Saltos al vacío, ríos que se parten, vuelos de agua. Las cataratas no son más que accidentes geográficos, grietas, rupturas, sobresaltos... pero este caos forma tal vez el más hermoso de los desastres de la naturaleza.
El concepto de una playa vacía suele inspirarnos imágenes evocadoras de cocoteros, arena blanca y un mar en el que te ves los pies mientras buscas caracolas. Pero hoy propongo que nos alejemos de las postales clásicas y renunciemos al tópico.
Es irremediable, la imagen de un lago invita a la siesta de los sentidos, transmite paz y el espíritu inquieto de un viajero suele encontrar el sosiego en sus orillas. Los lagos son un buen punto de partida y un final hermoso.
A esa hora en que despierta el mundo. Madrugón, café y silencio: siempre compensa. Todo viaje se detiene al amanecer porque es la hora de la tregua, el momento donde el viajero entiende su paradero. Después queda el trajín de historias, la vida ajena pasando en bucle, los kilómetros de carretera...
Hay ríos glaciares, aguas tintadas en la cuenca del Amazonas, hay ríos que surcan valles imposibles en México. Algunos arrastran menos lírica y se tornan salvajes, otros cruzan desiertos para recordarnos que sin ellos sólo hay una muerte de arena.
“Parque natural” es un concepto inventado por el hombre para definir algunas de las maravillas del mundo. El término “parque” hace más accesible lo salvaje, lo humaniza, pero lo cierto es que en estos siete “parques” el viajero se siente pequeño o abrumado o ambas cosas.
Los hoteles de hoy día apuestan por el entorno para sentir el viaje de puertas adentro. Los que descuidan este concepto se vuelven impersonales y el viajero acaba sintiendo el impacto. Ahora los llaman lodges, porque tal vez la idea clásica de un hotel cinco estrellas comienza a ser insuficiente.