Turista en Venecia ¿o no?

Cuántas veces nosotros, viajeros de pro, tras recorrer kilómetros de desiertos, pasar hambre, frío, sufrir enfermedades o “bichos”, hemos acabado siendo nada mas que “turist” para el primer local que nos hemos encontrado. No muy halagador pero bastante realista.

Formas de hacer “turismo”, muchas. Algunos se separan de la corriente de masas y buscan la diferencia entre el turista y el viajero, sea cual sea. En mi experiencia, colgarse etiquetas es una de las labores más frustrantes posibles. Cuántas veces nosotros, viajeros de pro, tras recorrer kilómetros de desiertos, pasar hambre, frío, sufrir enfermedades o “bichos”, hemos acabado siendo nada mas que “turist” para el primer local que nos hemos encontrado. No muy halagador pero bastante realista.

Como dice un buen amigo y buen viajero, salvando las distancias, “hoy en día los únicos viajes que quedan sólo los hacen los que palman en el intento”. No lo he entendido nunca del todo pero probablemente en esto, como en muchas cosas, puede que tenga razón.

Otra vuelta de tuerca es viajar cuando nadie quiere hacerlo, buscando ese encanto que tienen las ruinas, el abandono, o las estaciones menos atractivas

Otra vuelta de tuerca es viajar cuando nadie quiere hacerlo, buscando ese encanto que tienen las ruinas, el abandono, o las estaciones menos atractivas. Como llegar, laguna arriba, a las Fundamente Nuove de Venecia en pleno mes de enero, en el último vaporetto, sin hotel y diluviando. Una experiencia aún fuera del catálogo del turista convencional. Luego, viaje, por eliminación.
Las luces de las farolas se desdibujan entre la niebla en unas calles húmedas, estrechas, donde el olor a agua estancada, el moho en las paredes y los viejos brocales de los pozos juegan con nosotros y nos hacen perdernos una y otra vez.

Una fila de devotos abandona la catedral bajo la lluvia, en silencio, vigilados por un guardia casi tan viejo como el campanile bajo el que desfilan. Un café en Florian (solo uno, nuestra economía no admite más…), otro bajo la Academia y largos paseos de charco en charco marcan el ritmo, lento, moribundo, de una Venecia lejos del cliché de parque de atracciones para seguidores de Mann, Ruskin o Proust.

Largos paseos de charco en charco marcan el ritmo, lento, moribundo, de una Venecia lejos del cliché de parque de atracciones para seguidores de Mann, Ruskin o Proust

Sentados en una terraza junto al mercado de Cannareggio, una mujer madura, doblada y silenciosa, vende flores bajo la llovizna. Claveles rojos contra el naranja enmohecido de las paredes de los canales. Casi no se mueve ni cuando le pido uno y le hago una foto. Sólo me mira, con ojos venecianos, acuosos y tristes, y sólo sonríe al señalar los 10 € de precio del clavel. Venecia.

La plaza de los Frari. Dos bancos empapados. Nos sentamos con un trozo de pizza (ya no miro los precios, si no moriría de hambre ). Un pequeño grupo de orientales, malayos parece ser, se detienen junto a la basílica. Malhumorados por el tiempo, se encaran con su guía, una joven veneciana rubia y delgada que no acaba de entender el parloteo enfadado de sus guiados. En ese momento, uno de ellos nos señala, nos rodean y empiezan a hacernos fotos. Me atraganto con la pizza de espanto, casi pensando que me he convertido en estatua y de ahí la algarabía. Pero no. Somos los únicos “turisti” junto a ellos en Venecia (poco probable, pero en este momento no voy a discutirles) y nos agasajan con sus direcciones de email para que alguien dé crédito de que viajar a Venecia en enero no es absurdo. Burda excusa para nosotros, viajeros profesionales casi. Nunca turistas. Pero, que es un turista?

Uno de los turistas malayos nos señala; nos rodean y empiezan a hacernos fotos. Me atraganto con la pizza de espanto, casi pensando que me he convertido en estatua y de ahí la algarabía

Hace unos meses de aquella anécdota y ayer recibí una foto desde Malasia. Veinte caras sonrientes orientales y dos europeas serias y sorprendidas. Tras las piedras blancas de los Frari. Nada nos diferencia de ellos, ni la ropa, ni los accesorios.

Quizá lo mejor de ser viajero es no tener la necesidad de preguntar a los demás qué nos consideran. Mejor continuar en nuestro sueño y seguir viajando, como sea y donde sea.

¡Buena ruta Ulises, seas lo que seas!

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