Montserrat es un corcho con polvo flotando en medio del Caribe. Una piedra con un volcán. Una ciudad fantasma gris junto a un estrecho mundo vivo, verde, bello y arrinconado. Un olvido cabrón. Ceniza. Música. Un ferry y un adiós perenne. Cualquiera que se sienta la curiosidad del viajero, creo, debe ir a este lugar.
Salimos a las nueve de la mañana con la barcaza que cubre la isla de Antigua con la isla de Montserrat. El mar se altera a medio camino, aún suavemente, en un día nublado que deja estelas grises entre las olas. A lo lejos comenzamos a contemplar una roca verde. En el viejo ferry van los 12 niños de un colegio y siete adultos. Más del 95 por ciento de los gastados sillones del barco van vacíos. Nadie va ya a la isla que se comió el volcán
Llegamos a una terminal de un puerto construida después del cataclismo. La aduana es una casa prefabricada en la que dos funcionarios ponen una vez al día los escasos sellos de los pasaportes que allí llegan. El aeropuerto se cerró a golpes de rocas y se construyó una estrecha pista para avionetas en la que vemos que pastan las cabras. Los barcos que llegaban de todo el mundo dejaron de venir. Los habitantes que no huyeron levantaron una nueva vida en el 30 por ciento de la isla que quedó habitable.
Nos enseña la isla a la que entre 1995 y 1997 le cayó del cielo un manto de ceniza y rocas incandescentes
Fuera de la aduana nos espera Sun, uno de los vecinos que aguantó la embestida del volcán y que tiene una empresa que arregla los permisos para entrar en la zona de exclusión. Sun es un tipo amable, que conoce los entresijos de Montserrat y que nos enseña la isla a la que entre 1995 y 1997 le cayó del cielo un manto de ceniza y rocas incandescentes que lo destruyó todo.
Subimos a su coche y vamos recorriendo bajo la a veces fuerte lluvia un lugar en el que todo se levantó de nuevo. Como el pequeño cementerio que da al mar, sustituto del viejo panteón que está aún sepultado bajo ceniza sin que hubiera tiempo de sacar los cuerpos de los allí enterrados. O el campo de fútbol, que también luce resplandeciente y apto para contemplar a la que fuera en 2002 considerada oficialmente como la peor selección del mundo tras perder con Bután en la final de los dos más malos por 4-0. Así es todo en la isla, nuevo e improvisado en la zona donde el cráter no lo partió todo.
“Hay gente que cree que se hicieron unas prospecciones mineras y se enfadó al espíritu de la montaña y por eso el volcán dormido despertó”, nos comenta Sun mientras nos acercamos al Observatorio del Volcán, institución que nos debe dar los permisos para entrar en la zona prohibida. “Hace menos de un año comenzaron a hacer estas visitas regladas para sacar algunos ingresos. Se está a prueba para ver si funcionan sin riesgos”, nos explica nuestro guía.
Hay gente que cree que se hicieron unas prospecciones mineras y se enfadó al espíritu de la montaña
“El volcán sigue activo y muestra señales de que volverá a soltar algo”, dice Rod Stewart, el director de la Institución que monitorea las 24 horas la amenazadora montaña. Su nombre no puede ser más indicado, antes de las explosiones de hace 20 años estaban en Montserrat los estudios de grabación de Sir George Martin, el productor de los Beatles. Por allí han pasado los más grandes artistas mundiales como The Police, Dire Straits, David Bowie… Todo eso cerró, como pasó con todo, y hasta la casa que Paul McCartney tiene en la isla terminó cerrada a cal y canto.
Finalmente accedemos a la zona de exclusión, la denominada Zona V. Pasamos varios controles policiales y entramos a una ciudad fantasma. Explicar cómo es Plymouth, la vieja capital, sería algo parecido a explicar como será el mundo tras el apocalipsis. Toda la urbe, donde había hoteles de lujo, supermercados y campos de golf, es hoy restos de inmuebles tapados por miles de toneladas de ceniza y rocas enormes que cayeron del cielo.
Andamos por algunas casas que tienen aún las mesas puestas ya que los que allí habitaban no debieron tener tiempo de recoger nada; por supermercados con sus carritos de compra perdidos en pasillos desolados con estantes vacíos, y por oficinas donde bajo la capa de ceniza se ven aún documentos y hojas entre sillas rotas.
Casas que tienen aún las mesas puestas ya que los que allí habitaban no debieron tener tiempo de recoger nada
En algunas viviendas, en la pared y el suelo, crecen plantas que van abriéndose paso entre el cemento. Las cocinas son cúmulos de sartenes y ollas convertidas en humo y aún se encuentran algunas revistas de los años 1992 o 1995 si se limpian algunos estantes.
La piscina del viejo hotel, cuya recepción guarda aún el teléfono de mesa y el libro de visitas y a cuyas habitaciones hay que entrar agachado porque la ceniza acumulada apenas deja espacio en las puertas, es especialmente singular. De sus azulejos ha crecido un jardín frondoso que sobresale ya a la superficie. En no mucho tiempo es posible que ya nadie pueda adivinar que allí debajo hubo un lugar donde las familias se bañaban alegremente. Era en los tiempos en los que allí había vida, risas, ruido. Hoy un eterno silencio lo cubre todo bajo la sombra de aquel volcán que parece vigilar amenazante la isla.
Parte por la tarde de nuevo el ferry casi vacío a Antigua. El mar está agitado y el barco cae desde olas de dos metros con cierta violencia. Atrás, como un fantasma que se desvanece, se va perdiendo poco a poco la silueta de la montaña con fuego en las entrañas. Montserrat parece dejar de existir.