Desde el cielo el mundo es distinto, es más igual, parece más justo. La distancia borra huellas. Las diferencias se difuminan, las carreteras destrozadas son sólo líneas, las casas de adobe son simples techos donde no se huele la madera de las cocinas de barro. Desde el cielo el mundo es irreal, lejano, bello. Una paleta de colores con formas imprecisas.
Mi vieja a Tanzania comienza con un avión que parece más un autobús. Nunca hice un viaje con dos paradas para subir y bajar viajeros. De Maputo a Dar es Saalam el aeroplano se detiene en Nampula y Pemba y da la sensación de que podría bajar a tierra a recoger en cualquier momento a alguien al que el piloto viera levantar el dedo.
La misma filosofía que los autobuses, los taxis, las bicis, las motos… Espacio y tiempo importan aquí bastante menos
Así son los vuelos en África y así deben ser. No hay pasajeros suficientes para rentabilizar la línea de Mozambique a Tanzania así que se aprovecha y se para todas las veces que haga falta por el medio. La misma filosofía que los autobuses, los taxis, las bicis, las motos… Espacio y tiempo importan aquí bastante menos. El lujo no es la comodidad, es el movimiento.
Desde el cielo Mozambique es especialmente bello. El vuelo se hace junto a la costa y se contemplan sus interminables arenales. Detrás de ellos, pegados al mar, se ven decenas de enormes lagunas de agua dulce que forman un pequeño mar interior roto por parches de tierra. Entre medias hay eternas filas de palmeras y caminos que parece que no van a ninguna parte hasta que descubres finalmente que van a alguna parte.
Caminos que parece que no van a ninguna parte hasta que descubres finalmente que van a alguna parte
Sobrevolé por primera vez las islas de Bazaruto y mi playa de Vilanculos. Intenté divisar mi segunda casa, el hotel Villas do Indico, pero no conseguí distinguir nuestros bungalows. Al fondo vi desde el cielo las islas de Benguerra, Bazaruto y Santa Carolina. Las dos primeras me parecieron más grandes que cuando las pateo. Sus inmensas dunas de arena forman un imposible entre tanta agua. Desde allí, desde arriba, parece que el desierto se abre pasó a bocados desde el mar. Lo parte para hacerse un hueco desde el que sacar su cabeza. Las fotos son pésimas porque tengo el sol de frente. Lo que veo es salvajemente bello. Santa Carolina, sin embargo, es una mancha de tono cálido. Desde tan arriba es tan pequeña que parece que podría saltarse si no se quiere caminar.
Luego, tras parar y bajar del avión en Nampula y Pemba, el avión sobrevuela el norte de Mozambique y su reguero de pequeñas islas. No he estado aún en las Quirimbas pero podría haberlo hecho de haber seguido mi instinto que me pedía abrir la puerta y lanzarme sobre aquel mar. Pocas veces vi un verde tan verde y una azul tan azul como el que se divisaba desde mi ventanilla. Primero, el avión giró dejando la hermosa bahía de Pemba atrás para luego comenzar a mostrar un montón de pequeñas ínsulas a cada cual más paradisiaca. Parecía una acuarela desde la que dibujar el mundo.
Comenzar a mostrar un montón de pequeñas ínsulas a cada cual más paradisiaca
Luego, en algún momento me entretuve en intentar adivinar cuando terminaba Mozambique y comenzaba Tanzania. Debía haber una frontera aérea que te indicara cuando has cruzado una frontera. Así podríamos entretenernos en mentirnos diciendo que se nota mucho el cambio. Las nuevas casas, las carreteras, los cultivos, los tonos del agua o cualquier tipo de idiotez que nos permita afianzarnos en el engaño que es muchas veces para los ojos la realidad. Si uno sabe que un país es más próspero que el otro seguro que encuentra en segundos decenas de evidencias imposibles, porque como dije desde el cielo el mundo es igual.
Llegamos por fin a Dar es Salaam. La otra vez que volé aquí hace tres años llegué de noche y salí de noche así que en mi recuerdo esta ciudad desde las nubes son un montón de luces pequeñas que se extendían a mis pies. Cuando comencé a divisar la gran urbe contemplé una larga explanada de casas y algunos rascacielos que bien podrían asemejarse a Madrid. Luego, cuando el avión comenzó a descender desapareció esa bella utopía de los cielos y el mundo enseñó su realidad a cada metro en el que acercaba la mirada.
Los rascacielos estaban allí, símbolo de esa África que avanza y mejora desde hace décadas
Las buenas casas y las fábricas estaban allí, símbolo de esa África que avanza y mejora desde hace décadas, y rodeándoles, las casas que hace un minuto parecían chalets con jardín se deformaron, se hicieron feas. Los chalets eran ahora casas de hormigón algo brillante, y luego descubrí que sus eran techos de lata, y luego que los jardines no existían, y luego que allí se aglomeraban decenas de barracas endebles por las que no cabía el aire. Aunque cada vez menos, esa es aún la realidad de la tierra africana. Se acabó la utopía del aire.