Tendremos que sufrir. Aunque no estemos ni adaptados ni preparados para ello. Pero podremos soportarlo, si tenemos clara la meta y trabajamos como un buen equipo. La historia de nuestra especie lo demuestra. Muchas personas antes que nosotros soportaron toda clase de privaciones y penurias, incluso cuando fueron arrastradas al límite de lo tolerable por nuestro organismo. Los campos de concentración nazis, los de Stalin en Siberia o el terror impuesto por Mao en China, son unos pocos ejemplos de lo que, en tiempos modernos, el ser humano ha tenido que soportar. Y también de la crueldad y desdichas que puede provocar. Como especie fuimos capaces de crear arte y cultura, lenguaje y transmisión cultural, aprender de las experiencias y sumarlas a las nuestras; así fueron posibles Cervantes y Shakespeare, Velázquez y las Meninas, Bach y la orquesta de cámara, pero también fuimos capaces de crear las cámaras de gas y organizar guerras sin sentido, crueldades y genocidios.
Victor Frankl escribió un hermoso libro, “El hombre en busca de sentido”, sobre su terrible experiencia en un campo de concentración nazi en el que sobrevivió a todo el horror inimaginable. Es un libro que, todavía hoy, es una referencia y un buen ejemplo de lo que podemos lograr si nos lo proponemos, si buscamos ese sentido al que Victor se refiere, aunque, en definitiva, sean metas que se sitúen por encima de nuestras realidades. La meta de Frankl fue sobrevivir para contarlo, se impuso la meta de dar a conocer aquella terrible experiencia para que no volviera a repetirse. Y lo logró.
Tendremos que sufrir, pero podremos soportarlo si tenemos clara la meta y trabajamos como un buen equipo
Aquellas personas arrastradas a una guerra o un campo de concentración no tenían otra posibilidad, sólo tratar de sobrevivir. Pero ¿qué empuja a un maratoniano o un ciclista a llevar su esfuerzo más allá de los límites de nuestro organismo? ¿O a un alpinista a escalar en invierno una montaña en el Karakorum? Yo mismo me lo pregunto ahora. ¿Qué hago aquí pasando frío? Imagino que mis amigos se estarán haciendo ahora la misma pregunta, soportando sobre sus hombros la carga de su mochila y, en su cabeza, el peso de la ausencia de sus seres queridos. Sin duda es una contradicción. Pero somos una especie contradictoria. Yo, desde luego. Supongo que tenemos que vivir con ellas tratando de resolverlas o aprendiendo a vivir con ellas. A veces pienso que puede ser una huida, aunque no sé muy bien de qué huimos.
Cualquiera puede imaginar que me gusta tanto como al que más estar en casa, disfrutar de la familia y de la charla con los amigos, disfrutar de mi profesión, ir al teatro o a un concierto. Pero, al mismo tiempo, cuando estamos instalados en el confort, inmediatamente necesitamos volver a desbordar nuestra realidad, imponernos nuevos proyectos que anticipan el futuro y que muchas veces no es que vayan por encima de nuestras posibilidades sino que están por encima de nuestras realidades.
¿Qué empuja a un alpinista a escalar en invierno una montaña en el Karakorum?
Desde el origen de nuestra civilización las hemos ampliando continuamente, siendo el motor del avance imparable de la Humanidad. Necesitamos conocerlo todo, pero al tiempo necesitamos que todo siga siendo misterioso y atrayente. La única forma de conocer los límites de lo posible es aventurándose en lo imposible. Son límites difusos y cambiantes. Que exigen siempre una mirada diferente, pues la aventura se recorre por las rutas salvajes del mundo y el abismo interior de nosotros mismos. Muchos aventureros antes que nosotros cayeron bajo ese influjo contradictorio, que es la unión de la acción y la inteligencia. Colón y Galileo, Copérnico y Magallanes, Humboldt y Darwin.
Necesitamos conocer, ir más allá, avanzar en las parcelas de lo desconocido, en lo que nadie ha hecho antes, donde nadie ha llegado. Nos mueven la imaginación y la esperanza tanto como la necesidad, la gloria o la promesa de riquezas. Es la historia de la Aventura Humana. Nos movemos por la razón y por la emoción, somos una mezcla de ambas. La emoción y el conocimiento tienen como objetivo la acción superior: amamos, exploramos y conocemos para actuar inteligentemente y no al contrario. Nos anticipamos al futuro imponiéndonos metas en apariencia imposibles, pero que nos obligan a desplegar todas nuestras capacidades. Esa sería una buena síntesis de lo que nos hemos propuesto.
Necesitamos conocer, ir más allá, avanzar en las parcelas de lo desconocido, en lo que nadie ha hecho antes, donde nadie ha llegado
Alguien podría afirmar, como tantas veces me decía mi madre, que no tengo ninguna necesidad de estar aquí pasando frío. Pero es una meta que me he impuesto y que comparto con otros siete amigos. Por eso estoy ahora aquí soportando voluntariamente unas condiciones tan duras. Es probable que no tengamos ni un 10% de posibilidades de alcanzar esa minúscula cumbre que se eleva por encima de los seis mil metros en pleno invierno, azotada por vientos que te zarandean y con temperaturas incompatibles con la vida. Pero queremos intentarlo. Es el hecho de imponernos estas metas lo que nos hace específicamente humanos. Y no nos podemos quedar quietos una vez alcanzadas, pues la satisfacción nos la proporciona la acción de acometerla. Lo que nos hace felices no es haber amado, sino estar amando…
Por eso, 30 años más tarde, me encuentro de nuevo en el Karakorum.