Zanzibar: hogar de exploradores, pesadilla de esclavos

Zanzibar, la perla del Índico, esencia de olores y sabores, es una careta con dos rostros dispares. Punto de partida de los grandes exploradores del XIX fue también, durante siglos, uno de los centros neurálgicos del comercio de esclavos, la más terrible llaga en el corazón de África.

El viaje

Zanzibar huele a clavo y vainilla, a canela y nuez moscada. La isla de las especias embriaga al viajero con sus aguas añiles; con sus embarcaciones swahilis de vela latina mecidas por la historia, los característicos dhows; con sus callejuelas intrincadas que pugnan por ver la luz; con sus llamativas puertas tachonadas de latón; con la algarabía de su mercado de Darajani.

La perla tanzana del Índico es un destino de ensueño, pero su pasado reciente arrastra un estigma atroz. Hasta hace poco más de un siglo, Zanzíbar era uno de los principales mercados de esclavos de África. Sólo durante el siglo XIX, se calcula que 50.000 seres humanos eran vendidos cada año en la isla. Lágrimas y lágrimas de desesperación. Al menos otros tantos morían durante la larga travesía desde las regiones interiores del continente donde eran capturados, enrolados a la fuerza en las caravanas de traficantes árabes.

Pero para conocer esa historia de miserias y sufrimiento hay que visitar la Ciudad de Piedra.

Como si quisieran dar la espalda a esa realidad, los mejores hoteles, los resorts de cócteles exóticos y hamacas paradisíacas, jalonan la costa oriental, justo en el lado opuesto de donde se encuentra Stone Town, la capital. Pero para conocer esa historia de miserias y sufrimiento hay que visitar la Ciudad de Piedra, donde los recuerdos de las subastas de esclavos se mezclan con los de quien fue el principal cruzado contra la trata de personas en la segunda mitad del XIX: el explorador David Livingstone.

La casa de Livingstone

Un recorrido por la ciudad debe comenzar a las puertas de la misma, allí donde los tejados de chapa se hermanan con las primeras construcciones de piedra. En una casona blanca y azul de añosas contraventanas de madera, ahora sede del Zanzibar Tourist Corporation, se alojó el misionero británico en 1866 antes de emprender su último viaje. La historia es de sobra conocida. Sin dar noticias durante cinco años, se envió una expedición de socorro encabezada por el ambicioso Henry Morton Stanley, que también partió de Zanzibar, a la que definió como “la más bella de las perlas oceánicas”. Finalmente, Stanley dio con el doctor en Ujiji, a orillas del Lago Tanganika. El saludo de Stanley -”¿Doctor Livingstone, supongo?”- es todo un icono de la exploración africana. Pero Livingstone se negó a regresar con él a la costa. Su destino era morir en África, exhausto en su lucha antiesclavista y en su empeño con dar con las fuentes del Nilo.
La habitación que solía ocupar el misionero anglicano en este caserón construido por orden del sultán Majid en 1860 se puede visitar de lunes a viernes (de 8:00 a 17:00 horas) y sábados y domingos (de 9:00 a 15:00). Rendir homenaje a este tenaz y humilde caminante que consiguió, a título póstumo, que se cerrara el mercado de esclavos de Zanzibar, bien merece pagar unos pocos chelines tanzanos.

El antiguo mercado de esclavos

Otra visita ineludible nos acerca a la catedral anglicana, construida gracias al empeño del obispo Edward Steere, que comenzó las obras un año después de que se cerrara el mercado de esclavos en 1873 y que se yergue en el mismo lugar que ocupara aquél. El prelado recurrió a lo que tenía más a mano, piedras de coral y cemento, para levantar este imperecedero homenaje a todos los africanos a los que arrebataron su libertad. Ahora, los únicos comerciantes que frecuentan el lugar son los zanzibareños que venden a los turistas sus telas de paisajes africanos.

El humanista Richard Burton, otro explorador célebre, dejó en sus diarios una descripción del mercado de Zanzíbar en 1856 que no deja indiferente a nadie. “Los negros aguardaban en fila, como animales -explica Burton, el primer occidental en entrar en La Meca- (…) Todos estaban espantosamente delgados, las costillas les sobresalían como aros de barril y no pocos tenían que acuclillarse, enfermos, en el suelo. Los más interesantes eran los niños, que sonreían como si les agradara el examen degradante e indecente al que eran sometidos ambos sexos y todas las edades. Las mujeres componían un espectáculo depauperado y mísero”.

Los negros aguardaban en fila, como animales. Todos estaban espantosamente delgados, las costillas les sobresalían como aros de barril y no pocos tenían que acuclillarse, enfermos, en el suelo.

Junto al templo, varios esclavos de piedra unen sus cuellos con férreas cadenas para recordar al mundo un horror no tan lejano en el tiempo y que ahora revive en occidente, en cierta manera, con las lucrativas mafias de la prostitución, la esclavitud moderna que espera un doctor Livingstone que le ponga fin.

