Perdonen que en este espacio de viaje y de darle vueltas al globo vaya a hablar de esto. Pero VaP es un proyecto que hacemos en buena parte periodistas y que como tales trabajamos siempre en ese conflicto que es la imagen y su después. Nunca he tenido claro que foto sí y que foto no se debe publicar, pero en principio dejenme explicarles mi dudosa respuesta llena de matices.
Leo en internet toda una polémica global, una de esas que se fabrican en esta red de egos, estupideces y desprecios que se ha convertido Twitter, sobre el uso de las fotos en el atentado de Barcelona. Terrible, cabrón, triste… Poco que añadir y mucho que llorar y que pensar.
No hace falta que sea un atentado y un cuerpo muerto en una acera, muchas veces me he preguntado si esa persona sabía o quería que yo la retratara y publicara su foto. Está en un espacio público, pero ¿eso justifica que yo le tome una foto dormida, borracha, sucia, pobre, llorando, bailando, besando…? No lo sé, pero sé que sin esa posibilidad de hacerlo no hay periodismo, no hay mundo que contar. Quizá no quería que nadie le viera, quizá no debía estar allí, quizá besaba a otro, quizá no le gusta que vean cómo llora… Y todo eso pasa porque un tipo pasa por delante y toma su foto. Su libertad individual de no querer salir se menoscaba por mi libertad de querer hacerle una foto y el derecho a la información.
En Sudáfrica aprendí una lección sobre esto que alguna vez he contado en esta revista que tiene ya siete años. Visitando el museo Hector Pieterson en Johannesburgo vi la foto que encabeza este artículo. Esa instantánea, durísima, enseña un niño muerto que va en brazos de otro mientras su hermana con gesto horrorizado llora a su lado. El niño acaba de morir de un balazo de la Policía del apartheid en las famosas protestas de estudiantes en Soweto en 1976.
Si cualquier medio diera hoy esa foto en su portada sería lapidado por la trituradora de carne de las redes sociales
Si cualquier medio diera hoy esa foto en su portada sería lapidado por la trituradora de carne de las redes sociales y, sin embargo, esa foto supuso el principio del fin del apartheid. Durante años EE.UU y Gran Bretaña habían paralizado en la ONU todas las resoluciones en contra del régimen racista sudafricano. Esa foto, que se hizo viral en la aldea global, supuso las primeras sanciones de la ONU.
Los gobiernos anglosajones no tuvieron estómago para decirle a sus votantes, esa es la clave, que una foto que les había indigestado a todos su desayuno, a sus votantes, insisto, iba a quedar impune. Esa foto la ven hoy cientos de turistas que cada día van a Johannesburgo y acuden al museo levantado por esa famosa instantánea y que explica décadas de terror del que en ocasiones el único rastro son algunas fotos duras como aquella.
Y Hector Pieterson también tenía familia. Su hermana llorando horrorizada va a su lado. Y el chico que lo sostiene en brazos, Mbuyisa Makhubo, dicen que fue perseguido por la Policía, o que lo mataron, o que se escondió, o que se exilió a Nigeria y que murió lejos de su tierra… Hay diversas teorías sobre su destino. Aquella foto le convirtió en objetivo del gobierno supremacista blanco que no quería un héroe, un mártir o, algo peor, ambas cosas. La foto le convirtió en todo eso. En el museo, a la entrada, hay un maravilloso mensaje de la madre de Mbuyisa que no critica la falta de sensibilidad de la foto, la crudeza, el que le jodieron con aquella foto la vida y la libertad a su hijo… Habla de que su hijo hizo lo que debía hacer, ayudar a ese otro niño. Dice que eso es lo que ella le enseñó.
¿Aylan? Un niño muerto en una playa. Un bebé, mejor dicho
Imaginen una foto igual en Las Ramblas de Barcelona. Un niño que lleva a otro niño en brazos, muerto, mientras su hermana llora a su lado. ¿La publicamos? Y ahora pensemos en otras fotos. ¿Aylan? Un niño muerto en una playa. Un bebé, mejor dicho. Dura también. ¿Había refugiados ahogándose en el Mediterráneo antes de él?
¿Y las fotos que ganan cada año los premios Pulitzer? Esas son veneradas. Si hacen una exposición en su ciudad, corren, van, las observan con detenimiento y aplauden a la vez que se marchan horrorizados. Las más duras son de hecho las que más les gustaron. Ahí se detienen a ver todo con detalle. Para no poner ejemplos que caen en cascada, entren en internet, tecleen Pulitzer fotografías y verán ejecuciones, enfermedad. crueldad, miseria, cadáveres…¿Las recuerdan?
¿En qué se diferencian esas fotos con algunas de las crueles imágenes que hemos visto de Barcelona? Que aquellos muertos son los otros, desconocidos, lejanos, y estos son los nuestros. Demasiado cerca, mi sensibilidad demasiado alterada, mi tristeza y enfado demasiado alto para aguantar verlo en mi cara. En mi país no pasa eso, no hay cadáveres en las calles, no hay un hijo de perra que se recorre con su furgoneta en zig zag una avenida asesinando gente.
