“¡A remar que se viene la curva!”, les grité a mis compañeros y con empeño volvimos a llevar el bote al medio del río. “¿A cuánto estamos?” me preguntó uno de ellos. Miré mi GPS, sólo nos separaban diez minutos de navegación del enigmático Basalt Glen de Fitz Roy.
Por algún motivo hacía unos años me había sentido atraído por el relato de Darwin y el Capitán Fitz Roy de su exploración del Río Santa Cruz, en la Patagonia sur. El celeste lechoso del río delataba que el origen de sus aguas era glaciar. Atravesaba la árida estepa patagónica sin que sus aguas generaran un corredor verde. El río, o el glaciar que le dio origen, excavó un valle de unos cinco kilómetros de ancho en la meseta. No había ni caminos, ni puentes ni población alguna en el valle. Resultado, éste se mantenía como cuando aquellos primeros exploradores lo visitaron.
En 1834 el Beagle debía ser reparado, su capitán, Robert Fitz Roy, encontró que el estuario del Río Santa Cruz era el lugar ideal para hacerlo. Sus mareas de nueve metros permitían dejarlo varado a seco en la playa de canto rodado. Mientras el barco era reparado, el Capitán y una veintena de hombres que incluía al naturalista Charles Darwin, partieron en tres botes para explorar las nacientes del río. Sospechaban que encontrarían un gran lago al pie de los Andes hacia el cual descendían azules glaciares. Hacia allá partieron, pero a poco de andar la corriente y el viento les impidieron navegar hacia el oeste. Debieron remolcar los botes desde la sinuosa costa. A medida que avanzaban anotaban cuidadosamente todo lo que observaban, campamentos indios, cerros, animales, lugares de cruce, etc.
Los días pasaban y el río se hacía cada vez más sinuoso. Ya veían los Andes en el horizonte pero las raciones estaban calculadas para veinte días. Fitz Roy temía que a ese paso no llegarían al lago que quería descubrir.
A medida que avanzaban el artista del grupo dibujaba todo lo que veían. Una de sus imágenes era un grabado llamado Basalt Glen. Los días pasaban y el río se hacía cada vez más sinuoso. Ya veían los Andes en el horizonte pero las raciones estaban calculadas para veinte días. Fitz Roy temía que a ese paso no llegarían al lago que quería descubrir.
Mi intención era reproducir exactamente el viaje de los ingleses pero el responsable de logística me demostró que era muy complicado subir el río a contra corriente. Me sugirió hacer el camino inverso, bajarlo sin motor, empujados solo por las aguas y nuestros remos. Sería mucho más placentero porque lo haríamos en silencio, sin perturbar el ambiente y con muchas más oportunidades de apreciar la fauna.
Ya no les quedaban más que un día antes de tener que emprender la vuelta. Fitz Roy subió al costado del valle y vio que el río seguía serpenteando. Decidió dejar los botes con custodia y avanzar en línea recta hacia el oeste a paso redoblado en un último intento de descubrir el lago que intuí por allí cerca. Sólo podrían avanzar hasta el mediodía porque entonces tendrían que detenerse para calcular la latitud con la altura máxima del sol. Partieron al amanecer. Caminaron a toda velocidad pero del lago… nada. Al mediodía se detuvieron cerca de una elevación. La subieron para ver si desde la cima se veía el lago, pero… nada. Fitz Roy bautizó el llano frente a ellos como “Planicie de la decepción”. Tomaron las coordenadas y las anotaron con el nombre “Western Station” por ser el punto más al oeste de la exploración. Volvieron a los botes y en dos días estaban de nuevo en el Beagle.
Pude verificar que luego de casi tres semanas de remontar el río, Darwin y Fitz Roy estuvieron tan sólo a dos horas de caminata del lago que querían descubrir.
En el primer día de nuestro viaje pusimos los botes en el agua casi en el Lago Argentino y nos dejamos llevar un rato hasta que el GPS me indicó que estábamos muy cerca de Western Station. Fuimos a la costa y tres de nosotros caminamos hacia donde nos indicaban los satélites. En el lugar exacto pusimos una placa conmemorativa del paso de aquellos notables exploradores. Pude verificar que luego de casi tres semanas de remontar el río, Darwin y Fitz Roy estuvieron tan sólo a dos horas de caminata del lago que querían descubrir. Sin embargo el lugar no era exactamente como lo había descripto el Capitán. No estábamos en la cima de la ondulación que el mencionaba. Me imaginé que las coordenadas calculadas con sextante no debían ser exactas. A un kilómetro al sudsudoeste de donde estábamos había un montículo pero no teníamos tiempo de explorar a ciegas. Volvimos a los botes y seguimos nuestro viaje.
