La otra crónica de la hinchada española

Pasan los días previos a la final rastreando lugares con Wi-fi desde los que poder comprobar de nuevo que no era broma los 500 euros que les costará su entrada en el sacrosanto Soccer City de Joburg.
Final del partido

En el apartamento de concentración de la afición de la selección española, en Umhloti, una localidad a 40 kilómetros de Durban, se mastica la tensión de las ocasiones únicas. Los hinchas, mis amigos Dani y Alberto más un servidor, tras visionar las fotos y videos del partido, y comprobar lo que puede deformar la cara la euforia (uno nunca sabe lo feo que puede llegar a ser), pasan los días previos a la final rastreando lugares con Wi-fi desde los que poder comprobar de nuevo que no era broma los 500 euros que les costará su entrada en el sacrosanto Soccer City de Joburg. No pasa nada, se repiten, invertimos este dinero para que los nietos de los nietos de nuestros agapornis puedan contar que sus ancestros estuvieron en el partido de la gloria.

Antes, los aficionados recuerdan la brillante victoria sobre los teutones, que dejó momentos memorables de película costumbrista española. El mejor, sin duda, cuando Gee, un sudafricano al que le faltaba sólo llevar la peineta de una folclórica (llevaba pintada hasta en la cara la rojigualda) fue invitado a sentarse en la segunda parte entre el grupo de apasionados spanish (justo a mi lado). El chico, acorde al ambiente festivo (mamado hasta las trancas como el tipo navarro que tenía a su izquierda) desenfunda nada más sentarse su vuvuzela e intenta hacerla sonar en honor a “La Roja”. “Eh, aquí de vuvuzelas nada que te mando para casa”, le dice el navarro. Prometo que la cara de desilusión, de no entender nada, que puso Gee no la olvidaré en mi vida. Se quedó petrificado, como si hubiera descubierto que compartía asiento con 200 alienígenas. El navarro, buen tipo, percibe el asombro del chico y le coge la vuvuzela y la hace tronar. Nueva cara de Gee, esta vez de alivio, con gesto de “esto es más lo que yo esperaba cuando me compré en la tienda toda la equipación española”. (Yo me tiraba por los suelos de risa).

Invertimos este dinero para que los nietos de los nietos de nuestros agapornis puedan contar que sus ancestros estuvieron en el partido de la gloria.

Luego, el remate, es cuando el sudafricano dice que los mejores son Torres y Cesc. “Pero que no juegan”, le dice el navarro en spanglish claro y evidente. Empieza entre ellos una conversación, en la que ninguno entiende al otro, pero que les dura un minutito. “Déjate de Cesc, que hoy es Pedrito”. “Torres es el mejor del mundo”, respuesta. ¿Final de la charla? Vuvuzelazo y ronda de cerveza, que aquí se han pasado por la piedra lo de no vender alcohol en los estadios. Luego, en el gol, hubo una especie de piñata en la que Gee se abrazaba hasta con las vallas. A propósito, nunca me imagina lo que puede tardar en entrar una pelota. Calculo que desde que cabeceó Puyol hasta que entendimos que el balón había entrado pasó entre hora y hora y media.

Pero el partido dejó a los hinchas una nueva experiencia: ser grabados por una cámara. Un tipo de Antena 3 decidió grabarnos durante todo el partido. Hoy sé lo que se siente si eres la Pantoja. Había momentos donde pensabas: cómo me coja las manos me sacan diciendo que rezaba y como bostece dirán que el partido era un coñazo. Al final, ya decidimos simular gestos de rabia y euforia para que el avezado compañero se fuera a montar la pieza de una puta vez y nos dejara colocarnos las pelotas (queda grosero, lo sé). La verdad es que luego le cogí el gustillo y fui entrevistado por una televisión de Honduras, me colé en el plano de una mejicana, me pillaron, junto a Dani, un robado con declaraciones incluidas para los de Punto Pelota y me acabaron pidiendo los reporteros de una televisión china que me hiciera una foto con ellos.

Me acabaron pidiendo los reporteros de una televisión china que me hiciera una foto con ellos.

El final de los sufridos seguidores, recuerdan ahora en el tranquilo apartamento de concentración, fue la traca final. Salimos del estadio, atasco monumental, y Alberto decide preguntar a un coche cualquiera si nos llevan, by the face, a la otra punta de la ciudad. Nos dicen que sí (aquí son encantadores) y nos subimos al vehículo. La chica, una india, nos pregunta a bocajarro si estamos casados. Le decimos que no y responde con un “biennnn”. Inmediatamente nos aclara que el chico de la derecha es su hermano (no le pegó una patada y lo tiró del coche en marcha por poco), que ella es masajista, que su color favorito es el rojo y nos pide emails y teléfonos. Tras una larga charla, los generosos hermanos depositan a los aficionados españoles en el lugar en el que tienen aparcado su particular autobús (vamos, el coche alquilado). Algunas carnes y vinos más tardes, entre cánticos y banderas al viento se produce la entrada en la casa de concentración, que como ya dije en el anterior post, se llama apartamentos Mallorca. Ahora, la responsable hinchada guarda fuerzas y se cuida a gambazo limpio, que el domingo se juegan algo más que un partido; se juegan un póster de 2 metros por 1,20 que colgar en el ascensor del vecindario donde se les ve a ellos y a Casillas, de fondo, levantando la copa.

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