Kauppatori: la fiesta del pescado

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Con las primeras luces del alba, cuando Helsinki todavía no se ha despertado a este domingo de otoño, los comerciantes del Kauppatori ya descargan sus mercancías en el muelle, donde los tenderetes van levantándose perezosos mientras se arrastran cajas y se desembalan pintorescos artículos de artesanía local, una rutina sobresaltada, de vez en cuando, por el sonido metálico de las barras de aluminio golpeando contra el suelo. Alrededor del obelisco que conmemora la visita a la ciudad del zar Nicolás en 1833, la plaza del mercado va tomando cuerpo como un puzle gigantesco, buscando acomodo entre el Palacio Presidencial y las aguas del Báltico. Las sillas de madera se reparten por las terrazas, los toldos se tensan y los mostradores empiezan a rivalizar en colorido. Pero todavía no huele a pescado en el kauppatori, el mayor mercado al aire libre de Finlandia y, sin duda alguna, el más popular.

Siempre que tengo ocasión, ya lo he apuntado antes en VaP, busco el espíritu de una ciudad en los puestos de un mercado, en la barra de un bar y en el transporte público. Cuando tienes poco tiempo para escudriñar en el alma de un lugar que desconoces por completo, suelen ser un preciso termómetro de la temperatura ciudadana. En Helsinki hice las tres cosas, pero como la cerveza era bastante cara dediqué mucho más tiempo a deambular por la plaza del mercado antes de subirnos al ferry que, tras una noche de travesía, nos llevó hasta Estocolmo.

La plaza bullía de gente. Había salido el sol y el mercado era una fiesta en una ciudad necesitada de luz

A mediodía, al regresar a la explanada, la plaza bullía de gente. Había salido el sol y el mercado era una fiesta en una ciudad necesitada de luz. Helsinki se prepara ya para reencontrarse con el invierno de los días de apenas siete horas de luz. Por eso, cada día de sol es como una despedida de dos enamorados ante una inminente separación. El jolgorio dominical no puede esconder esa resignación ante lo inevitable.

El Kauppatori desprende, ahora sí, un inconfundible aroma a pescado. El muelle está repleto de veleros que hacen las veces de bares y restaurantes y sus cubiertas se llenan de gente, de conversaciones relajadas y de platos de arenque o salmón ahumado. El Awoina, un barco rojo atracado permanentemente en el puerto, es el más reconocible de todos. La hilera de puestos más alejados de la orilla venden souvenirs y artículos artesanos. Pieles de reno, cuchillos lapones, gorros rusos, jerseys de lana, camisetas, tallas de madera… A su lado se distribuyen los tenderetes de frutas y verdudas, una amalgama de vivos colores que alegra la vista. Por encima de ellos asoma la silueta de la catedral ortodoxa de Uspensky, a la que el sol arranca reflejos cobrizos cuando irrumpe entre las nubes.

El muelle está repleto de veleros que hacen las veces de bares y restaurantes y sus cubiertas se llenan muy pronto

Frente al mar, en primera línea, se suceden los puestos de pescado que exhiben sus enormes sartenes humeantes repletas de comida. Los platos se pueden degustar allí mismo, en cualquiera de las mesas repartidas por los tenderetes, mientras las conversaciones en varios idiomas sobrevuelan los intensos olores. Muy cerca de aquí, en un hangar cercano rehabilitado, se encuentra el antiguo mercado (wanha kauppahalli), al que hay que acercarse para empaparse de la pulcritud de sus expositores. Los precios, eso sí, son más elevados que en el exterior. Justo enfrente, el visitante puede encontrarse varios puestos de conservas, mucho menos concurridos, una buena alternativa para escapar unos minutos de la batahola de turistas y pescados.

Según avanza la mañana, cualquiera diría que todo Helsinki ha confluido en esta plaza (basta con alejarse unos metros para diluirse en avenidas semidesiertas) para declararse al sol, que regala unos placenteros minutos que, en una ciudad con una temperatura media anual de 5,5 grados, se reciben como una bendición. Los turistas estamos de paso, pero los finlandeses parece que estuviesen almacenando en la memoria esta mañana lúdica y luminosa para administrar los recuerdos en los fríos días del invierno.

Los finlandeses parece que estuviesen almacenando en la memoria esta mañana lúdica y luminosa para administrar los recuerdos en los fríos días del invierno

Tras descartar una lohikeitto (sopa de salmón), nos enfrentamos a un plato de salmón, chanquetes y un pescado parecido al arenque (ver foto), salpicado de verduras y patatas asadas, un condumio apetitoso que la cerveza ayuda a digerir sin prisas. En una terraza cercana, rematamos con un café con un dulce autóctono (lämmin possu), sin sospechar que el telón está a punto de caer. Sin previo aviso, comienza a llover cada vez con más fuerza y los toldos se cotizan mientras cunde un desánimo similar al de una fiesta en la que acaba de terminar la barra libre. La barra libre, aquí, era de sol.

Durante media hora, una sensación de desamparo recorre el mercado. De los toldos mojados gotea la inesperada traición de un domingo que prometía más rayos de sol. Cuando la lluvia cesa, el suelo está lleno de charcos de pesimismo. Son casi las cuatro de la tarde cuando los veleros empiezan a hacer rugir sus motores para abandonar el muelle y volver a sus embarcadores, mar adentro, a sus granjas repartidas por cualquiera de las cientos de islas que salpican el Báltico en aguas finlandesas.

De repente, comienza a llover cada vez con más fuerza mientras cunde un desánimo similar al de una fiesta en la que acaba de terminar la barra libre

Los turistas se arremolinan ahora para observar las concienzudas maniobras de los barcos. La aglomeración de embarcaciones exige la máxima pericia de los pilotos, en un alarde que arranca incluso algunos aplausos. Los puestos del mercado empiezan a desmontarse, mientras, con la misma rutina con la que el sol ha abandonado a Helsinki, como queriendo anticipar a sus habitantes que el invierno regresará dentro de unos días.

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Comentarios (1)

  • Diego

    |

    apenas conozco la ciudad de un paseo en una mañana de escala en el aeropuerto, pero me dio la misma sensación de la que hablas: calles desiertas, frío, luz tenue… Quizá en esa ciudad, y mejor que en ningún sitio, haya que hacer esa «ruta del mercado», más que nada para ver a la gente en su hábitat.
    Y una sopita de salmón para entrar en calor. Creo que es una buena ciudad «de paso»

    Abrazos

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