Acapulco: los hombres que vuelan

Acapulco suena a “Vacaciones en el mar”, enseña la sonrisa acartonada de los camareros y los hoteles huelen a sal y a viejo. La ciudad ha perdido todas las batallas contra las playas imposibles de Cancún, sus azules radiactivos y sus muchachas bailando en las calles, de madrugada. Aquí no, en Acapulco todo va más despacio como si intuyese el destino irremediable en el que un día, por fin, se detendrá.

Las estrellas de Hollywood se han quedado en blanco y negro y sólo los pelícanos veranean en la barra de Coyuca junto a las palmeras. Pero a mí Acapulco me conmovió por su dignidad de antaño tratando de mantenerse en pie. Es preciso abrir de par en par las puertas de la habitación para sentir que el mar es el mismo, que el estío sigue entrando cada día por la ventana.

Los cruceros entran en el puerto más por el nombre de la ciudad que por su esplendor. Atracan los barcos y se beben las noches los turistas antes de seguir camino, pues no parece un lugar para terminar viaje, aquí no hay redobles ni sorpresas. Acapulco es muchas cosas menos un colofón.

Acapulco vuelve a ser Acapulco: el glamour que rodea al evento, la magia del circense, el agua estrellándose allá abajo en las rocas…

Y sin embargo, aquí siguen volando como espectros los clavadistas. El espectáculo tiene lugar varias veces al día en La Quebrada, un acantilado de 45 metros sobre el mar bravo. Allí, esos chicos flacos, con un tanga que acentúa su imagen de desamparo, escalan descalzos la roca, desatan el asombro del visitante y gobiernan las cornisas.

Entonces, en ese momento, Acapulco vuelve a ser Acapulco: el glamour que rodea al evento, la magia del circense, el agua estrellándose allá abajo en las rocas y los turistas con la boca abierta. Y uno se recrea en las acrobacias porque no se puede callar ante el valor de esos tipos menudos, ¡menudos tipos! Saltan de uno en uno, de dos en dos, a diferentes alturas y siempre encuentran la franja de agua que les salva la vida, una y otra vez. Por muchas veces que caigan, vuelven a saltar, esquivando impactos, como esta ciudad que se desploma en picado, que sobrevive al paso del tiempo con la gallardía de un clavadista burlando a la muerte. 

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