Detrás de la cifra de 51 millones de personas, hay 51 millones de historias de gente que ha perdido su tierra, parte de su identidad, que no pueden volver a sus casas, que esperan años para volver a reunirse con los suyos sin saber si estos siguen vivos. 51 millones de personas que son ruido blanco en medio de la nada.
“Cuando huyes lo haces sin pensar que no volverás nunca a tu tierra, lo dejas todo y crees que es temporal. Un día te das cuenta de que regresar no es una opción, de que eres una refugiada”, declara Zeituni, procente de Sudán del Sur.
“Un día te das cuenta de que regresar no es una opción”, se lamenta Zeituni
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en agosto de 2014 se había sobrepasado la capacidad del campo de Kakuma, en la frontera noroeste de Kenia, con más de 100.000 residentes, la mayoría procedentes de Sudán del Sur.
Zeituni cuenta desde el Kenyatta Hospital de Nairobi, donde ha pasado ingresada los últimos diez días, que la vida en el campo de refugiados no ofrece las condiciones necesarias para vivir. “No tenemos suficiente espacio, no hay agua para todos. Yo no quiero curarme, quiero quedarme en este hospital, no quiero volver al campo de refugiados”, dice. “Hay muchas peleas, hay muchos problemas de seguridad, hemos tenido que dejar de ser libres a cambio de estar vivos”.
“Huir de nuestro país fue nuestra decisión, pero para la mayoría de nosotros estar aquí ya no lo es”, dice Nawal
El número de refugiados y desplazados en todo el mundo ha alcanzado la cifra de 51,2 millones de personas, según los datos que difundió el pasado día 20 ACNUR con motivo del día mundial del refugiado. En Kenia se encuentra también el campo de refugiados más grande de África, en Dadaab, a pocos kilómetros de la frontera con Somalia, con 400.000 personas viviendo en él.
“Me fui de Somalia con mis hijos; mi marido me dijo que se reuniría conmigo pronto. Han pasado diez años y no he vuelto a saber nada de él. No puedo volver a buscarle, sus hijos no saben si su padre está vivo o muerto”, relata Nawal desde el campo de Dadaab. “Huir de nuestro país fue nuestra decisión, pero para la mayoría de nosotros estar aquí ya no lo es, simplemente no tenemos opción”.
“Para mí ser refugiada significa que de algún modo me protegen, pero también significa que no soy libre”, reflexiona Farah
Farah huyó de Egipto porque su hermano, copto, se casó con una musulmana. La familia de la chica mató en venganza a sus padres y ella huyó a Kenia, donde vive como refugiada sin saber apenas hablar inglés y completamente sola. “Sé decir algunas palabras en inglés -explica en árabe-, las importantes: food, water, refugee. Para mí ser refugiada significa que de algún modo me protegen, pero también significa que no soy libre. No pensé en eso antes de irme de mi país”, dice.
Mokhtar, periodista keniano-somalí, enseña la foto de su primo. “Se fue de Mogadiscio porque dijo que alguien le había ofrecido el modo de llegar a Europa”, cuenta. “No sabemos nada de él desde hace meses, espero que no haya muerto en el mar. Los que huyen lo hacen porque no tienen nada que perder”.
“De pronto un día te levantas y te das cuenta de que llevas doce años pensando que ser refugiado es temporal”, se queja Halim
“Al principio tienes la esperanza de que pronto conseguirás un visado de refugiado para ir a Estados Unidos o Canadá. Todos conocen a alguien que tiene un familiar que llegó a América tras pasar un tiempo en uno de los campos de refugiados de Kenia”, afirma Halim desde Dadaab. “De pronto un día te levantas y te das cuenta de que llevas doce años pensando que ser refugiado es temporal. Doce años”.
En Kenia, el debate generado sobre si se debe o no cerrar Dadaab ha apuntado a los supuestos intereses del Gobierno en mantener un campo de refugiados, que es además un punto caliente para el contrabando que entra y sale de Somalia, durante más de veinte años.
El campo de Dadaab, punto caliente del contrabando, lleva abierto más de 20 años
“Parece que los refugiados son tan solo un problema incómodo en la agenda de los distintos gobiernos que han de decidir por ellos”, explica Maalim Abdirisak, trabajador social keniano-somalí. “Les han quitado su capacidad de tomar decisiones”.
Los refugiados, no lo olvidemos, huyeron para salvar sus vidas, para luchar por su futuro. No para ser esclavos de la palabra “refugiado”, que parece que les ancla al mismo pasado de desdichas que dejaron atrás.