Malawi: la muerte del presidente, la corrupción policial

Por: Javier Brandoli (texto). Foto (LVP)

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Nota: la foto es de las protestas de 2011 del pueblo de Malawi contra Mutharikha

Cuando vas a cruzar a un país, Malawi, que te recibe con la bandera a media asta porque acaba de fallecer su presidente todo es posible, incluso que no puedas entrar. En África, en muchas ocasiones, tras caer un mandatario ha habido un baño de sangre, una lucha por un cambio étnico en el poder, un intento de democratizar instituciones y gobiernos que, por desgracia, acaban con nuevos tiempos que hacen buenos a los muy malos anteriores. Todo era posible cuando se quiere entrar a un país que acaba de quedarse sin cabeza de Gobierno y hay un vacío de poder. Quizá una revuelta, un levantamiento… Una parte de mi se preparaba para contarlo con cierta emoción profesional, la de ser testigo preferente.

Todo era posible cuando se quiere entrar a un país que acaba de quedarse sin cabeza de Gobierno y hay un vacío de poder. Quizá una revuelta, un levantamiento…

Bingu wa Mutharikha, el fallecido mandatario que llevaba desde 2004 en el poder, fue un caso más de excesos y corruptelas. Hombre de pasado impoluto antes de que los votos lo “coronaran” rey, había trabajado en la ONU, Banco Mundial y era considerado un economista brillante que había contribuido al desarrollo de la zona. La primera legislatura cumplió las expectativas de la comunidad internacional, que veía reformas estructurales transparentes, y la segunda llegaron los desmanes de quien asume el poder como un cortijo desde el que enriquecer a los suyos. Todo acabó con una ruptura de relaciones diplomáticas en 2011 con el Reino Unido, tras la expulsión ordenada por Mutharikha del Alto Comisionado Británico (embajador de la Commonwealth), que alertaba de la descomposición democrática de Malawi en un cable diplomático que se hizo público. No importaba que los británicos aportaran casi el 50 por ciento del flujo económico de un empobrecido país, lo importante para un sátrapa es dominar la finca con puño de hierro. Las mismas críticas llovían desde la Embajada de EE UU o la Iglesia Católica, de la que el “bueno” del presidente era devoto. La amenaza de un nuevo Mugabe parecía que se hacía realidad. Sus últimos actos antes de morir fueron prohibir que se le criticara en los medios de comunicación y empezar a vigilar y cerrar redes sociales.

Sus últimos actos antes de morir fueron prohibir que se le criticara en los medios de comunicación y empezar a vigilar y cerrar redes sociales

Cuando llegamos a la frontera todo el previsible revuelo que nos podría esperar parecía lejano. Había una calma total, unos pocos coches, algunas cabras famélicas cruzando el desértico borde y los buscavidas de siempre esperando a engañar al extranjero. Al fondo, roída, una bandera del país colgaba de un pendón a medio camino del suelo y del cielo. Tras sellar los pasaportes, no se paga visado, Víctor se dirige a hacer los papeles de entrada del coche.

Comenzaba algo más de una hora de discusión con agentes de aduanas corruptos compinchados con supuestos agentes de seguros de automóvil que denegaban que nuestro seguro internacional, sudafricano, en el que explícitamente se incluía Malawi, fuera válido. Había que sacar uno nuevo y curiosamente los tipos que por allí deambulaban se encargaban de hacerlos. Unos policías miraban la larga y fuerte discusión de reojo, como si no fuera con ellos todo aquel sainete. Un teatro perfectamente montado para robar al extranjero. Si no pagas aquí lo harás tres kilómetros después donde habrá un control policial que te pedirá los papeles y nos dirá que nuestro seguro no es válido.

Unos policías miraban la larga y fuerte discusión de reojo, como si no fuera con ellos todo aquel sainete. Un teatro perfectamente montado para robar al extranjero

La historia ya está escrita, las reglas son inexistentes. ¿Una multa y un seguro tres kilómetros después o aceptar un denigrante robo en aquella frontera? Finalmente aceptamos desgastados por una discusión eterna en la que intervinimos Dani, Ana Paula, Víctor y yo. Ellos, mientras, repiten el mismo absurdo mensaje y esperan a que la premura de irnos ahogue nuestros acalorados argumentos. Tienen tiempo, toda la vida, nosotros no. Un tipo prepara entonces los papeles, pagas 50 dólares y, en esa voracidad del pedidor, tu “ladrón”, te acaba pidiendo tabaco y una propina por el trabajo hecho. Lo mandas a tomar por… y el sonríe y te desea buen viaje con cara de no entender tu enfado.

Ya estábamos en Malawi, país de bellas montañas y una carretera decente. La gente es afable, especialmente sonriente parece desde el coche. “El camino al mítico Lago Malawi parece que no será complicado”, pienso , pero 60 kilómetros después nos paran en un control policial.. La cara del agente me parece delatora y le comento a Dani que no es trigo limpio. Comienza otro teatro de pedir papeles, ceremonioso, que empieza siempre con miradas escrutadoras al coche. Entonces, tras un minuto de dar vueltas al vehículo, se destapa y exige los triángulos. “Aquí están”, contesta Víctor. El agente sabe que sólo necesita pedir algo más. “Enséñeme el extintor”. “¿Extintor? ¿Extintor para qué?”, dice Víctor. “En Malawi es obligatorio llevar extintor en los coches”, replica nuestro policía. La frase te desespera, ya sabes que comienza otra bronca, pero esta vez ya estamos agotados de robos indiscriminados. Víctor, tras discutir, se sube a la techo del 4×4 y le saca el camping gas. “Aquí tienes el extintor”, le dice. El policía, que con dificultad es capaz de diferenciar un extintor de una barbacoa, se queda bloqueado, pensativo. En ese momento bajo del vehículo y me voy a hablar con él. Le enseñó mi carnet de prensa y le explico enfadado que estoy trabajando para el Gobierno de su país y que esta retención está perjudicando nuestra labor. Duda, piensa que quizá se va a meter en un problema mayor con algún superior, y decide dejarnos ir con cara de desagrado. “Mutharikha no parece tan muerto”, pienso al volver al coche.

“Aquí tienes el extintor”, le dice. El policía, que con dificultad es capaz de diferenciar un extintor de una barbacoa, se queda bloqueado

El poder del país lo acabó asumiendo en las siguientes horas por mandato Constitucional Joyce Banda, vicepresidenta y enemiga del fallecido presidente. Una mujer gobernará en África. La presión de EE UU y la negativa del jefe del ejército a intervenir para alterar ese nombramiento hizo que no hubiera un baño de sangre, un golpe de estado a favor del hermano de Mutharikha y, por entonces, Ministro de Asuntos Exteriores. La muerte por infarto le pilló desprevenido al presidente, sin tiempo de liquidar a su enemiga, años atrás aliada. Malawi queda en paz, por ahora. La gente nos explica en los días posteriores que están esperanzados con un cambio del rumbo político. El combustible hoy hay que comprarlo en el mercado negro mientras las gasolineras esperan que llueva del cielo el fuel (en las propias estaciones de servicio se gestiona la compra en garrafa e ilegal), los alimentos no se distribuyen, suben los precios de las materias primas, la pobreza y el Sida. El país parece desmoronarse, precipitarse a un abismo de olvido. Su cierto esplendor de antaño es ahora una capa de polvo desconchado. Su enorme belleza choca con su realidad. Descanse en paz Mutharikha

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