Corresponsal en México

Vaya aquí por tanto este contrato de mesura, de no sacar rápidas conclusiones, de intentar contar lo importante primero y lo menos importante también, después. De no contarme a mí y sí contar a los otros. Vaya este deseo como un todo al que agarrarme cuando lleguen los egos y las dudas…

Hace una semana que he aterrizado en el DF, este gigante inmenso que desde el avión parecía una interminable plantación de cemento del que brotaban casas hasta donde alcanzaba la vista. Luego, ya en tierra, descubrimos una urbe llena de vida que huele al polen de los coches y las flores que lo ocupan todo mientras una lejana canción que se escucha en un bar siempre abierto te recuerda que en esta tierra se permite todo menos la tristeza fácil. Cuando se llora, parece, debe haber un motivo. Pero todo eso son sensaciones, impulsos, miradas tan interesadas como perdidas. Pronto, es pronto para sacar cualquier conclusión.

El DF será mi casa presumiblemente durante al menos los próximos cuatro años. Trabajaré, en un principio, otra vez para el periódico El Mundo y seguiré relatando historias que pasen ante mis ojos en este proyecto que ahora cumple cinco años y que ya de forma errónea seguimos llamando Viajesalpasado (nunca participé en nada que me pareciera más presente que esta web pero la nostalgia nos impide alterar nuestros “fracasos”).

La nostalgia nos impide alterar nuestros fracasos

¿Qué ha cambiado de aquel otro tipo que hace cinco años se fue a Sudáfrica de corresponsal? ¿Qué ha cambiado en el contador de historias? Supongo que la respuesta tiene que ver con la calma. Algo que traen los años, o la experiencia o el entender que el café tras probarlo de mil maneras te gusta corto y con un sobre de azúcar. Vaya por delante que este texto es una especie de contrato conmigo mismo y que al hacerlo público eleva a fedatario al lector. Vaya por delante que carezco de tanto talento como para cumplirlo escrupulosamente, así que sean benevolentes cuando tropiecen con prisas y egos por estas y otras páginas.

En África, que la viví cinco años entre Sudáfrica y Mozambique, y la viajé repetidamente de norte a sur, aprendí que este oficio de contar historias es particularmente complicado en la inmensa soledad desconocida del mundo exterior. Estás sólo, en tu medio, en este universo llamado internet donde los tags dividen todo y donde las prisas del ahora no te permiten pensar y evaluar los riesgos de tus palabras. Tú eres una redacción completa que un día escribe de política, otro de cultura y otro de deportes. Imaginen que el responsable de escribir de economía en cualquier periódico nacional tuviera que escribir al día siguiente de la protección de la fauna salvaje y al siguiente hacer un completo reportaje con fuentes propias de la venta de drogas en los bares de noche de su ciudad. Difícil, ¿no? Difícil hacerlo bien, digo.

 Estás sólo, en tu medio, en este universo llamado internet

Mi primer vértigo como corresponsal, eso lo he entendido hoy, fue por tanto el escribir en ocasiones casi a ciegas (entonces no era tan consciente del abismo al que me lanzaba). No hay tiempo, hay un cierre. Las noticias tienen un ahora. Ustedes, también responsables de la cadena de errores, las consumen así, inmediatamente. Los primeros en escribir (yo) y los primeros en leer (ustedes). Ese es el éxito de las dos partes siempre llenas de honrosas excepciones.

¿Alguno querría leer ahora un sosegado y lleno de datos y fuentes artículo sobre la muerte de Mandela? ¿De verdad? Mandela ya murió y sin una gran exclusiva que el lector crea que modifica algo de lo ya contado es un producto informativo ya consumido que no necesita volver a leer. Da igual si el nuevo texto lo ordena todo, si profundiza un poca más, si aclara algún pequeño error, es ya pasado salvo que el consumidor entienda que más allá de la nueva profundidad hay algo que da actualidad a todo. Algo de lo que poder presumir en las redes sociales o en el café.

Y ahí hay una responsabilidad que vas entendiendo muchas veces con golpes. Y entonces te salen los estereotipos de las primeras veces, basados en tus ideas preconcebidas antes de llegar a tu nuevo hogar. Aplicas una lógica inconsciente sobre lo que esperan los lectores para identificar también en tus textos sus usos y costumbres sobre un lugar del que, como tú, no saben casi nada. En Sudáfrica esa lógica hablaba de violencia, racismo y pobreza. ¿En México? Juzguen ustedes mismos.

 Los medios no son tan malvados para inventar una realidad

Eso no significa que eso no sea real, que esos tres factores no estuvieran presentes en la vida sudafricana como desde luego la violencia o la corrupción lo están en la mexicana (los medios no son tan malvados para inventar una realidad); significa que ahora queda el encuadre, las causas, la mesura y el enfoque. Ese es el oficio y eso supongo que es nuestra responsabilidad con el lector. Sin prisas, entendiendo, explicando… Difícil. Así dicho parece una ecuación sencilla, pero entre todos hemos convertido en complicado es objetivo de narrar las cosas.

El periódico me pedirá una producción, entendible, nada que objetar. La gente aplica a los medios de comunicación una curiosa lógica no empresarial que los convierte en ONG o en servicios publicos. No se engañen, no lo son. Los medios, como los restaurantes, tiendas y arquitectos, existen para ganar dinero como cualquier empresa. Otra cosa es que los medios tengan un poder mayor y sus vicios, que son muchos y especialmente desagradables al mezclarse con manipulaciones y poder, sean más visibles que los de una cocina que usa sobras para conseguir beneficios.

Y luego, fuera de esos reales y mayoritarios conceptos mediáticos, hay otro mundo del que hablar, otras realidades en las que mirar que quedan fuera de los estereotipos del país. Yo no practico el “buenismo”,  no he venido a México a perdonar ni lavar sus pecados. He venido a contar historias, como hice en África, y entiendo que la actualidad manda y que si su corrupción y violencia es fuerte mi deber es contarlo.

 No practico el “buenismo” no he venido a México a perdonar ni lavar sus pecados

Pero mi deber es también contar otras realidades, dejar traslucir esa otra vida normal que el maestro Unamuno denominara intrahistoria y que siempre se impone a la realidad mediática a “ras de vuelo”. Porque donde se habla de una violencia insostenible, en la lejanía, como un todo, se esconde la vida apabullante y normal de una mayoría de gente que realiza multitud de interesantes actividades de espaldas a los apocalípticos titulares con una rutina pasmosa. La vida gana siempre, eso me lo ha enseñado viajar, y aunque eso no sea noticia también debe contarse.

Vaya aquí por tanto este contrato de mesura, de no sacar rápidas conclusiones, de intentar contar lo importante primero y lo menos importante también, después. De no contarme a mí y sí contar a los otros. Vaya este deseo como un todo al que agarrarme cuando lleguen los egos y las dudas, cuando lleguen las sonoras bofetadas que duelen del tipo que te recuerda en un comentario de tu noticia que él no forma parte de los del fast press, que él conoce la realidad mejor que tú.

Cuánto duelen esas primeras ostias y que necesarias son para poner los pies en el suelo. Este es mi contrato con los lectores en esta nueva sección que inicio hoy llamada “Corresponsal en México”, enfatizando mi lado periodístico sobre el viajero, mezclándolos en una coctelera llamada VaP. Una forma de no olvidarme de esta responsabilidad. Pasen, lean… y critiquen cuando sea necesario pero por favor con la debida compostura que se debe entre caballeros, golfos y plumillas. Están en su casa.

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