El hospital de muñecas más antiguo de Europa

Por: Ricardo Coarasa
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Es lo más cerca que he estado de una fábrica de sueños. Sueños rotos, convalecientes, en la UVI algunos, pero sueños al fin y al cabo. Aquí se encargan de recuperar su magia, de sacarles brillo, de devolverlos aureolados con la misma ilusión de la primera vez. Un sitio singular éste, único. Es el hospital de muñecas más antiguo de Europa, casi dos siglos a sus espaldas, aunque para la mayoría de turistas que pasean por Lisboa seguramente pase desapercibido.

Es fácil pasar por delante y no reparar en ese modesto toldo. A simple vista, puede ser uno más de los comercios que jalonan la céntrica Praça da Figueira, en el corazón del barrio lisboeta de Baixa, a un paso de la popular plaza de Restauradores. Pero no es una tienda cualquiera. Ésta es, simplemente, distinta a todas las demás. No vende dulces típicos, ni azulejos, ni souvenirs al uso. Sus inquilinas son muñecas, cientos de ellas, miles de muñecas que han llegado hasta aquí desde cualquier lugar del mundo para devolver la sonrisa a sus dueños: niñas con la alegría quebrada, madres que quieren recuperar a quienes fueron las mejores cómplices de su niñez, familias en permanente deuda con esas muñecas abandonadas que languidecen en el oscuro trastero, como si alguien hubiese olvidado de repente los momentos de felicidad que proporcionaron.

Entramos en el “Hospital de bonecas” con cierta reserva, un tanto confundidos. En la planta baja no se ven muñecas por ningún lado (ni siquiera nos hemos fijado en las del escaparate). ¿Nos hemos equivocado? Atravesamos vacilantes el pequeño pasillo y subimos a la planta primera por las escaleras de madera, que crujen como se espera de un edificio con tanta solera. La puerta está cerrada, así que volvemos sobre nuestros pasos y preguntamos a una de las mujeres que trastea detrás del mostrador. Ella es Manuela Cutileiro, la “enfermera” más veterana de este insólito hospital. Efectivamente, las tripas del sanatorio de muñecas se pueden visitar previo pago de dos euros por persona. Ella misma nos hace de guía.

Atravesamos vacilantes el pequeño pasillo y subimos a la planta primera por las escaleras de madera, que crujen como se espera de un edificio con tanta solera

El portugués de Manuela es cadencioso y transparente, casi musical. Se hace entender sin esfuerzo. Nada más entrar, en el pasillo, una muñeca metida en un cesto con la Cruz Roja pintada llama mi atención. Es una imagen cargada de simbolismo, pues en ese mismo capazo subían a las “pacientes” desde la planta baja hasta el tercer piso cuando el hospital no se había mudado todavía dos plantas más abajo, donde ahora se encuentra.

No es el único sitio donde se arreglan muñecas (existen «hospitales» similares en Londres, Nueva York e incluso Madrid), pero sí el único donde se reparan sea cual sea su antigüedad y su valor (aquí se devuelve la compostura a carísimas muñecas de porcelana, pero también a barbies o barriguitas que sólo cotizan en el corazón de sus propietarias).

Guiados por Manuela vamos adentrándonos en las distintas salas, repartidas como si de un ambulatorio se tratase. Primero los “quirófanos”, donde sobre una mesa de madera una “cirujana” meticulosa intenta devolver la vida a una muñeca de piernas amputadas. Detrás de ella hay un mueble con infinidad de cajoneras transparentes donde se almacenan los “repuestos”: cabezas, brazos, pelucas, ojos, piernas… Todo lo necesario para devolverles la salud perdida, reparar sus traumatismos, transplantarles extremidades. Muñecas y más muñecas. De trapo, de porcelana, de cartón. Te sientes observado a cada paso por cientos de ojos desde estanterías, carricoches antiguos, aparadores, armarios. Pero no es una presencia angustiosa. La espera merece la pena: tras un “lifting” en toda regla volverán a iluminar el corazón de quienes no las han olvidado.

Otras han tenido peor suerte. Nadie las ha reclamado y se amontonan en un cuarto oscuro esperando nada. Pero Manuela ni quiere ni puede desprenderse de ellas. “Necesitaría dos pisos más para guardar a todas”, confiesa. El espíritu de la pionera, doña Carlota, que hacía muñecas de trapo en sus ratos libre en su tienda de hierbas e infusiones del mercado, sigue impregnando cada rincón de este benemérito negocio.

Tirando de discreción, nuestra anfitriona se va por las ramas cuando le preguntamos por el precio de una reparación. Depende, claro, del material empleado y del diagnóstico. Lo que sí deja claro es que “cualquier muñeca tiene arreglo”, por imposible que parezca. Por eso le llegan encargos de todo el mundo. Por eso este céntrico piso lisboeta tiene un sabor tan especial, como de hospicio de ilusiones hechas trizas. Manuela y el resto de “enfermeras” destilan amor por su trabajo, una pasión que se adivina en los mimos que prodigan a sus “pacientes”, en el respeto con el que hablan de estos juguetes rotos. Tienen la privilegiada capacidad de sorprenderte. Por eso es un lugar que no se olvida.

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Comentarios (3)

  • Mere

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    Solía pasar por Praça da Figueira sin saber que ahí mismo andaban recomponiendo sueños de cartón, porcelana y trapo. Gracias, Ricardo, por un lugar tan sencillo y mágico. Si tienes oportunidad visita el Museu da Marioneta en la Rua da Esperança, no será tan familiar pero también guarda cierto encanto.

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  • ricardo

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    Gracias Mere. Seguiré tu consejo sin duda la próxima vez que visite Lisboa. Seguro que merece la pena el museo de las marionetas

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  • Joao

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    Um lugar muito especial em Lisboa. História sensacional. Parabéns

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