Una semana antes habíamos visto a un nazi estadounidense llevarse por delante una masa de gente
Justo una semana antes habíamos visto a un nazi estadounidense llevarse por delante una masa de gente, donde también murió una mujer y pudieron morir también decenas. No calculó ese otro hijo de perra si mataba a uno a o a veinte, aceleró su coche y se llevó todo ser humano que estaba detrás o delante. Y no escuché una sola palabra que pidiera que se censuraran las imágenes.
Yo vivo en México. Aquí la violencia es en ocasiones atroz. Y algunos medios la enseñan de forma atroz. Yo he tenido fotos en mi ordenador de desollados, de un niño muerto con un tiro entre el ojo y la nariz en el que el orificio se veía perfectamente, de cabezas cortadas y arrojadas en el asfalto… Recuerdo una vez uno de estos periódicos locales de sucesos que llevaba en su portada la foto de una mujer muerta, sentada en el suelo y con todo su pecho abierto ensangrentado. Titulaba algo así como “La Rajaron”. Puede que el titular fuera otro. La verdad es que el titular no lo recuerdo, la foto de la portada no se me ha olvidado. Era innecesaria y violenta para estar expuesta en la calle; quizá no lo era tanto para estar colgada en el despacho de algunos dirigentes políticos.
Supongo que en México habría que controlar esas imágenes y supongo que es bueno también que la gente de alguna manera lo vea de vez en cuando. Porque al esconderlas perennemente se corre el riesgo de que donde yo vivo, un barrio bueno y tranquilo de Ciudad de México, la gente crea que la vida es sólo eso. Generalmente, esto tampoco falla, la violencia se vive en las zonas más pobres, donde hay menos recursos.
La violencia es desagradable, maleducada, sucia. Hablarla y enseñarla es un gesto vulgar de periodistas carroñeros
Se corre el riesgo de que donde está el poder, el dinero, se caiga en el olvido, el desprecio, la negación de la cruda realidad. Eso le pasa a los otros por tanto no tengo que preocuparme. La violencia es desagradable, maleducada, sucia. Hablarla y enseñarla es un gesto vulgar de periodistas carroñeros. Pero los otros necesitan una solución para que les dejen de decapitar, les dejen de rajar, les dejen de pasar coches y camionetas por encima. Los de Barcelona, Alepo, Johannesburgo, San Salvador, Tampico…
Esa es la labor de este trabajo, la de contar la realidad. Y a veces es dura. Mucho. En buena parte del globo los sucesos como el de Barcelona ocurren a diario. No mueren 13 e hieren a 100 un día cada 14 años. Mueren 27, 50 o 90 cada día. Cada día de sus vidas pasa eso. Sin fallar. Con una precisión Suiza, donde no muere nadie y es noticia si el tren llega tarde, asesinan a decenas de personas, tienen secuestradas poblaciones de decenas de miles de seres humanos que viven sin libertad en un régimen de terror.
Se practica canibalismo por violencia, se obliga a madres a ejecutar a sus bebés a palos
En el planeta se practica canibalismo por violencia, se obliga a madres a ejecutar a sus bebés a palos, se trocea al enemigo vivo y desnudo atado con cuerdas al suelo. Todo eso lo he visto y contado yo en mis años de periodismo africano y ahora aquí en México y Centroamérica. Junto a una vida normal, de gentes felices, asombrosas y llenas de historias positivas y destacables. Esas también hay que narrarlas porque también ocurren.
Pero lo otro, lo atroz, no queremos verlo. Exigimos no verlo. Criticamos cuando nos lo enseñan porque violenta nuestras vidas cómodas en las que esas barbaries no ocurren. Y mi pregunta es, ¿dónde está la falta de ética en enseñarlo o en no querer verlo? ¿En hacer colas por ver las exposiciones de las fotos de los muertos cuando son los otros o en exigir que nos enseñen nuestro mundo edulcorado? ¿Una denuncia cruda puede ayudar a cambiar algo? ¿Recuerdan alguna foto que les enseñara más el hambre que se vivía en África al planeta que la de aquel niño sudanés junto a un buitre tomada por el posteriormente suicidado Kevin Carter? Carroña, quizá de un basurero cercano y no del niño, era lo que buscaba el buitre. Una foto, muy dura, de golpe, le contó al globo mejor que mil crónicas que había millones de personas muriendo de hambre.
No tengo una respuesta clara sobre este tema. No la tengo ya sobre casi nada. Manejo dos variables: el derecho a la intimidad del llanto y el buen gusto de no poner vísceras gratuitas en las portadas, y la total conviccción de que el ser humano es tan comprensiblemente egoista y encogido que necesita ver a un bebé muerto sobre una playa para horrorizarse por la rutina diaria de un mar al que la gente va a bañarse llamado Mediterráneo.
A propósito, no parece que los votantes hayan obligado mucho a sus gobiernos a cambiar nada, va a hacer falta otra foto cruda para remover conciencias y evitar unos cuantos cientos de ahogados. No hablo de Europa, claro, allí con toda la tristeza la violencia golpea cruda y salvajemente sólo de vez en cuando. Pienso más en mi casa, es posible que hoy, y mañana, y el mañana de mañana, a no excesiva distancia de de donde yo escribo esto mueran decenas de personas decapitadas, violadas, ejecutadas y sus cuerpos hayan sido escondidos en alguna de las fosas ilegales donde hay al menos 30.000 muertos enterrados. Sin foto. Sin público llanto. Nadie los ve.