La gasolinera donde negociamos la compra de diesel en el mercado negro, ya que sus tanques estaban vacíos, puede ser un buen ejemplo de la situación económica de Malawi. Fuimos a una estación de servicio a preguntar donde se vendía fuel. Allí, varios tipos se encargaron de ofrecer sus garrafas con combustible, pactamos un precio y confiamos en que la mezcla de lo que metía en nuestro motor no estuviera hecha con aceite de girasol. No hay reglas, no hay abastecimiento a pesar de estar disponibles las instalaciones. Todas las gasolineras del país están abiertas y vacías al público. Pondré otro ejemplo de una situación similar: el cambio de divisas en el mercado negro es mejor que en los bancos. Curioso sistema que arroja un 10% de inflación anual, números aún positivos pero que en breve podrían saltar por los aires e irse a los entre 20 y 40 por ciento de Uganda o Etiopía (dejo fuera a Zimbabue y su más de 1000% mensual de años anteriores). El Estado no funciona y las reglas de la oferta y la demanda, a la que hay que añadir en nuestro caso el color de piel y la matrícula, determinan los precios. “Una pena que este hermosísimo país, con buenos recursos naturales, está avocado a devorarse”, pienso.
Tendríamos, por tanto, que hacer el safari por el río. Nos dirigimos entonces al Baobab Lodge, un camping y hotel de cabañas, pegado a un brazo del caudal
Ya con gasolina nos dirigimos al Liwonde National Park. Se trata de un área protegida de una extensión pequeña para lo que acostumbran los parques africanos, “sólo 550 kilómetros cuadrados”, que hace casi frontera con Mozambique y el sur del Lago Malawi. Un lugar perfecto para nuestra paso de ruta, que se encaminaba de nuevo a la vieja colonia lusa, del que no hemos oído ni una palabra. Pasó, como pasa siempre, que en los lugares más recónditos y menos turísticos se esconden los lugares más especiales. Llegamos a la puerta de entrada y el guarda nos informó que por ser final de la época de lluvias sólo había 10 kilómetros de pista abierta. Tendríamos, por tanto, que hacer el safari por el río. Nos dirigimos entonces al Baobab Lodge, un camping y hotel de cabañas, pegado a un brazo del caudal. No había nadie, sólo nosotros, y un hombre de larga barba blanca y aspecto descuidado que luego supimos que era el dueño. Plantamos las tiendas de campaña y nos fuimos al bar, enclavado bajo dos enormes baobabs, a esperar la oscuridad.
Así llegó la noche. Hicimos entonces una hoguera, nos sentamos a su alrededor y contemplamos las estrellas. De fondo, se escuchaba a los hipopótamos
Así llegó la noche. Hicimos entonces una hoguera, nos sentamos a su alrededor y contemplamos las estrellas. De fondo, se escuchaba a los hipopótamos “chillar” en medio de una absoluta oscuridad (había huellas de hipos hasta donde habíamos plantado nuestras tiendas y no sabíamos dónde podían estar). Tras la exquisita cena de pollo con verdura a la luz de las velas, otra vez en la hoguera con una copa de vino escuchamos el sonido de otros animales salvajes ocultos en la noche. Ya cuando decidimos irnos a dormir apareció el sonido de las hienas. Su grito es singular, agudo, como si flotara en el aire y nunca se marchara. Sobrecoge y fascina dormir escuchando su enloquecida y amenazante risa. Hacer camping en los parques africanos tiene un punto de contacto con la naturaleza muy especial, es como si tocaras a las fieras con los oídos.
La canoa se abría paso entre por un canal de espesa vegetación
Por la mañana, amaneciendo, nos dirigimos a las canoas. Daniel y yo íbamos a hacer un safari en el río Shire. Fueron tres horas espectaculares. La canoa se abría paso entre por un canal de espesa vegetación. De pronto llegamos al gran lago, inmenso, sereno, donde las cabezas de los hipopótamos salían y entraban del agua. Te vigilan, miran que no entres en su territorio, y aparecen y desaparecen a su antojo. Un poco más adelante, en medio de otra vez una alta vegetación, vemos dos elefantes que se bañan en las aguas. Lo hacen cerca de nosotros, indiferentes a nuestra presencia mientras controlemos que el viento no les lleva nuestro olor y les avisa de nuestra cercanía. Cada escena, en medio de aquel lugar solitario donde la vegetación se agolpa hasta escalar las cercanas montañas que rodean el lago, te transporta a la África de vida salvaje que todos tenemos en la retina. Sólo se cruza ante nosotros alguna que otra canoa con pescadores, pero el silencio forma parte del paisaje. Pasa el tiempo, pierdes tus ojos en busca de leones, leopardos o búfalos y te entretienes hablando de las cientos de aves que sobrevuelan nuestro paso. “Es bello, es sereno, es especial este parque”, recuerdo alguna hora después mientras me doy una ducha al aire libre en este descubrimiento que es el Baobab Lodge y su parque escondido.
Este post forma parte de la “Ruta Hacia el África Desconocida” que VaP organiza en agosto. Más información arriba de la página.