Durante seis días acampamos en varios de los lugares donde ellos lo habían hecho más de 170 años antes y encontramos que la zona estaba tal como ellos la habían descrito. A medida que identificábamos lugares y comparaba las coordenadas noté que persistentemente había una diferencia de 1500 metros entre los cálculos de de Fitz Roy y mi GPS. Igualmente encontramos el Basalt Glen que ellos habían dibujado y sacamos una foto idéntica al antiguo grabado. Fueron días inolvidables en los que atravesamos una zona maravillosa sin encontrar ni una sola persona.
Más de cuarenta años después de la expedición inglesa, el naturalista argentino Francisco Moreno rehizo su viaje por el Santa Cruz. Alertado por la experiencia de los anteriores exploradores llevó una tropilla de caballos que pudieran remolcar sus botes.
Nosotros volvimos al año siguiente decididos a rehacer el camino de Moreno, esta vez con una camioneta todo terreno. El viaje lo iniciamos donde lo habían dejado Darwin y Fitz Roy, Western Station, allí donde habíamos dejado la placa. Desde allí hice la corrección que había encontrado en las antiguas coordenadas y esta me llevó al promontorio. Lo subimos. Increíblemente, a pesar de que el lago está a tan sólo seis kilómetros, la ondulación del terreno lo esconde. Allí sí todo coincidía con el relato de Darwin. Las montañas del horizonte se veían exactamente iguales que en la imagen del dibujante del Beagle. Estábamos exactamente en el lugar donde la expedición ingleso había dado la vuelta.
Moreno, no solo llegó al lago, sino que notó que muy cerca de donde nace el Santa Cruz desagua un río también muy caudaloso, lo llamó La Leona. Notó que el Santa Cruz y La Leona están alineados, casi como si se tratara del mismo río sólo que ahogado por el borde del lago. Moreno remontó La Leona,nosotros también.
En los cinco años que duró la expedición del Beagle, Fitz Roy bautizó más de cien ríos, montañas y lagos, muchos de ellos con los nombres de la tripulación, pero ni uno sólo de estos lugares llevó su propio nombre
En los cinco años que duró la expedición del Beagle, Fitz Roy bautizó más de cien ríos, montañas y lagos, muchos de ellos con los nombres de la tripulación, pero ni uno sólo de estos lugares llevó su propio nombre ya que esto estaba mal visto en el Almirantazgo inglés. Así fue que uno de los mayores exploradores de la Patagonia sur y Tierra del Fuego era el más olvidado por su toponimia.
Moreno remontó el río La Leona y encontró que este nacía en otro lago que llamó Viedma. Dos cosas le llamaron de las costas del Viedma. Una era un enorme glaciar que llegaba hasta sus aguas y descargaba gran cantidad de témpanos, y la otra era una enorme montaña, con forma de faro. Sus laderas casi verticales eran de piedra maciza. Moreno acababa de descubrir un cerro muy especial que debía ser bautizado.
Nosotros acampamos cerca de su base. Para entonces yo ya estaba escribiendo mi libro “La traición de Darwin”, tenía una idea para la tapa. Me desperté muy temprano para sacar una foto de ese maravilloso cerro con el primer rayo de sol. Del cercano arroyo tomé una piedra que éste traía del cerro. Decidí llevármela para algún día dejarla en la tumba de Fitz Roy. Al fin y al cabo el nunca se enteró que Moreno bautizó a una de las montañas más emblemáticas de la Patagonia con el nombre de Fitz Roy.
PD: Lamentablemente una vez más el progreso nos jugará una mala pasada ya que se proyectan dos represas que inundarán el maravilloso valle del Río Santa Cruz. Con los diques no sólo dejará de fluir este río sino que también se inundará el hábitat de gran cantidad de especies de flora y fauna y también innumerables sitios de interés arqueológico se perderán sin siquiera haber sido estudiados.
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Gerardo Bartolomé es viajero y escritor. Para conocer más de él y su trabajo ingrese a www.GerardoBartolome.com