El recuerdo de una epopeya

Pero la catedral guarda otro vestigio del explorador británico: una cruz tallada con la madera del árbol que da sombra a la tumba de Livingstone en la aldea de Chitambo, en la actual Zambia. Pero, ¿Livingstone no está enterrado en la catedral de Westminster?, se preguntará más de un viajero que haya visitado Londres. Así es. No obstante, su corazón se quedó para siempre en África y allí reposa todavía. El traslado de su cadáver desde las orillas del Lago Tanganika, donde falleció en 1873, hasta Bagamoyo, en las costas del Índico, para que pudiese ser embarcado rumbo a Inglaterra, es una epopeya desgraciadamente escasamente valorada. Los sirvientes del doctor, encabezados por su fiel Chouma, recorrieron 1.600 kilómetros con el cadáver a cuestas (embalsamado con sal y alcohol) sorteando las iras de los poblados nativos, para quienes un cuerpo sin enterrar era la encarnación de todas las desdichas. En su último viaje, paradójicamente, Livingstone fue también escoltado por una caravana de esclavistas árabes, de las que por otra parte se habían beneficiado en sus exploraciones tanto el propio Livingstone como por supuesto Stanley o Burton. La comitiva alcanzó las playas de Bagamoyo, en la actual Tanzania, en febrero de 1874, nueve meses después de ponerse en camino. Un buque de la escuadra inglesa, el “Vulture”, esperaba anclado para trasladar a Zanzíbar el cuerpo de Livingstone, que reposaría por fin en la abadía de Westminster. Pero su corazón se quedó en una caja de hojalata en Chitambo como homenaje a su pasión africana.

El crucifijo está colgado en un pilar de la catedral, a la izquierda de la nave principal, junto al presbiterio. Al lado de la tosca cruz, una placa perpetúa el agradecimiento a todos los exploradores que lucharon contra la esclavitud en África. Aunque fuera, en ocasiones, gracias al auxilio del mayor traficante de esclavos de la época, Tippu Tib, cuya mansión en Zanzíbar, levantada sobre el sufrimiento de miles de africanos, asombraba a propios y extraños. Ironías de la historia.

El camino

Desde España, lo habitual es volar con escala (Amsterdam en nuestro caso) a Nairobi, la capital de Kenia. Desde alli los vuelos a Dar es Salam, capital de Tanzania, y Zanzibar, son muy frecuentes. El viajero voló desde Arusha, en Tanzania, a Zanzibar tras un recorrido por el Masailand.

A mesa puesta

Al margen de las recomendaciones más tradicionales (Tower Top, en Hurunzi St., o el restaurante flotante del Blues, a un paso del Viejo Fuerte), el viajero se decanta por una opción más autóctona y sin duda menos gravosa para los bolsillos. A un paso de los jardines de Forodhani, el punto neurálgico donde late el carácter festivo de Stone Town, se encuentra el Mooson Restaurant. Su terraza, con vistas al puerto, sólo tiene tres mesas y para ir al lavabo es obligatorio descalzarse, pero degustar aquí unos crepes vegetarianos y unas albóndigas de carne muy especiadas regadas con una Kili, la cerveza local, es todo un placer que permite a los comensales empaparse del olor a salitre y canalla del puerto.

Una cabezada

Para quienes prefieran tumbarse a la bartola, cualquiera de los lujosos hoteles de la costa vale. Viajes al pasado, no obstante, recomienda alojarse en Stone Town (hay autobuses públicos que acercan a los pasajeros hasta las playas). Una buena opción, y no demasiado cara, es el Narrow Street Hotel, en Kokoni St.

Muy recomendable

Brujulear entre las callejuelas que nacen a espaldas del mercado de Darajani, tras visitar sus puestos de especias, es sumergirse en el alma de esta ciudad singular. Los comerciantes le ofrecerán sus mercancías a gritos, los niños le gritarán “¡faranji!” (la denominación con la que se refieren en el idioma swahili a los occidentales) y las puertas tachonadas (construidas por los europeos para protegerse de unas fieras inexistentes) le dejarán boquiabierto. El paseo concluye a la sombra de la Casa de las Maravillas (Beit el Ajaib), en los jardines de Forodhani, inundados por la luz del Índico y, como en todos los puertos del mundo, por un nutrido destacamento de buscavidas. Ojo con las carteras.

Para los incondicionales de Freddie Mercury, el líder de Queen fallecido en 1991, es obligatorio acercarse a Shangani Road, muy cerca del puerto, para visitar la casa donde nació como Faruk Bulsara en 1947 cuando su padre, de origen indio, trabajaba en la embajada británica. Ahora es un hotel y no hay placa alguna que recuerde la efeméride. Se trata, sobre todo, de un acto de fe, de un homenaje a uno de los grandes.

Dos libros muy aconsejables: el clásico de Javier Reverte “El sueño de África” y ”El último diario del doctor Livingstone”, de David Livingstone. Este último para hacerse una idea de lo que suponía Zanzibar para los exploradores del XIX que se adentraban en el oscuro continente al que se refirió Stanley, otro de los grandes.

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