Un estereotipo sirve para simplificar la realidad, ya de por sí compleja. A mi juicio, Cuba es uno de esos lugares –y España, sospecho, también- en el que ese mecanismo se pone a funcionar con más frecuencia de la deseable. ¿Cuántas personas opinan de esta isla sin haberla pisado? Por sus particularidades políticas, atrae todo tipo de elogios y críticas: impugnar la totalidad por algunas características supone un error, pues se pasan por alto muchas de las bondades de un lugar. Y precisamente en esto me gustaría detenerme ahora.
Si uno no ha hecho nada por huir de las fuentes habituales de información, los conocimientos adquiridos probablemente estén supeditados a intereses ocultos –a veces ni eso- de quien modula o, directamente, fabrica la noticia. Es de sobra conocido que muchos países son demonizados no por sus políticas internas, ni por sus errores consigo mismos, sino porque empiezan a decir “esta boca es mía”. Y eso no sienta bien a quien estaba acostumbrado a hacer lo que quería. Vamos, un tema de economía. ¿O acaso los mismos que comercializan con países como Guinea Ecuatorial, un país con más PIB per cápita que el nuestro y con unas desigualdades bestiales, con Arabia Saudí o Israel se han convertido ahora en defensores de nada?
¿Cuántas personas opinan de esta isla sin haberla pisado? Por sus particularidades políticas, atrae todo tipo de elogios y críticas
Cuba es un símbolo. No está en el circuito capitalista, un sistema que hace aguas y que en el llamado occidente parece no ponerse en cuestión; tampoco acepta inversión a cualquier coste social (¡hola Eurovegas!) por el mero hecho de que entre capital; no echa a la gente de sus casas (“en el capitalismo te botan [echan] de tu casa”, me dijo el otro día un cubano). Y, sobre todo, existe una red solidaria que hace tiempo dejó de operar en muchos otros países.
El individualismo, la competencia y la insolidaridad derivada de un sistema que legitima la desigualdad social tras esa omnipresente (y que ignora muchos componentes) “igualdad de oportunidades”; el ímpetu empeñado en crecer y crecer a costa del medio ambiente y de la calidad de vida; una industria poderosa que crea ansiedad e infelicidad; el consumo compulsivo basado en frustraciones y promesas falsas; los estándares de belleza que discriminan a quienes no se ajustan a él… Nada de eso se percibe en una sociedad en la que, según un vecino mío, “aquí no hacen falta ambulancias porque te lleva cualquiera al hospital”.
En esta sociedad, como me dijo un vecino mío, “no hacen falta ambulancias porque te lleva cualquiera al hospital”
Una de las frases que más he escuchado es esa que dice que “el cubano te da lo que necesitas, aunque se quede sin ello”. Ésta es, en mi opinión, una sociedad que mantiene unos férreos valores que apuntan directamente a la esencia misma del ser humano: la cooperación. De hecho, la evolución de nuestra especie a lo largo de la historia se basa en la cooperación, desde los primeros forrajeros nómadas hasta el nuevo orden mundial que mejoró la tecnología pero no liberó al ser humano del bien más preciado: el tiempo.
Aquí la gente se ríe desde el estómago. Se desternillan. El voluntariado es la norma, no la excepción, y la vida social y comunitaria está muy desarrollada, cosa rara en otros lugares donde las batallas de escalera, las luchas en los pueblos por medio metro de terreno y las crítica a quienes destacan o se divierten (léase cualquier comentario en las páginas web de cualquier periódico) empañan cualquier cosa que huela a colaboración. Por no mencionar la impecable labor –doy fe- de muchos profesionales donde el dinero no tiene cabida. Incluso, para dejar nota de alguna curiosidad, un grupo de jubilados hace guardia para cuidar las gafas de una estatua de John Lennon ante los continuos robos.
Un grupo de jubilados hace guardia para cuidar las gafas de una estatua de John Lennon ante los continuos robos
Naturalmente que cualquier país tiene sus defectos, pero pienso que se necesita hablar con templanza, aparcando los odios y estereotipos basados en prejuicios a los que tan acostumbrados nos tienen muchos artículos de opinión y políticos. Porque a la vez que, por ejemplo, en España están empeñados en mejorar su imagen y los políticos insisten en que el país no es solo corrupción, se aplica la receta contraria a otros países que no comulgan con nuestra deriva. Así, se dice que el fallecido Chávez era un dictador, que Correa es autoritario y que Evo Morales no debe de estar ahí.
Personalmente no me meto en eso. No porque esté a favor o en contra, sino porque no son mis países y no creo que deba dar recetas a realidades que ni siquiera conozco. Pero también sé que no son como los pintan en España, y que sí valoro –y de eso Cuba va sobrado- la soberanía y autonomía y la no injerencia. Y que quienes más critican no saben ni conocen la participación ciudadana, el poder asambleario de la sociedad y las decisiones que se toman a nivel local; todo desde la base. Y esto, que es la expresión máxima de la voluntad popular en el día a día, en España está estigmatizado.
Aquí el voluntariado es la norma, no la excepción, y la vida social y comunitaria está muy desarrollada
Me gustan las sociedades con valores. Si esos valoren se escapan del, en mi opinión, infeliz utilitarismo y de la obligación de medir a todo por su valor, mucho mejor. Desde luego que ese enfoque del máximo beneficio no opera aquí en todo su esplendor y aún se pueden hacer cosas por amor al arte. Por el amor a uno mismo.
Esta entrada contiene opinión, pero es eso: opinión. En todo caso es un canto a desprejuiciarse para valorar una realidad y no impugnar la totalidad por alguna pieza del puzzle. Porque, además de no disfrutar del todo, estamos pasando por alto hechos verdaderamente significativos. Esta entrada es, por decirlo así, una llamada a la tibieza, a la apertura, a la moderación, a la diversidad, al aprendizaje de costumbres. A aprender que lo valioso siempre está en los pueblos.