Laila Peak (IV): la guinda de un amor especial

Vinimos siendo mejores que antes de partir. Enriquecidos, con la cabeza aireada por el viento del Karakorum y el alma llena de emociones y sentimientos que difícilmente olvidaremos. Ya no aspiro a más. Pero tampoco a menos.
K2, Broad Peak y Laila Peak en primer término

Mientras cuatro de mis compañeros no sobrepasan la cuarentena, otros cuatro pasamos de los 55 años, una edad que muchos consideran la edad de retirarse a pasear apaciblemente por el parque. Desde luego que es una opción respetable. Pero yo quiero seguir teniendo metas, proyectos imposibles y, al mismo tiempo, compartirlos con amigos honestos, divertidos, buena gente con la que se puede ir al fin del mundo. Por eso todas las mañanas entrenaba en el gimnasio rodeado de chicas de carnes prietas y mallas ajustadas, por eso he cruzado buena parte de Pakistán, uno de los países más peligrosos del globo, por una zona plagada de talibanes y bandidos y luego he caminado con nieve por la rodilla para llegar hasta aquí: la mayor concentración de altas montañas de la Tierra.

Todo eso debería ser suficiente. Pero no lo es. Por eso estoy ahora doblado sobre los bastones pasando frío, mirando este hermoso paisaje que nos hace sufrir, que me abruma y zarandea al obligarme a asomarme al abismo de mi interior, y que es la recompensa que sólo este esfuerzo y la soledad buscada me proporcionan. Aquello que nos sucede siempre nos sucede dentro, aquello que nos conmueve nunca se nos olvida, aquello que conseguimos con esfuerzo nos hace mejores. Después de todo, ni la mejor de las escaladas nos puede proporcionar algo parecido a un estado de ánimo. Toda experiencia, por dura y desgarradora que sea, siempre es una experiencia interior. Ningún viaje, ninguna escalada, nos sirve de nada si no nos enriquece como personas.
Creo que ése fue el sentido de volver al Karakorum y en invierno…

Toda experiencia, por dura y desgarradora que sea, siempre es una experiencia interior

Y luego lo hicimos bien. Trabajamos duro y casi hasta la extenuación, sin ponernos metas a largo plazo sino tareas concretas, sin preocuparnos de a quiénes les “tocaría” el premio de intentar la cumbre. Porteando como animales de carga, sin poner cuerdas, vaciándonos en el trabajo y en la amistad. No hay nada más gratificante en el mundo. Todos aprendimos a sufrir bajo un viento y un frío brutales. En quince minutos parados perdía la sensibilidad de los pies. En sólo seis días escalando y porteando con buen y mal tiempo ya teníamos lo fundamental para intentar la cumbre del Laila Peak. Luego vendría una tormenta de cuatro días que nos dejó medio metro de nieve en el campo base y la certeza de que el corredor por donde habíamos subido tantas veces no era un lugar seguro. A pesar de ello, mis compañeros lo intentaron el 11 de febrero y se quedaron a menos de cien metros de la cima.

Todo parecía decidido. Las dos expediciones al Nanga ya se habían retirado, con un alpinista francés desaparecido; Wielecki y los polacos del Broad, verdaderos expertos en el arte de sufrir en invierno, daban muestras de desánimo, y luego perdieron dos compañeros por una cumbre que no lo merecía. En nuestro campo base hacía más frío y viento que nunca y Ramón y Juanjo estaban fuera de combate… Sí, todo tocaba a su fin. Por entonces el Karakorun, y el mundo, como canta Sabina, ya nos parecía un lugar sórdido y ajeno…

Todos aprendimos a sufrir bajo un viento y un frío brutales. En quince minutos parados perdía la sensibilidad de los pies

Pero lo intentaron; a pesar de todo, José y Alex lo intentaron; en el último momento y con unas condiciones espantosas. Durante más de catorce horas tuvieron que enfrentarse a temperaturas inferiores a los 30º bajo cero y rachas de viento que superaban los 60 kilómetros por hora.

Alex Txikon regresó al campo base completamente blanco. Por suerte para él, ya había dejado atrás el corredor por el que se había canalizado una gigantesca avalancha, pero la nube de nieve que levantó llegó hasta el campo base, adhiriéndose a su ropa hasta cubrirlo por completo. José Manuel Fernández bajaba más retrasado pero, por fortuna, tuvo tiempo de pegarse a la pared del corredor y ver cómo el alud le pasaba sobre la cabeza en dirección al glaciar. Era la última demostración de que, hasta el último momento, el Laila Peak había querido demostrarnos su poder. Cuando se desencadenó la avalancha, Alex y José Manuel estaban bajando de su esforzado y expuesto ataque a la cima del Laila, que alcanzaron, casi al límite de sus fuerzas.

Cuando se desencadenó la avalancha, Alex y José Manuel estaban bajando de su esforzado y expuesto ataque a la cima del Laila

La cumbre fue la guinda de un amor especial. Pero de lo que estoy especialmente orgulloso es de haber formado parte de un grupo de amigos magnífico y haberlo hecho con un estilo lo más limpio posible, con el mínimo de tecnología, sin porteadores, con apenas tres tiendas, sin cuerdas fijas y con el grado de exposición máximo que creímos poder soportar. Sería, en palabras de Bonatti, la unión de la ética y la estética, la gran dimensión del alpinismo clásico. En eso consistía el reto. Si ese camino terminaba en la cumbre, pues mejor. Pero lo importante era el estilo. Y fue normal que fuesen los más jóvenes los que hayan conquistado esa cima tan bella como esquiva. Ellos son los mejores y los más fuertes. Aunque nuestro amigo Ramón, tozudo hasta la extenuación, volvería unos meses más tarde y lograría pisar ¡por fin! su cumbre.

Juanjo me dijo que él ya no iba a la montaña para ser el mejor sino, simplemente, para “ser mejor”

Uno de esos espléndidos días pasados a los pies del Laila, Juanjo me dijo que él ya no iba a la montaña para ser el mejor sino, simplemente, para “ser mejor”. Que no se trata de traspasar el límite sino de buscar “tu límite”. Creo que en el Laila lo logramos. Vinimos siendo mejores que antes de partir. Enriquecidos, con la cabeza aireada por el viento del Karakorum y el alma llena de emociones y sentimientos que difícilmente olvidaremos. Ya no aspiro a más. Pero tampoco a menos.

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