraza hoy de sí mismo, cobra un dólar por la foto y pide con educación que se la envíen al email que verán en su tarjeta de visita. El atletismo compite con el fútbol en las calles de la ciudad. El amárico con el inglés en la política. Las telas etíopes con el textil de China en los mercados. Los edificios modernos de Bole Avenue con el descuido y las chabolas de Piazza. La injera con la hamburguesa, la pizza y la pasta en el restaurante.

A los nostálgicos siempre les quedarán algunas prácticas que parecen resistirse al paso del tiempo

Son sólo una pinceladas, pero son representativas. A los nostálgicos siempre les quedarán algunas prácticas que parecen resistirse al paso del tiempo: el aroma de un café bien tostado, una cesta colocada sobre la cabeza de una joven, la mirada profunda, serena y atractiva del etíope… Imágenes que parecen no querer apagarse, como la de las estrellas que siguen brillando sin que aquí en el presente sepamos si ya están muertas. Cuáles son las que se apagan y cuáles no es la foto que nos corresponde tomar a los que tenemos la suerte de vivir aquí, contemplando este momento histórico, estos cambios presenciados hoy en el ayer que siempre fue Etiopía.

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