“Desplomado, roncando. Son las 10:15 horas de la mañana. Intento no hacer ruido y cojo el bolígrafo que hay sobre la mesa y pongo mi nombre, apellidos y firmo, como hice cuando estuve aquí la vez anterior (que no avancé nada). Todo muy sigilosamente para no despertarle. Llamo al ascensor y cuando se abren las puertas el hombre, el guardia de seguridad de un edificio público donde se dirimen las reclamaciones de la tierra, sigue con su cabeza desmontada sobre el hombro y aún logro escucharle un último ronquido”