Entonces se parten las calles y las casas se inundan. Ves a gente sacando en cubos el cielo de sus casas, muebles flotando, techos hojalata que se deshacen. La ciudad se paraliza, especialmente en el Maputo de cartón, donde el cercano mar parece menos violento que el lodazal de aquellos barrios perdidos. Todo pasa con esa pesadumbre africana en la que los golpes se convierten en costumbre.
Entonces se parten las calles y las casas se inundan. Ves a gente sacando en cubos el cielo de sus casas, muebles flotando, techos hojalata que se deshacen. La ciudad se paraliza, especialmente en el Maputo de cartón, donde el cercano mar parece menos violento que el lodazal de aquellos barrios perdidos. Todo pasa con esa pesadumbre africana en la que los golpes se convierten en costumbre.
Entonces se parten las calles y las casas se inundan. Ves a gente sacando en cubos el cielo de sus casas, muebles flotando, techos hojalata que se deshacen. La ciudad se paraliza, especialmente en el Maputo de cartón, donde el cercano mar parece menos violento que el lodazal de aquellos barrios perdidos. Todo pasa con esa pesadumbre africana en la que los golpes se convierten en costumbre.
Entonces se parten las calles y las casas se inundan. Ves a gente sacando en cubos el cielo de sus casas, muebles flotando, techos hojalata que se deshacen. La ciudad se paraliza, especialmente en el Maputo de cartón, donde el cercano mar parece menos violento que el lodazal de aquellos barrios perdidos. Todo pasa con esa pesadumbre africana en la que los golpes se convierten en costumbre.
Entonces se parten las calles y las casas se inundan. Ves a gente sacando en cubos el cielo de sus casas, muebles flotando, techos hojalata que se deshacen. La ciudad se paraliza, especialmente en el Maputo de cartón, donde el cercano mar parece menos violento que el lodazal de aquellos barrios perdidos. Todo pasa con esa pesadumbre africana en la que los golpes se convierten en costumbre.
Entonces se parten las calles y las casas se inundan. Ves a gente sacando en cubos el cielo de sus casas, muebles flotando, techos hojalata que se deshacen. La ciudad se paraliza, especialmente en el Maputo de cartón, donde el cercano mar parece menos violento que el lodazal de aquellos barrios perdidos. Todo pasa con esa pesadumbre africana en la que los golpes se convierten en costumbre.
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Llevaba toda la mañana gris, como si fuera atragantando el cielo de poco en poco, a sorbos. Entonces, justo detrás de la enrejada ventana de la casa de una amiga en Maputo, escuché el sonido brutal del agua golpeando el suelo. Fue en un segundo, no pasó más, desde que se pasó de la calma amenazante hasta que comenzó a diluviar obscenamente. Entonces me asomé a la ventana y vi como en pocos minutos las calles estaban anegadas. Vi a gente caminar con el agua por las rodillas. Vi el cielo temblar, quebrarse. Y así fue durante horas. Y así comenzó la rutina del caos.
La naturaleza en África es excesiva. Lo es por imponente, salvaje, pero lo es sobre todo por indomable. La gran diferencia entre una tormenta acá y una tormenta en el mundo preparado es el receptor. Es cierto que el cielo descargó con furia del trópico durante toda la mañana, que lo hacía con saña, con ganas de destrozarlo todo. Pero es cierto también que la ciudad no tiene desagües, que su asfalto acumula agujeros en los que se hunde la tierra, que la suciedad lo tapona todo.
Vi a gente caminar con el agua por las rodillas. Vi el cielo temblar, quebrarse
Entonces se parten las calles y las casas se inundan. Ves a gente sacando en cubos el cielo de sus casas, muebles flotando, techos hojalata que se deshacen. La ciudad se paraliza, especialmente en el Maputo de cartón, donde el cercano mar parece menos violento que el lodazal de aquellos barrios perdidos. Todo pasa con esa pesadumbre africana en la que los golpes se convierten en costumbre. Nadie se sobresalta, nada acontece que no sea parte de los tiempos ya previstos. Llega la estación de lluvias y con ella llegan los esperados destrozos.
Días después supe que el diluvio había causado un número de muertes aún indeterminado. Supe que algunas personas que conozco perdieron parte de sus casas y sus pertenencias bajo el chaparrón. Supe que Unicef calculaba que había casi 20.000 desplazados. Hubo que reparar numerosos daños materiales, secar a mano el aguacero y esperar que los vientos se llevaran las nubes. Volverá a pasar en breve de nuevo, volverá el cielo a humedecerlo todo, hasta la vista, lo hará varias veces durante esta época húmeda sin que nada cambie. No pasa nada, sólo hay que acostumbrarse a mojarse los hombros. Luego llega el sol y seca todo lo que aguantó la embestida, hasta las tumbas que tienen la costumbre de mojar aquí en Mozambique.